Por
Cristian Alarcón
Hace
más de tres años los González y los Villar, las familias
de las tres chicas asesinadas en un camino solitario de Cipolletti, imaginaban
que algún día los homicidas estarían sentados ante
un tribunal y que, tras un juicio, el misterio del triple crimen se resolvería.
Nada más lejos de lo que hoy a la mañana comenzará
a ocurrir. Sí, el juicio llegó. Pero no estarán en
él ni los personajes poderosos, ni los policías sospechados
por la familia, ni se juzgará en base a una investigación
profunda, ni se recuperarán las pruebas perdidas y maltratadas
por la policía. Se enjuiciará sólo a dos hombres,
un mitómano y un estafador, que podrían llegar a recibir
cadena perpetua, pero a quienes los padres de las jóvenes muertas
sólo consideran monigotes al servicio del encubrimiento
que continúa. Al hacer un balance sobre la batalla judicial, Susana
González, mamá de dos de las chicas, le dijo a este diario
que lamenta haber confiado tanto. Nos mintieron casi
todos, desde los investigadores hasta los políticos que se acercaron
a ver qué queríamos, pasando por la Policía Federal
y la DEA, nadie respondió a nuestros reclamos, en algún
momento nos traicionaron.
Hoy a las 8.30 frente a un salón del sindicato de Luz y Fuerza
de Cipolletti, no sólo se reunirán los acusados, el fiscal
Alvaro Meynet, los jueces, y una infinita lista de público que
quiere presenciar el proceso, sino que en la puerta nuevamente habrá
una enorme concentración, como las que ya se han hecho desde aquel
9 de noviembre de 1997. La tarde de ese domingo, María Emilia y
María Paula González, con su amiga Verónica Villar,
salieron a caminar por la alameda de la calle San Luis. En esa zona donde
la ciudad, de unos 80 mil habitantes, se convierte en chacras alimentadas
por regadío artificial, rodeadas de álamos que dan sombra
a los manzanares y las vides, las tres jóvenes fueron secuestradas.
Aparecieron el martes siguiente, cuando la propia gente del pueblo las
buscaba, cerca, junto a las vías del tren. Paula, de 24, y Emilia,
de 17, habían sido semienterradas entre unos olivillos. Verónica,
de 22, se había asfixiado con la sangre de un corte en el cuello.
Todas tenían demasiadas marcas en el cuerpo, cortes, hematomas,
signos de violencia sexual.
A lo largo de la investigación del triple crimen fueron decenas
las hipótesis que se tejieron. Pero la familia siempre avaló
la que involucra a la policía local y al narcotráfico creciente
en la región. Ayer se lo volvió a decir a Página/12
Susana González: Para mí ha sido la policía
con los malandras acusados porque ya se demostró en un juicio por
asociación ilícita que uno de ellos estaba muy relacionado
con el que era el jefe de la Brigada, el comisario Torres. Pero
la hipótesis en base a la que el fiscal acusó a Guillermo
González Pino y a Claudio Kielmasz es que los dos fueron partícipes
del homicidio, en realidad destinado a otras mujeres a quienes pensaban
apretar para sacarles información sobre tráfico
de drogas. Maynet asegura que las muertes fueron un error. Sin embargo,
no existen en la requisitoria elementos que expliquen por qué la
confusión, quiénes eran las otras tres mujeres, a quienes
querían agredir, qué tipo de información sobre drogas
buscaban, por qué la saña con que torturaron a sus víctimas.
González Pino y Kielmasz, que son quienes serán juzgados
a partir de hoy son los únicos acusados de los diez imputados que
llegó a haber en la causa.
Para Ofelia Mosconi de Villar, la mamá de Verónica, en
realidad no saben ni lo más mínimo. Lo único
que sabemos es que las chicas salieron a caminar y no volvieron dijo
en una rueda de prensa. Desde la última persona que las vio
en la calle San Luis hasta que aparecieron muertas no se sabe nada: si
subieron voluntariamente con algún conocido, si las interceptaron
violentamente, si la policía les pidió documentos, dónde
las llevaron, por qué las torturaron. Cómo se explica
semejante cúmulo de dudas. Sucede que el caso es un ejemplo perfecto
de encubrimiento policial. Los abogados de las familias de las víctimas
señalan desde elcomienzo que las pruebas más importantes
fueron destruidas en la primera etapa de investigación, toda una
norma en los crímenes en los que la fuerza está involucrada.
En éste, los primeros en ser inculpados por la masacre fueron dos
lúmpenes que vivían en una tapera de las chacras. A uno
de ellos, Hilario Sepúlveda, el comisario Torres le disparó
a quemarropa cuando llegó en persona para detenerlo. Luego, el
testigo que declaró cómo fue ese hecho, Domingo Aravena,
apareció muerto y decapitado en otro descampado del pueblo de las
manzanas.
La
DEA como testigo
El
ex ministro de Gobierno rionegrino Horacio Jouliá; el ex jefe
de Policía, Rubén Elosegui, y el actual jefe de la DEA
en la Argentina, Abel Reynoso, declararán durante el juicio
oral por el triple crimen. Los dos ex funcionarios del gobierno radical
de Pablo Verani deberán explicar sus actuaciones cuando se
borraron las principales pruebas del caso y se desvió la investigación
apuntando a ladrones de baratijas. El hombre de la Drug Enforcement
Agency, en cambio, tendrá que decir por qué después
de analizar la causa a pedido del juez, dijo que en las primeras actuaciones
estaba la respuesta al misterio de las muertes. |
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