Por Diego Fischerman
La historia no tiene gran importancia.
Un emperador, su mujer y su amante. Alguna intriga. Un filósofo,
Séneca, al que las cosas no le salen bien. Poco más. Lo
interesante es lo que la República Veneciana leyó de esa
historia en los comienzos del siglo XVII. Y, sobre todo, la manera en
que uno de los músicos más geniales de la historia jugó
con los ideales estéticos del momento para construir una especie
de demostración práctica de la teoría de los
afectos. Los sonidos (como los olores, las texturas y los sabores)
movían los afectos humanos y los músicos se complacían
en componer de manera que el arte imitara a la naturaleza.
Cada palabra del texto, cada matiz poético, era subrayado por ritmos,
fórmulas melódicas y hasta combinaciones tímbricas
especiales. La ópera, considerada en ese entonces un género
teatral y no musical, era el campo de experimentación ideal. Y
Monteverdi no lo desaprovechó.
En La Coronación de Poppea, estrenada en el carnaval veneciano
de 1643, no hay buenos ni malos. O, mejor, todos son ambas cosas casi
al mismo tiempo. Ottavia, la mujer de Nerón, que cerca del final
de la obra tiene a su cargo uno de los momentos más trágicos
y conmovedores, cuando marcha al exilio, es la misma que estuvo a punto
de convertirse en asesina y que no tuvo ningún reparo en manipular
a Ottone. Séneca pasa de victimario a víctima con igual
facilidad y los amantes, el colmo de la inmoralidad y el pecado, concluyen
con un dúo de ternura ejemplar, sobre la base de un bajo que se
repite invariable. Semejante espesor en los personajes no volvería
a aparecer hasta la alianza de Mozart y Da Ponte y, luego, estaría
ausente hasta el siglo XX. Un poco por eso y otro poco por las particularidades
estilísticas del canto en el barroco temprano (voces con poco vibrato,
utilización de adornos que luego cayeron en desuso), ésta
es una ópera dificilísima de cantar. Los intérpretes
deben ser, además de especialistas en la interpretación
de música antigua, buenos actores y, sobre todo, capaces de dar
con el tono de ambigüedad necesario para dar vida a los personajes.
La otra dificultad tiene que ver con la instrumentación. A diferencia
de Orfeo, no se conservan manuscritos originales de La Coronación
de Poppea y las indicaciones referidas a los instrumentos son inexistentes:
apenas los acordes y el bajo. Y la idea de versión pocas veces
resultaría más adecuada que para ésta que acaba de
editar el sello K 617, conducida por el argentino Gabriel Garrido. Una
verdadera reconstrucción del texto musical y de una orquestación
fastuosa (al contrario que en la versión de Gardiner, donde el
único acompañamiento es el del bajo continuo, ampliado a
una sección de cuerdas), incluye violines, viola, flautas dulces,
cornetos, sacabuche y un nutrido continuo conformado por dos claves, órgano,
cuatro instrumentos de cuerda pulsada (arpa, guitarras, tiorbas y guitarra
battente), violoncello, violone, lyrones y fagot. Los grandes protagonistas,
junto a ese continuo que no teme sonar por momentos como un grupo de música
popular italiana, son los cantantes. El papel de Nerón, generalmente
cantado por una mujer, aquí es interpretado por un contratenor
prodigioso, Flavio Oliver. Junto a él, Gloria Bandittelli como
Ottavia, Guillemette Laurens en el papel de Poppea y Fabián Schofrin
como Ottone, logran una versión que, en conjunto, logra opacar
las referencias hasta el momento (las dirigidas por Jacobs y por Gardiner).
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