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ARAFAT VUELVE A DESAFIAR A ISRAEL TRAS EL ATAQUE A SU GUARDIA
La orden que no llega de parar la Intifada

Fuerza 17, el ejército de 3500 hombres que vela por la seguridad de Yasser Arafat,
y que Israel atacó anteayer, está en el centro de la guerra israelo-palestina.

Yasser Arafat, rodeado de guardaespaldas, contempla las ruinas del cuartel general de Fuerza 17.

Los palestinos buscan
refugio ayer en Ramalá.

Por Suzanne Goldenberg *
Desde Ramalá

Yasser Arafat se enfrentó ayer a nuevas presiones internacionales para terminar con la Intifada palestina que ya lleva seis meses, mientras visitaba el lugar atacado con misiles por los israelíes en los cuarteles de su equipo personal de guardias de seguridad. El ataque efectuado por helicópteros artillados en Ramalá sobre Fuerza 17 confirmó la reputación de la unidad como la más selecta de la docena o más de organizaciones de seguridad en Cisjordania y Gaza. Subrayando el hecho, ayer Arafat se bajó de su helicóptero y marchó directamente hacia una guardia de honor de Fuerza 17, vestidos con uniformes oliva y boinas negras. Mientras saludaba, una banda tocaba el himno palestino.
Arafat dijo que la intifada continuaría “hasta que la bandera palestina flamee sobre las paredes, iglesias y mezquitas de Jerusalén”. En los últimos días, el primer ministro israelí, Ariel Sharon, acusó regularmente a la Fuerza 17 –y por extensión a Arafat mismo– de los ataques en las carreteras contra los colones judíos, e indirectamente de los ataques con bombas dentro de Israel de los que se han hecho responsables grupos militantes como Hamas y el Jihad Islámico. A comienzos de este mes, los oficiales militares israelíes dijeron que habían establecido un vínculo entre el comandante de Fuerza 17 en Cisjordania y las emboscadas a lo largo del camino que une Jerusalén y Ramalá en las que murieron ocho judíos motoristas. En la Franja de Gaza, los israelíes acusan a Fuerza 17 de montar ataques con morteros.
El 14 de febrero, helicópteros artillados israelíes dispararon una andanada de misiles a un automóvil de un coronel de Fuerza 17 en la Franja de Gaza, el segundo miembro de la fuerza que fue muerto. Otro miembro de la fuerza fue muerto por disparos de las fuerzas israelíes en choques ayer en la Franja de Gaza, donde también murieron dos jóvenes palestinos. Fuerza 17 surgió a mediados de la década de 1970 y tomó el nombre de una extensión telefónica de su fundador, Ali Hassan Salameh, en los cuarteles palestinos del barrio Fak’hani de Beirut occidental. Para los palestinos, Salameh fue una figura legendaria. Casado con una reina de belleza libanesa coronada Miss Universo, inspiró un personaje en la novela de John le Carre, La chica del tambor. Para los israelíes era unos de sus enemigos más peligrosos: el hombre responsable de los ataques a sus atletas en las Olimpíadas de Munich de 1972. Fue asesinado por un coche bomba israelí en 1979. Pero la fuerza que creó, sobrevivió: una unidad comando con una lealtad incuestionable hacia Arafat y otros líderes de su movimiento Fatah.
Después de tres meses de entrenamiento físico y de armas, los miembros de Fuerza 17 son enviados a destinos lejanos de sus ciudades natales y aislados de los miembros de sus familias para asegurar su total lealtad al líder palestino. Cuando Arafat regresó a Gaza en 1994, 300 soldados de Fuerza 17 llegaron también, y este núcleo de veteranos endurecidos en la batalla, venidos del Líbano, sigue siendo el centro de la milicia, que se cree está compuesta por 3500 personas.
Mahmour Damara, el jefe de bajo perfil de la guardia presidencial de Arafat en Ramalá, describe a sus hombres como “el primer círculo de defensa alrededor del líder palestino.” “Los israelíes claramente apuntan al presidente Arafat y a Fuerza 17”, dijo Damara ayer, de pie ante los destrozados edificios de la unidad. “Pero esperamos cualquier cosa de ellos. Este es un gobierno de guerra.” A su vez, los militares israelíes declaran que Damara proveyó a los miembros de su fuerza con armas y definió las políticas para los ataques terroristas. Damara niega este rol. “Nuestro deber es defender al presidente”, dijo a la agencia de noticias Associated Press.
Pero a pesar de la reputación de Fuerza 17, muchos de sus nuevos reclutas son de mucho menor calibre que lo que imagina Israel. Afuera de una oficina de Fuerza 17 en la vecina Beituniya ayer, había un único centinela: Ibrahim al-Nafar, un muchacho flacucho de 18 años vestido en ropas civiles. El joven de Gaza, que recibe un sueldo de 230 dólares más hospedaje y comida, dijo que lo habían dejado atrás cuando se les dijo a sus camaradas que se dispersaran por temor a que los israelíes continuaran los ataques.
Arafat, cuyas apariciones en Cisjordania han sido escasas desde que comenzó la intifada, estaba ayer de un humor desafiante. Pero enfrentó un nuevo llamado del presidente norteamericano George Bush condenando a los terroristas suicidas que provocaron los ataques aéreos sobre Ramalá y Gaza. “El líder palestino debe hablar pública y enérgicamente en un lenguaje que los palestinos puedan comprender para condenar la violencia y el terror”, dijo Bush. Pero una amenaza de una mayor escalada de violencia fue hecha por Ahmad Helles, el secretario general del Fatah en Gaza. “Si atacan a nuestras ciudades y a nuestros civiles, entonces cada lugar de Israel es un blanco legítimo para nuestro combatientes,” dijo en una manifestación.

