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el Kiosco de Página/12

Pánico
Por Antonio Dal Masetto

No hace muchos días, las medidas propuestas por el fugaz ex ministro de Economía habían causado una tremenda conmoción en el bar. Ahora, después de la renuncia y el nombramiento del nuevo ministro el clima es un poco más distendido. Cada cual cuenta cómo vivió aquella experiencia.
–Qué momento pasé, cuando escuché el anuncio de los ajustes me agarró tal pánico que me dije: se viene la guerra. Salí corriendo y compré 20 kilos de arroz. Menos mal que los vientos cambiaron de rumbo rápido. Comeremos arroz un tiempo largo pero con el estómago apaciguado.
–No me hable de pánico, con la amenaza de los recortes una de las primeras cosas que hice fue sacar todas las bombitas de luz y reemplazarlas por otras de 15 w. Durante esos pocos días nos pareció que habíamos vuelto al tiempo de las cavernas. Ahora, con las nuevas propuestas económicas y las bombitas correspondientes, en mi casa ha vuelto a brillar un poco el sol.
–A mí no me alcanzaron las piernas para ir a comprar dólares. Junté todo lo que tenía, lo que tenía mi mujer, los ahorros de la alcancía del pibe y me encanuté doscientos de los verdes. No será mucho, me dije, pero tampoco es poco. Me acuerdo de la corrida y me pongo a jadear de nuevo.
–Yo directamente metí las tarjetas de crédito en el horno de la
cocina y las derretí. No gasto un centavo más a cuenta de nada, me dije. Si tengo, bien, y si no tengo también. Ahora que estoy un poco más tranquilo con las promesas del nuevo ministro se las volví a pedir al Banco.
–Yo tomé una actitud heroica. Cuando el ex anunció las medidas me dije: los pocos mangos que tengo en la billetera me los echo encima, a lo mejor después no puedo volver a tomar una copa nunca más. Así que empecé a caminar de bar en bar y a gastarme todo en bebidas espirituosas. Quién me quita lo bailado, pensé. Y ahora que aflojó la angustia voy a empezar a cuidarme el hígado.
–Señores –interviene un cliente que no es habitué del bar–, si me permiten quisiera contarles una historia relacionada con esta situación. Yo soy de un pueblo de Santiago del Estero. Un buen día el intendente informó que la situación financiera de la Municipalidad era un desastre y que estábamos al borde del abismo. Así que nombró un nuevo contador, el Jabalí González, quien anunció una serie de imprescindibles ajustes impositivos. Rubro hogar: impuesto a los malvones, rosales, ruda y árboles en general, 20 centavos cada uno; quedaba exceptuada la orquídea. Impuesto a las hornallas de las cocinas, 20 centavos cada una. Canilla o grifo, 20 centavos. Perro, gato, canario, loro y cualquier tipo de animal doméstico, un peso; quedaban exceptuados los pavos reales. Rubro educación: se colocaría un peaje con barrera en la entrada de las escuelas, cada alumno 10 centavos. Rubro salud: atención en el hospital o en consultorio privado: contusiones 50 centavos, heridas sangrantes 1,50, quebraduras 1 peso, empachos e indigestiones 1 peso, uñas encarnadas 50 centavos; quedaba exceptuada la dolencia denominada codo de tenista. Rubro indumentaria y calzado: sacos, pantalones, camperas, camisas, remeras y blusas, 50 centavos; alpargatas, zapatillas y zapatos 1 peso por pie; se entregaría una oblea que los contribuyentes lucirían en cada calzado para demostrar el pago del impuesto; quedaban exceptuados los vestidos de gala, fracs y zapatos de charol. Los anuncios cayeron como una bomba y cundió el pánico. Hubo una pueblada, la gente salió en ropa interior y en pata y marcharon hacia la Intendencia. Rápidamente el Jabalí González renunció y nombraron a Ojo de Víbora Cagliostro, que anuló las medidas y las reemplazó por otras que parecían menos duras. Al principio en el pueblo hubo un alivio general, después nos dimos cuenta que las nuevas medidas eran hermanas de las anteriores, aunque venían envaselinadas y con moñito.En realidad desde el principio las medidas que estaban en la cabeza del intendente eran las de Ojo de Víbora y nos habían atemorizado con la sal inglesa para poder encajarnos el aceite de ricino. El viejísimo cuento del policía bueno y el policía malo: arreglá conmigo que el otro es peor.
Al oír estas últimas palabras a todos nos sacude un fogonazo iluminador. “Me quedan unos manguitos, me voy a comprar unos paquetes más antes de que cierre el mercado”, grita el del arroz. “La voy a llamar a mi mujer para que saque los tapones del tablero de la luz y compre velas”, dice el de las bombitas de 15. “Tengo diez pesos más, voy a ver si me dan dólares”, dice el de los verdes. “Que alguien me preste un encendedor, ya mismo quemo los plásticos nuevos”, dice el de las tarjetas de crédito. “Al diablo con el hígado, me quedan unos billetes, Gallego servime cinco whiskys y ponémelos en fila india”, dice el que se había echado todo encima.

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