Por Horacio Cecchi
Un poquito de paranoia
me agarra. Pero se banca. El otro día, iba caminando por la calle
y vi que de frente y por la misma vereda venía caminando una conocida.
Me agarró un pánico feroz, pensé estoy perdido,
me tapé la cara disimuladamente con una mano y seguí adelante.
No se dio cuenta. Si me nombraba, fui: todos hubieran escuchado quién
soy. La chica que se cruzó seguirá en el anonimato.
El de la paranoia es el fugitivo virtual de Reality Run, el juego de la
cacería humana de Internet. El Gato a secas. La escena ocurrió
en una calle porteña, durante uno de los primeros cuatro días
de persecución y fuga hacia los diez mil dólares de premio.
Cuatro caza-recompensas y una cantidad inescrutable de usuarios de Internet
pisa sus talones después de haber dado cuenta de la otra competidora.
Ayer, poco antes de que se iniciara el cuarto día de pruebas y
misiones, Página/12 mantuvo un diálogo frente a frente con
el personaje más buscado en la ciudad, el Richard Kimble porteño
y su compañera Natalia o ex Lola. Máscara mediante.
El Gato vive en la cornisa de una paradoja: alcanzará su fama si
mantiene su anonimato. En La Guarida, ex Lola lo acompaña, aunque
liberada del corset de perseguida (fue descubierta el primer día
de competencia por un equipo de participantes organizados con handies
y mapas).
Caminé 30 kilómetros por día. Tuve un pequeño
tironcito en una de mis piernas por un paso en falso, pero no es nada,
tranquiliza el Gato. Cuando entra en calor se le va, aclara
ex Lola, dejando abierta la puerta a un cúmulo de versiones románticas
que se tejen entre concurrentes al chateo. Ambos están sentados
frente a sus tazas de café y a un paquete de facturas desplegado
sobre una mesa ratona. Ex Lola da un sorbo y muerde una medialuna. El
café del Gato se enfría. Salvo sus ojos, que analizan la
textura de las facturas, el resto de su rostro incluyendo la boca están
cubiertos por una máscara.
¿Cómo es sentir que la cabeza de uno tiene precio?
Es un juego. No es peligroso. Una de las reglas es que el que te
detecte no te puede tocar, aunque prefiero que me den una trompada antes
que perder los diez mil pesos sostiene el Gato.
Después admite que se siente presión. Sobre todo,
con una de las cámaras de la guarida que es móvil. Apenas
te movés ves cómo los usuarios la mueven y te van siguiendo
los pasos a cualquier rincón que vayas.
El Gato eligió llamarse el Gato por una sencilla promesa anticipatoria:
Siempre caigo de pie. Natalia no eligió ex Lola, sino
Lola, por cuestiones más estratégicas. Antes de empezar
explica ella, alquilé películas para sentirme
en la piel de un perseguido. Alquilé El Fugitivo, El Santo, como
seis películas señala, mientras el Gato, gesticulando
con su rostro enmascarado hacia arriba y hacia abajo, afirma que él
también lo hizo. Una era Corre, Lola, corre. Me gustó
ese nombre porque no me gustaba. Nadie me relacionaría con él
porque jamás lo usaría.
El runner porteño fue seleccionado porque resultó ser un
apasionado de los deportes extremos con tendencia a asumir riesgos. No
cuando intuyo un peligro concreto, aclaró. Me atrae
sentir que corre la adrenalina. El Gato ya tuvo la oportunidad de
pasar por esa sensación en los últimos cuatro días.
Una tuvo lugar cuando se cruzó con la conocida, a la que eludió
contorsionando su cuerpo debajo de su brazo. El teléfono que lleva
pegado a su cuerpo, repitiendo todo el sonido ambiente que lo rodea en
las pantallas de los usuarios, es una fábrica de pistas.
La otra oportunidad tuvo lugar cuando su misión era comprar un
libro de Harry Potter en la librería Fausto, de Corrientes al 1300.