* De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12
Traducción: Celita Doyhambéhère

 


 

DIA TAWIL, QUIEN SE VOLO A SI MISMO EN JERUSALEN
Cómo se fabrica un kamikaze

Por S.G.
Desde Ramalá, Cisjordania

Para los Tawil, una familia no particularmente religiosa de profesionales de clase media, la noticia de que su hijo Dia, de 19 años, era el atacante suicida que se voló a sí mismo en Jerusalén llegó como un shock. Ayer, en una manzana de edificios de departamentos en Ramalá, Cisjordania, envuelto en enormes pancartas con el rostro del muchacho y las banderas verdes de los fundamentalistas islámicos, su madre sollozante recibía sentada a una larga fila de deudos. “Iba a cumplir 20 años el 26 de abril. No había visto nada de la vida aún –decía su hermana Nida–. Nunca supe lo serio que era cuando decía ‘Adoro a la gente que hace estos atentados por su país y entrega su alma a Dios’. Yo solía decirle: ‘¿Tendrías el coraje?’.” Para la penuria de su familia –pero también para su orgullo– lo tenía.
Luego de volverse crecientemente religioso en sus últimos años en la escuela secundaria, Dia se unió secretamente a Hamas y abandonó su objetivo de completar el curso en ingeniería eléctrica que seguía en la Universidad Bir Zeit, para volverse un terrorista kamikaze. El único indicio de un cambio fue su agitación creciente en las batallas diarias que se libraban frente a la casa de la familia cerca del hotel City Inn, una esquina que ha producido una de las cifras más altas de bajas de la Intifada en la acción de los francotiradores del ejército israelí desde edificios a medio construir contra los pistoleros y tirapiedras palestinos. “Desde nuestra casa podíamos verlo todo, y él se enfurecía si veía que lo alcanzaban a alguien –dijo la hermana–. Ese chico de nueve años al que mataron mientras estaba sentado en una habitación: cuando él vio eso en TV, le vino un ataque de nervios y lloró por una hora. Y dijo: ‘No quiero volverme loco pero me están forzando a volverme loco’.”
El martes, su hermano se ajustó un cinturón de explosivos, caminó hacia la parada del bus número 6 en French Hill, un asentamiento judío en el norte de Jerusalén, y se hizo explotar. Otro atentado kamikaze, ocurrido anteayer en el centro de Israel, había matado a dos niños que iban a la escuela y había herido a otro, pero Tawil sólo logró matarse a sí mismo, aunque hirió a más de 30 personas. Sin embargo, en su pueblo natal, Tawil ya era ayer un héroe. Su imagen adornaba la oficina central del barrio AlBireh y un video suyo era expuesto por la televisión palestina. Tawil estaba en la vanguardia de la nueva ola de atentados suicidas planificada por el ala armada del movimiento islámico Hamas, que amenaza con la presencia en Israel de otros siete aspirantes a mártires dispuestos a seguir su suerte.
Nida Tawil, que estudió en Florida durante dos años, puede entender por qué, desde fuera de la sociedad palestina, los demás pueden ver el último acto de Tawil con odio. Pero agrega que fueron los hechos de los últimos seis meses los que lo llevaron a matar civiles. “Cuando alguien se pregunta por qué mató a civiles, yo digo: ellos (los israelíes) también matan a civiles. Entonces, ¿por qué lo que hacemos nosotros es un crimen y lo que ellos hacen no?”

