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el Kiosco de Página/12

Concursantes
Por Rodrigo Fresán

UNO El domingo pasado –aquí en España– comenzó la segunda temporada de “Gran Hermano”. “Vuelve la alegría”, me dice Roberto Bolaño por teléfono y otra vez, todos frente a la pantalla, nos enfrentamos a una nueva primavera adictiva. Ustedes, me dicen, ya saben –por fin– a lo que me refiero. Ahí la tienen a Solita, casi nacida adentro de la caja boba (aunque pienso en que Andreíta hubiera sido la más indicada) vendiendo la idea de que después de tantos años de fidelidad ha llegado el momento de la recompensa: la gente “normal” también puede ser parte exitosa de la tele. Y los espectadores, por una vez, son dueños de sus destinos y de su permanencia ahí adentro. Ellos son los gladiadores y nuestro control remoto es el pulgar del César. Y todos felices.

DOS Sí, la idea de sentir que la vida es una especie de concurso de televisión puede llegar a ser una especie de flamante rama de la filosofía y, por lo tanto, ofrecer ciertos consuelos. Al entrar nosotros los bobos en la caja boba –al ser parte catódica del asunto– tal vez se alcance la tranquilidad de sentir que tanta vaca apestada, tanto inmigrante descalificado, tanta víctima del terrorismo, tanto ministro efímero, tanta acción del NASDAQ que sube y baja, no son más que las vicisitudes de un concurso televisivo en el que nos han elegido para participar. La cuestión, claro, está en sobrevivir y pasar a la siguiente ronda. ¡Buena suerte para todos!

TRES Llegado aquí el nuevo elenco de “Gran Hermano” desaparecieron –como por arte de zapping– los del año pasado no sin habernos dejado un invaluable regalo-moraleja: el largometraje para cine titulado El Gran Marciano. Allí –con la estrategia terrible de la cámara oculta– los engañan y los convencen de que han sido elegidos para contactar con extraterrestres. Ellos, pobrecitos, ya están dispuestos a creerse cualquier cosa, y ahora es nuestro turno de reírnos de su estupidez –del mismo modo en que ellos se rieron de la nuestra– y de presenciar cómo el espanto les cubre el rostro como una señal de ajuste cuando se enteran de la verdad, de que no era cierto, de que se trataba de una gran broma. Mientras tanto, en los noticieros –ese lugar donde se nos ofrecen resultados de otros concursos– se dice que, parece, don Camilo José Cela plagió o no, quién sabe, tal vez, ¿será posible? no creo, a una desconocida el libro con el que ganó el Planeta de 1994. Parece poco probable e ilógico pero, uh, ¿a quién se le ocurre presentarse al Premio Planeta después de haber ganado el Premio Nobel, eh? En el principio –y en la final– es el Verbo y el Verbo es Concursar.

CUATRO Réquiem por un sueño –la nueva, excelente y revulsiva película de Darren Aronofsky– cuenta eso: la adicción a ser concursante, la necesidad gratificante de sentirse capaz de ganar algo aunque sea una mierda. Allí –en una historia basada en una novela de Hubert Selby Jr.– el hijo (Jared Leto) se hace adicto a las drogas para sentirse parte de la programación de un mundo que no lo incluye en sus ratings, mientras que la madre (Ellen Burstyn) se hace adicta a las pastillas de colores para adelgazar y verse bien en la pantalla de un concurso televisivo al que le han prometido que será invitada a la brevedad. Una de esas terribles películas en que a los cinco minutos –como suele suceder en ciertos concursos, en ciertas vidas– uno ya sabe que todo va a terminar mal, que no hay ganadores sino, apenas, concursantes.

REP

 

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