La cajera atendió el teléfono en el momento en que el Gato
estaba junto a la caja, libro en mano. Hola, librería Fausto,
dijo la joven, y la frente del Gato comenzó a gotear adrenalina.
A una cuadra, Christian Johansen y Rodrigo Mantillán, dos de los
hunters del juego, hurgaban en los comercios buscando al prófugo.
Y en Corrientes y Paraná, Paola Anselmi y Juliana Gómez,
las otras dos cazadoras, intentaban cerrar el círculo. ¿Con
tarjeta o en efectivo?, preguntó atenta la cajera. Dame
el ticket. ¡Ya!, exigió el Gato a cara anónima
y descubierta, mientras pelaba billetes de su bolsillo. Esa vez, la adrenalina
corrió en vano. A una cuadra, los cazadores no estaban conectados
al audio del sistema.
El miércoles pasado, una nueva situación. Misión:
comprar pan, jamón y queso en un supermercado frente al parque
Rivadavia, preparar un sandwich y comerlo en un banco de la plaza. El
ticket del supermercado exhibido por el Gato era de las 14.10. La clave
para los cazadores en Internet: En discos viejos hay una pista sugerente.
La deducción de Christian fue: Discos viejos, parque Rivadavia
y hacia allá enfilaron. Rodrigo, entretanto, seguía colgado
de una intuición: una barra de códigos, semejante a la de
los productos de supermercado, había aparecido en el site del juego
y, según él, no tenía sentido por lo que se trataba
de una pista. Llegaron al Disco frente al parque a las 14.20. Rodrigo
fue al súper. Christian y las dos chicas recorrieron el parque.
A esa hora, el Gato abandonaba el lugar.
Lejos de las misiones, pero cerca del mismo suplicio, mamá Gato
comparte el sudor frío de la adrenalina. Es la única persona
que, fuera de la producción, sabe quién es el Gato. Y como
pocas cosas son más estresantes para una madre que la fama sin
nombre de un hijo, descarga su angustia en frecuentes conversaciones telefónicas
con su nueva amiga: la mamá de ex Lola.
El creador del juego
El primero fue en Berlín. El segundo en Buenos Aires,
dice Alexander Skora, creador del Reality Run, abogado de 30 años
y entusiasta practicante de deportes de aventura. Skora llegó
a Buenos Aires para supervisar cada uno de los pasos de la competencia.
A tal punto llegó su obsesión que se monta en el vehículo
de uno de los dos equipos de cazadores y los sigue en cada uno de
los pasos de la búsqueda para cerciorarse de que todo marche
como debe marchar y para detectar posibles correcciones al programa.
Demasiado rápido, señala cuando habla
de la captura de Lola. El mapa era muy chico, hubo que ajustar
eso. Acá fueron muy inteligentes. Por eso hay que poner más
dificultad. Pero los planes de Skora no terminan en el Gato
o sus hunters. Ya arregló una próxima cacería
en San Francisco, y está negociando para seguir en Chicago,
Boston, South Beach de Miami, Nueva Orleans y una gran final en
Nueva York. Como los pilotos de Fórmula Uno, que son
vistos como héroes sueña Skora. El fugitivo,
si pasa la prueba en San Francisco, correrá en la siguiente
ciudad y sucesivamente hasta la final. También mantiene
negociaciones en Madrid, Barcelona, Roma y Milán. Su pretensión
es que, en algún momento, la persecución virtual se
realice en todo el mundo. Un usuario chino podrá participar
ofreciendo datos de una persecución en Brasil, asegura.
Aunque Skora no tiene explicación por la rápida adaptación
de los competidores porteños, hay una lógica sencilla.
El juego es alemán, pero genuinamente local: ya Eduardo Duhalde
lo había impuesto por decreto poniendo recompensas por datos
certeros sobre una cabeza.
|
|