Por
Fabián Lebenglik
Del
núcleo inicial de la obra de Carrà anterior a su amistad
con Boccioni y de que ambos, junto con Balla, Russolo y Severini firmaron
el manifiesto que fundó el Futurismo en pintura, quedó
muy poco, porque el propio pintor decidió destruirlo. Esto confirma,
a escala individual, el corte violento con la tradición que implicó
la nueva poética.
No hay disensos en colocar el Futurismo como una estética propiamente
italiana que desde 1910 luchó por imponer una pintura de trazos
veloces, como continuidad y celebración del funcionamiento de las
máquinas y el movimiento. En éste el futurismo fue un modo
de poner la cultura italiana en sincronía con la urgencia nacional
por industrializarse y romper con las formas sociales y económicas
del pasado. Sobre todo en el caso de una nación que había
logrado unificarse pocos años antes. La poética futurista
buscaba ponerle una bisagra al siglo XIX.
Al mismo tiempo que fundaba el Futurismo en Europa se sucedían
otras vanguardias, muchas de ellas tan ambiciosas como efímeras.
Era el caso del Unanimismo, que interesó a Carrà por el
vigor con el que la tendencia expresaba el movimiento de masas con una
fuerte carga emocional. Pero el mayor efecto sobre el Futurismo fue el
que vino del Cubismo. En cierto modo, el Futurismo es una puesta en movimiento
de los puntos de vista múltiples sobre los objetos. Así,
el grupo de Carrà conservó la noción de multiplicación
del punto de vista, pero aplicó el artificio a los objetos en movimiento,
de modo que tanto el punto de vista como el objeto pintado rotaban simultáneamente
como en un sistema solar autónomo en órbita. El resultado
es una imagen más fragmentada que la cubista, con mayor cantidad
de intersecciones en los planos y con una intención de sincronización
completa de movimientos complejos y simultáneos.
Carrà, a su vez, fue un teórico del arte y se dedicó
también a la crítica. En 1913 escribe un nuevo manifiesto
en el que propone un conjunto de correspondencias visuales en relación
con el sonido y el olfato, para que la pintura estuviera en absoluta sincronía
y conexión con la nueva percepción moderna.
En 1916, internado en un hospital de Ferrara, conoce a De Chirico y ambos
suman coincidencias que terminan con la fundación de la pintura
metafísica. Comienzan a pintar cuadros con paisajes de espacios
vacíos, o apenas poblados, estáticos, donde la inmovilidad
se contagia a todos los elementos pictóricos, que en el caso de
Carrà vibran un poco más, mientras que en De Chirico aparecen
sombras y perspectivas ilógicas. Ambos incluyen maniquíes
como figuras centrales de sus pinturas. Y si bien en ambos se advierte
un pesado hieratismo, en Carrà la aplicación de la materia
evidencia mayor sensibilidad y calidez.
La metafísica, en términos generales, supone una dualidad
a priori: por una parte se postula que existe una realidad imposible de
aprehender y por la otra, un mundo de pura apariencia, que es el que se
percibe a través de los sentidos. La llamada realidad
sería sólo accesible gracias a una operación mental
y nunca a través de los sentidos. Si la realidad es
producto de un descubrimiento sólo cognoscible por el intelecto,
la metafísica por lo tanto relega a un segundo plano todo lo referido
al deseo, al placer y a la materialidad del cuerpo. El saber metafísico
se correspondería con la postulación de un mundo oculto
tras las apariencias: se trataría de un saber secreto sobre una
realidad oculta. Si por una parte los metafísicos se sienten cerca
de la ciencia y de la filosofía, más bien el pensamiento
contemporáneo los coloca en el límite entre lo esotérico
y lo religioso.
Pero en la vorágine vanguardista, los surrealistas ideológicamente
en contra de los metafísicos sin embargo se entusiasman con
las primeraspinturas metafísicas de los italianos por el clima
misterioso, onírico y, obviamente, metafísico. De todos
modos fueron entusiasmos pasajeros.
