Por
Carlos Rodríguez
Al
joven Cristian Gabriel Robles, de 26 años, hijo de un sargento
de la Policía Federal, lo asesinaron de diez balazos al quedar
por accidente en medio de un operativo del que participaron siete compañeros
de su padre, uno de ellos amigo de la familia. Ayer comenzó el
juicio oral con un solo acusado, el oficial principal Augusto Nino Arena,
autor de dos de los disparos, entre ellos el que provocó la muerte
de Robles tras una agonía de 36 horas. La primera audiencia desnudó
la irregularidad del operativo y los policías incurrieron en permanentes
contradicciones. El joven inocente pudo haber sido baleado por otros efectivos,
además de Arena, pero la sospecha es difícil de confirmar
porque varias de las armas policiales nunca fueron secuestradas y, por
lo tanto, nunca fueron objeto de pericia alguna. Todos los policías
involucrados, incluido Arena, están libres y en actividad, uno
de ellos afectado a la custodia presidencial.
Eso es básico: siempre se pone a resguardo a la gente que
no tiene nada que ver con nada. Las palabras del principal Arena,
en libertad pero acusado de homicidio simple, delito penado
con ocho a 25 años de cárcel, provocaron un murmullo entre
los familiares del joven Robles presentes en la sala del Tribunal Oral
26, en Paraguay 1536. Yo disparé hacia donde venían
los fogonazos; después tuve una crisis de nervios, me volví
loco. Arena trató de explicar por qué gatilló
diez veces su pistola 9 milímetros reglamentaria, a menos de dos
metros del lugar donde estaban dos presuntos delincuentes supuestamente
armados y el joven Robles, sin arma alguna.
Uno de los presuntos ladrones murió; el otro escapó en un
auto junto con un cómplice y Robles quedó sentado en el
piso, semiapoyado contra una pared, con diez impactos, casi todos en el
bajo vientre. El episodio ocurrió el 3 de diciembre de 1997, cerca
de la medianoche, en Pepirí 605, a metros de la heladería
Vía Pepirí, en el barrio porteño de Parque Patricios.
Mi papá es policía, no tengo nada que ver, fueron
las palabras que repitió Robles antes de que lo internaran en el
hospital policial Churruca, en el que se desempeñaba su padre,
como chofer de ambulancia. Además de Arena, los que estaban más
cerca del joven eran el sargento Hugo Gorosito y el principal Néstor
Alejandro Gago.
En su declaración testimonial, Gorosito admitió que era
amigo del chico muerto, pero tenía más
intimidad con el padre, el sargento Carlos Alberto Robles. Los tres
solían encontrarse en el gimnasio del Círculo de Suboficiales
de la Federal, de donde regresaba a su casa Robles la noche que lo asesinaron.
Yo era su ídolo, me lo dijeron sus padres, reconoció
Gorosito aludiendo a la admiración que supuestamente despertaban
en el joven Cristian sus hazañas como miembro operativo de la Federal.
Sobre su actuación en el tiroteo, Gorosito sostuvo que corrió
detrás de los dos supuestos delincuentes que huyeron en auto. Hice
cinco disparos con una pistola 44 Taurus, afirmó el policía,
que también llevaba encima su 9 milímetros de reglamento.
Como nunca le secuestraron el arma oficial, su palabra es
la única prueba de que esa noche no la usó.
Los otros testigos de ayer fueron los policías Jorge Antonio Pérez,
Horacio Suárez, José Varela, Aldo Jerez y el principal Gago.
Todos aportaron su cuota de confusión y ninguno explicó,
en forma coincidente, cómo fue el operativo y el porqué
de la ferocidad del accionar policial, ya que el presunto delincuente
también murió acribillado. Ninguno de los policías
sufrió un rasguño y sólo está probado que
uno de los supuestos ladrones accionó un par de veces un revólver
calibre 38.
Arena, a pesar de estar acusado de homicidio, es jefe de servicio de la
comisaría 12ª, mientras que el sargento Suárez está
afectado a la custodia del presidente Fernando de la Rúa. Nos
arruinaron la vida, nunca se acercó a nosotros ningún jefe
de la fuerza y ellos siguen en actividad, denunció Robles
padre, testigo de cargo en el juicio.
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