Por Fernando DAddario
Por decimosexta vez, quien escribe
estas líneas entrará en una sala cinematográfica
para ver La canción es la misma, la película de Led Zeppelin
que se mantuvo en cartel en el cine Lara (Avenida de Mayo 1221, lugar
que en estos momentos se está reciclando en una sucursal del Banco
Galicia) entre setiembre de 1978 y diciembre de 1989, batiendo records
de permanencia, aguante rockero y tolerancia vecinal. La nueva cita, sustentada
en la conmemoración del 25º aniversario de su estreno, será
esta noche y mañana (21 y 23.30 hs) en el cine De la Comedia, Rodríguez
Peña 1062. Lo que se verá es la versión original
completa, remasterizada en imagen y sonido, un detalle nimio para los
cruzados de aquellos tiempos, pero relevante en función de exigencias
estéticas que se van afinando con el correr de los años.
En honor a la rigurosidad periodística, que los recuerdos se empeñan
en relativizar, habrá que aclarar que no fueron quince sino diez
las veces que este cronista vio la película, pero ¿quién
dice la verdad en estos casos? Mucho menos en un rubro tan competitivo
como el del rockero clásico, que agiganta, agrega, multiplica y
deforma recuerdos heroicos a partir de una estéril puja de fidelidad
militante. Debe reconocerse que La canción es la misma (The song
remains the same, que fue dirigida en 1976 por Peter Clifton y Joe Massot,
pero a nadie le importaba el dato) fue una de las más fértiles
usinas de imaginación popular que fermentaron en la Buenos Aires
de los años 80. Lucho, un esmerado ex guitarrista que aún
hoy, en una parada de taxis de Palermo Viejo, se jacta de sus hazañas
rockeras, asegura que durante dos años no faltó un solo
sábado al ritual del cine Lara, y no hay dios que se atreva a desmentirlo.
Quien haya compartido al menos un par de trasnoches con él, dejará
constancia del carácter integral de sus jornadas nocturnas,
de su ánimo en general abúlico que se iba agitando
a medida que la tardecita del sábado se iba apagando, de su ginebrita
previa para ir calentando el ambiente, de la renovación
periódica de sus remeras zepelinescas (se le conocieron más
de quince modelos que siempre lucían en primer plano la figura
de su ídolo, Jimmy Page, o en su defecto su guitarra, es decir
otro objeto de adoración), de su entrada triunfal, el saludo de
rigor a los camaradas de trasnoche y su ceremoniosa ubicación de
la décima a la decimoquinta fila, preferentemente a la izquierda.
Entonces, cuando el Gallego (nadie corroboró nunca
país de procedencia, pero para todos era el Gallego) decidía
comenzar la proyección, el grupo de conjurados se entregaba nuevamente
a la magia esto dicho en sentido literal de Zeppelin, que
en extrañísima alquimia, se nutría también
de la magia de ese lugar.
En ese cine Lara que sus dueños primitivos diseñaron emulando
a su símil de España, una chica llamada Verónica,
que sin ser fan no podía evadir la responsabilidad de acompañar
a su novio los sábados a la noche, fumó su primer porro.
Un debut menos inspirado en el libre ejercicio de la voluntad que en la
absorción, vía ósmosis, de la humareda que se formaba
no bien Robert Plant pegaba un par de maullidos bluseros. Los vaivenes
del techo corredizo, que en algunas circunstancias ayudaban a descomprimir
el ambiente, solían motivar, lluvia mediante, súbitos reposicionamientos
dentro de la sala, generalmente en momentos claves de la película.
Por ejemplo, durante el cuelgue ácido de Whole lotta love,
instante propicio para la ingesta indiscriminada de anfetas y pastillitas
de colores, pero no para mojarse como un imbécil. En Stairway
to heaven era frecuente que la cinta fallara, pero los cortes abruptos
no sólo eran festejados, sino anticipados por los iniciados en
el ritual, que seguían, con mímica y ademanes, las alternativas
del tema, coronando el salto fílmico con un aplauso (un auto aplauso,
claro).
¿Hay una explicación para ese fenómeno? Cuesta encontrarla.