 

DEBATE
Por Edwin Yabo *

Del estado de la palabra

Con una mezcla de disgusto y dolor, leímos el artículo “Del estado del Estado de Israel” firmado por el poeta Juan Gelman y publicado en estas páginas el pasado domingo 18/3, sobre las circunstancias que rodearon su arribo al aeropuerto Ben Gurion cuando visitó Israel recientemente. Dolor, porque como Embajada del Estado de Israel hubiéramos preferido que haya sido otra la sensación de Gelman al llegar a nuestro país, y disgusto, porque el lector pasa del relato de una injusticia tal vez cometida contra el señor Gelman a ser testigo de otra injusticia cometida por él mismo. La injusticia de la generalización, de la comparación que surge del enojo, de la maldición que no es otra cosa que la palabra mal dicha.
En el supuesto caso que los hechos hayan sucedido como Gelman los relata, el artículo hubiera debido titularse “Lo que me pasó en Israel” y no “El estado del Estado de Israel”.
El judaísmo le otorga a la palabra una fundamental importancia. Fundamental, porque –según las escrituras– Dios no creó al mundo agitando una vara ni utilizando otros efectos especiales. Simplemente dijo: “... y se hizo”.
La palabra tiene en el judaísmo un valor que nos sobrepasa, un poder no ordinario, muchas veces oculto. Con la palabra se crea y se destruye. Desde el comienzo de la historia hasta nuestros días, sobre las espaldas de los escribas de los rollos de la Torá, pesa la responsabilidad de no cometer errores en su tarea de copiado, ya que el cambio de una sola palabra puede resultar en la destrucción del mundo. Este respeto por la palabra hace que la polémica y la discusión de textos e ideas sean parte de la cultura judaica. En una misma página del Talmud son capaces de convivir opiniones opuestas de distintos exégetas. La misma página, no en otra, ni en otro libro.
Este es el verdadero sustrato de la democracia israelí moderna. El respeto por la idea ajena está atávicamente presente en las bases de la cultura civil de la sociedad israelí. La democracia del Estado de Israel, activa, vibrante, imperfecta también, se traduce en un parlamento pluralista que incluso da lugar a voces de quienes están en contra del propio Estado. El poder judicial es la institución con más credibilidad del país. Su compromiso con la libertad y la justicia ha sido uno de los factores que explica la inaudita posibilidad de una democracia sin constitución o carta magna.
Teniendo en cuenta lo expuesto, resulta un exceso de imaginación lo que sospecha Gelman, que el Estado de Israel –a falta de otros problemas– se dedica a revisar las ideas de sus dos millones de visitantes anuales (muchos de ellos en peregrinaje, provenientes de países hostiles o que no tienen relaciones con Israel). Sin perjuicio de que tal vez Gelman haya sido víctima del mal proceder de algún uniformado (sic), la democracia se caracteriza también por la aplicación de la ley sobre todos. No existen personas por encima de la ley, ni el presidente, ni el primer ministro, ni los ciudadanos, ni los policías ni tampoco... los poetas. No existe contradicción alguna entre democracia y que un uniformado solicite documentos identificatorios antes o después del control de pasaportes.
Si no fuera porque las palabras son el arte y oficio del señor Gelman sus aseveraciones serían menos dolorosas. Al cambiar las palabras se ha destruido el mundo. Al variar su debido significado, todo da igual. Todo puede ser llamado por el mismo nombre y calificado con el mismo adjetivo. Es así como se llega a que gris es negro (porque hay blanco o negro nada más) y se pone a Hitler junto a Stalin y a un guardia israelí. Problemas con la policía resultan en persecución ideológica, la denuncia de una azafata remite a crímenes de genocidio, y se pasa de la Rusia zarista y el asesinato de judíos al problema palestino israelí.
La disyuntiva no está entre ser perseguido o perseguidor –como indica en su artículo Gelman–. Estas no son las opciones del ser judío. No somos o fuimos perseguidos, alguien nos persiguió y tenemos el derecho de que no nos persigan. Por otro lado tenemos el derecho a defendernos y de que por ello no seamos tildados de perseguidores. Según el señor Gelman, el permitir que se nos masacre con bombas suicidas en los autobuses, que disparen sobre nuestras casas, que nos ataquen con coches bombas, serían políticas que tendrían más que ver con el judaísmo. Pero otros pensamos distinto: tenemos derechos a no extrañar al ghetto zarista ni a los cosacos y tenemos derecho a que Gelman nos crea verdaderamente judíos también.
Nadie confunde opiniones o críticas al Estado de Israel con antisemitismo, como presupone Gelman. Pero el artículo revela –más que una opinión o una crítica– la intención de denostar y generar daño y confusión. Que un poeta asegure que el Estado de Israel tiene “políticas genocidas” es malversación de fondos en un administrador, abuso de poder en un político, mala praxis en un médico. En Israel no existen políticas de exterminio. Sí tenemos un conflicto armado, duro y sangriento donde sufrimos palestinos e israelíes y se trabaja con tenacidad en el arduo camino de la negociación.
Gelman escribió su artículo; el daño ya está hecho. No hay juzgado que condene las malas comparaciones y las adjetivaciones ofensivas.

* Primer secretario de la Embajada de Israel para asuntos de prensa y cultura.

 

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