Pánico
Por Antonio Dal Masetto
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No hace muchos días,
las medidas propuestas por el fugaz ex ministro de Economía habían
causado una tremenda conmoción en el bar. Ahora, después
de la renuncia y el nombramiento del nuevo ministro el clima es un poco
más distendido. Cada cual cuenta cómo vivió aquella
experiencia.
Qué momento pasé, cuando escuché el anuncio
de los ajustes me agarró tal pánico que me dije: se viene
la guerra. Salí corriendo y compré 20 kilos de arroz. Menos
mal que los vientos cambiaron de rumbo rápido. Comeremos arroz
un tiempo largo pero con el estómago apaciguado.
No me hable de pánico, con la amenaza de los recortes una
de las primeras cosas que hice fue sacar todas las bombitas de luz y reemplazarlas
por otras de 15 w. Durante esos pocos días nos pareció que
habíamos vuelto al tiempo de las cavernas. Ahora, con las nuevas
propuestas económicas y las bombitas correspondientes, en mi casa
ha vuelto a brillar un poco el sol.
A mí no me alcanzaron las piernas para ir a comprar dólares.
Junté todo lo que tenía, lo que tenía mi mujer, los
ahorros de la alcancía del pibe y me encanuté doscientos
de los verdes. No será mucho, me dije, pero tampoco es poco. Me
acuerdo de la corrida y me pongo a jadear de nuevo.
Yo directamente metí las tarjetas de crédito en el
horno de la
cocina y las derretí. No gasto un centavo más a cuenta de
nada, me dije. Si tengo, bien, y si no tengo también. Ahora que
estoy un poco más tranquilo con las promesas del nuevo ministro
se las volví a pedir al Banco.
Yo tomé una actitud heroica. Cuando el ex anunció
las medidas me dije: los pocos mangos que tengo en la billetera me los
echo encima, a lo mejor después no puedo volver a tomar una copa
nunca más. Así que empecé a caminar de bar en bar
y a gastarme todo en bebidas espirituosas. Quién me quita lo bailado,
pensé. Y ahora que aflojó la angustia voy a empezar a cuidarme
el hígado.
Señores interviene un cliente que no es habitué
del bar, si me permiten quisiera contarles una historia relacionada
con esta situación. Yo soy de un pueblo de Santiago del Estero.
Un buen día el intendente informó que la situación
financiera de la Municipalidad era un desastre y que estábamos
al borde del abismo. Así que nombró un nuevo contador, el
Jabalí González, quien anunció una serie de imprescindibles
ajustes impositivos. Rubro hogar: impuesto a los malvones, rosales, ruda
y árboles en general, 20 centavos cada uno; quedaba exceptuada
la orquídea. Impuesto a las hornallas de las cocinas, 20 centavos
cada una. Canilla o grifo, 20 centavos. Perro, gato, canario, loro y cualquier
tipo de animal doméstico, un peso; quedaban exceptuados los pavos
reales. Rubro educación: se colocaría un peaje con barrera
en la entrada de las escuelas, cada alumno 10 centavos. Rubro salud: atención
en el hospital o en consultorio privado: contusiones 50 centavos, heridas
sangrantes 1,50, quebraduras 1 peso, empachos e indigestiones 1 peso,
uñas encarnadas 50 centavos; quedaba exceptuada la dolencia denominada
codo de tenista. Rubro indumentaria y calzado: sacos, pantalones, camperas,
camisas, remeras y blusas, 50 centavos; alpargatas, zapatillas y zapatos
1 peso por pie; se entregaría una oblea que los contribuyentes
lucirían en cada calzado para demostrar el pago del impuesto; quedaban
exceptuados los vestidos de gala, fracs y zapatos de charol. Los anuncios
cayeron como una bomba y cundió el pánico. Hubo una pueblada,
la gente salió en ropa interior y en pata y marcharon hacia la
Intendencia. Rápidamente el Jabalí González renunció
y nombraron a Ojo de Víbora Cagliostro, que anuló las medidas
y las reemplazó por otras que parecían menos duras. Al principio
en el pueblo hubo un alivio general, después nos dimos cuenta que
las nuevas medidas eran hermanas de las anteriores, aunque venían
envaselinadas y con moñito.En realidad desde el principio las medidas
que estaban en la cabeza del intendente eran las de Ojo de Víbora
y nos habían atemorizado con la sal inglesa para poder encajarnos
el aceite de ricino. El viejísimo cuento del policía bueno
y el policía malo: arreglá conmigo que el otro es peor.
Al oír estas últimas palabras a todos nos sacude un fogonazo
iluminador. Me quedan unos manguitos, me voy a comprar unos paquetes
más antes de que cierre el mercado, grita el del arroz. La
voy a llamar a mi mujer para que saque los tapones del tablero de la luz
y compre velas, dice el de las bombitas de 15. Tengo diez
pesos más, voy a ver si me dan dólares, dice el de
los verdes. Que alguien me preste un encendedor, ya mismo quemo
los plásticos nuevos, dice el de las tarjetas de crédito.
Al diablo con el hígado, me quedan unos billetes, Gallego
servime cinco whiskys y ponémelos en fila india, dice el
que se había echado todo encima.
REP
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