Debe decirse que eso que pasaba allí no representaba
lo que los libros de rock definen como década del 80:
no había glamour, ni peinados nuevos ni esa elegancia gélida
que contagió a chicos y chicas agrupados en distintos estilos musicales,
pero uniformados bajo ciertas pautas culturales de la época. Y
sin embargo, esos pibes que habían tomado por asalto el cine Lara
para reproducir mecánicamente su fervor rockero, también
eran década del 80, sólo que formaban parte
de otro ghetto, menos determinante a la hora de marcar tendencias,
por su carácter de emergente setentista. Si bien La canción
es la misma se estrenó en 1978 (24 de mayo del 78, cerca
del inicio del Mundial de todos), el ritual se multiplicó
a partir del retorno democrático, como ocurrió con otros
films rockeros (Lets spend the night together, The Wall, Deja que
haya rock), aun cuando su estreno en los países de origen no coincidiera
cronológicamente. Es que en aquella época, antes de que
Internet, MTV y la tan mentada globalización modelaran una sensación
de simultaneidad de lo que está pasando, mucho de lo
que en el Primer Mundo era objeto de revival, aquí, en la Argentina,
constituía una suerte de presente continuo.
Cuando ya estaba por finalizar esa década, en los barrios y en
los suburbios de Buenos Aires, los solos increíbles del maestro
Jimmy Page, los contoneos felinos de Robert Plant, los viajes psicodélicos
que se sucedían en el film, eran absolutamente actuales.
Que Zeppelin estuviese separado desde hacía años, que el
gran John Bonham ya se hubiese muerto, que inclusive el punk (el movimiento
que desplazó a los dinosaurios) fuese un noble recuerdo,
eran detalles que se diluían frente a lo verdaderamente importante:
como tantas otras cosas, esa fiesta también empezaba a apagarse
lentamente. Una noche dijeron en el Lara que estaba prohibido fumar, decreto
que apuntaba mucho más allá de la salud pulmonar de los
asistentes. Los que sobrevivieron a la prohibición comentan que
allá por 1989, disimulados agentes de seguridad recorrían
los pasillos de la sala, seguramente con algodones en los oídos.
Ya no hay onda, fue una de las frases más escuchadas
por entonces. Un día La canción es la misma fue levantada
de cartel. Hubo que buscar otras excusas para aguantar hasta las tres
de la mañana y tomarse el súper tanque de cerveza en Serafín,
y hay gente que recién volvió a reencontrarse en 1996, cuando
Page y Plant (en carne y hueso, algo ciertamente perjudicial) tocaron
por fin en Buenos Aires. Hoy la canción no es la misma, claro,
pero la cita en el cine De la Comedia puede ser un nuevo motivo de reencuentro.
Ah, no fueron diez sino seis las veces que este cronista vio la película.
Todo lo demás es cierto.
La sabíamos
de memoria
La vi como cuarenta veces, era sagrada, porque durante mucho
tiempo fue lo único que había los sábados si
querías ver música, dice Tete, bajista de La
Renga, delatando su fanatismo. En el 80, 81, casi
no había recitales de rock, y mucho menos películas
rockeras. Era la salida obligada. Nos juntábamos en el barrio,
en Mataderos, con el Chizzo, con mi hermano, y otros amigos, y nos
íbamos para el Lara. Page, Plant, el Bonzo, eran impresionantes.
La sabíamos de memoria, y siempre hacíamos lo mismo:
cuando aparecía la policía la silbábamos, era
como una descarga. Ahora la tengo grabada. Son esas cosas que a
lo mejor no ves por un buen tiempo, pero sabés que las tenés
ahí. Y para La Renga, tanto Zeppelin como esa película
tienen una importancia especial. La canción Los mismos
de siempre está un poco inspirada en eso, porque el
Lara era el lugar donde nos juntábamos todos los rockeros.
Eramos realmente los mismos de siempre, y cuando faltaba alguno
se notaba.
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Los otros rituales
del rock
A diferencia de algunas películas emblemáticas de
rock que fueron vistas en la década del 70, como Woodstock
y Tommy, otras debieron esperar (por problemas de censura o por
simple desinterés comercial) la llegada de la democracia.
Aquí, algunos ejemplos:
Lets spend the
night together: Lo máximo para la tribu Stone. Retrata con
intensidad la gira estadounidense de los Rolling Stones en 1981.
Tuvo más vida útil en video que en cines, pero se
recuerda su proyección de contrabando en el viejo
Halley de la calle Esmeralda.
The Wall: Clásico
de clásicos. La película de Pink Floyd (perdón,
de Alan Parker) fue un ritual en el Select de Lavalle, y para muchos
representó una iniciación en varios sentidos.
Deja que haya rock: Film
de culto para los fans de AC/DC, las proezas de Angus Young y del
fallecido Bon Scott se veían en sótanos y videobares
metálicos. Hubo una serie de fines de semana
en el Maxi, a todo trapo.
Heavy metal (universo
de fantasía): Dibujitos animados basados en la revista Metal
Hurlant, en un viaje con música de Black Sabbath,
Cheap Trick y Blue Oyster Cult, entre otros.
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