El órgano de difusión de la escuela metafísica a
la que se suman De Pissis y el hermano de De Chirico, el músico,
escritor y pintor Alberto Savino fue la revista Valori Plastici,
fundada por el teórico y pintor Mario Broglio en Roma en 1918.
Allí se defiende la vuelta al orden neoclásico y el rescate
del prerrenacimiento y el renacimiento, acompañado por una exaltación
del fascismo.
Durante el período de entreguerras el eje arte/política
es central para comprender el recorrido del arte italiano. Buena parte
de las luchas por imponer una mirada y una estética pasa por la
relación entre los artistas y el Estado.
Uno de los movimientos artísticos emblemáticos del fascismo
fue el Novecentismo que desde su nacimiento se constituyó en la
representación artística de la ideología estética
mussoliniana: el propio Mussolini participó de la fundación
del movimiento, que también contó con Carlo Carrà.
El grupo luchaba por un arte italiano puro, inspirado en las fuentes
más puras, decidido a prescindir de todos los ismos e influencias
importados, que tan seguido han falsificado los rasgos esenciales de nuestra
raza.
Mientras la derecha se expresaba por la revista Valori Plastici, la izquierda
lo hacía por Corrente (da vita giovanile), que era el órgano
artístico antifascista.
Junto con la discusión sobre la relación incestuosa entre
arte y Estado, otro de los núcleos ideológicos de la época
de entreguerras es la búsqueda de una moral nacional,
como resultado de un orden social, político y, por supuesto, compositivo
y simbólico en relación con un arte nacional.
La gran vidriera de aquella moral y aquella estética que se proponía
desde el Estado así como la gran vidriera de su caída
y execración, varios años después fue la Bienal
de Venecia que cada dos años iba dando cuenta de la apoteosis y
el resquebrajamiento de la imagen oficial. Pero la pintura de Carrà
superó los rigores ideológicos y la Italia de posguerra
le hace un homenaje en la Bienal de 1950, donde gana el Gran Premio.
Al año siguiente de su muerte se organiza una gigantesca exposición
conmemorativa en el Palacio Real de Milán.
La muestra del Museo de Bellas Artes, que lleva el título Las
mutaciones del espíritu, abarca 65 años de obra y
está organizada por la Cancillería italiana y el Instituto
Italiano de Cultura de Buenos Aires. (Libertador 1473, hasta el 10 de
abril.)
La
memoria en Recoleta
Hasta
el 1º de abril el Centro Recoleta (Junín 1930) y la
Dirección de Derechos Humanos de la Ciudad de Buenos Aires
presentan una muestra multimedia con motivo de cumplirse los 25
años del golpe. A través de exposiciones de artes
plásticas, teatro, ciclos de video y mesas redondas, el objetivo
de esta muestra es actualizar el debate sobre dicho período
histórico como una forma de mantener vivo el recuerdo de
las violaciones de los derechos humanos cometidas por la dictadura
y continuar así con el trabajo de reflexión ética
que el afianzamiento de la democracia requiere. La muestra se compone
de varios capítulos: Identidad es una instalación
en la Sala Cronopios que reedita la experiencia presentada hace
dos años entre 13 artistas plásticos y las Abuelas
de Plaza de Mayo. Otras voces es una instalación
de Carlos Boccardo y Juan Carlos Romero, en la Sala J. Las
marcas de la memoria, en la Sala C, es una muestra compuesta
por gigantografías realizadas en base a imágenes tomadas
relevando las intervenciones plásticas marcas
que se han realizado en las distintas Marchas de la Resistencia.
En la sala 10, se exhiben fotografías sobre el trabajo del
Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) en nuestro
país desde 1984. Cita envenenada es una Instalación
de Claudia Contreras que trabaja, entre otras cosas, con material
de rezago gastronómico y vajilla de las Fuerzas Armadas.
Pañuelos de la memoria es una muestra de fotos
de Daniel García sobre las madres, abuelas y familiares.
También se exhiben Afiches como testimonio de las denuncias
contra la dictadura militar hechas por exiliados argentinos fuera
de la Argentina.
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