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EMPEZO EL JUICIO CONTRA ETCHECOLATZ POR AMENAZAS A UNOS JOVENES
Con el mismo odio y el mismo gesto

El represor dijo que los chicos que lo increparon �me privaron de la libertad�. Si lo condenan podría volver a prisión.

El comisario retirado Miguel Etchecolatz desplegó toda su perversión y cinismo.
“¿Culpa de qué? ¿De haber defendido a la patria de que esa manga de vandálicos pusieran la bandera roja?”

Por Victoria Ginzberg

Un escalofrío corrió por la espalda de los presentes cuando el represor Miguel Osvaldo Etchecolatz tomó el arma con las dos manos y, apuntando hacia el frente, giró sobre sí mismo. Su mirada casi se cruzó con la de una de sus víctimas, el diputado Alfredo Bravo, y con las de las Madres de Plaza de Mayo Taty Almeida, Aurora Morea y Nora Cortiñas. El comisario, ex mano derecha de Ramón Camps durante la dictadura militar, mostró de esa manera al juez Omar Facciuto cómo había empuñado el revólver el 9 de enero de 1999, cuando amenazó a un grupo de jóvenes en una plaza porteña. Ayer, durante su declaración en el juicio oral por ese delito, Etchecolatz se explayó sobre su participación en la represión ilegal: “estuve bajo proceso por haber combatido a la subversión marxista. Tuvimos que enfrentarnos a ese enemigo demoníaco”, afirmó.
El 9 de enero de 1999 Fernando Coppola y Roberto Samar caminaban por la plaza Monseñor De Andrea de Córdoba y Anchorena cuando vieron a Etchecolatz, que estaba paseando su perro. “Nos sumamos a un grupo que lo repudiaba porque estábamos en contra de que estuviera en la plaza. Pero él seguía con una sonrisa sarcástica como si nada hubiera pasado”, relató ayer Coppola. El joven, que está representado por Horacio Ravenna y Ernesto Moreau, de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), declaró que un rato después advirtieron un nuevo disturbio y vieron que “le tiraron huevos, lo ensuciaron y, sorpresivamente, él sacó una pistola de una bolsita y nos apuntó”. Coppola aseguró que en ese momento entró “en pánico” y que atinó a refugiarse tras un auto. El arma, se supo después, era de plástico, pero las pericias indicaron que tenía la potencia de una pistola de aire comprimido.
En el momento de su testimonio, Etchecolatz osciló entre presentarse como una víctima y reivindicar su labor como segundo jefe de la policía bonaerense durante la última dictadura. La versión del represor, que denunció por “privación ilegal de la libertad” a los jóvenes que lo querellaron, es la siguiente: estaba paseando a su perro cuando Coppola, Samar y dos amigos, a quienes llamó “delincuentes” –después de las quejas de los representantes de la APDH les dijo “niños bien, muy educaditos”– lo tomaron por detrás, lo inmovilizaron y lo retuvieron “ilegalmente detenido” durante quince minutos. “Ellos compraron huevos. Me empezaron a tirar huevos y piedras y yo parecía un panqueque”, afirmó.
El acusado se quejó varias veces del rechazo que causa su libertad. “No era la primera vez que era objeto de agresiones y escarnio, como lo soy hasta el día de la fecha”. “Mi mujer y mi suegra no pueden salir a la calle a hacer las compras”, dijo, entre otras cosas. Y agregó, con su tono calmo y burlón que exasperaba: “recibí agresiones en mi domicilio por los escraches y tuve que pagar reparaciones en mi edificio. Lo hizo la agrupación HIJOS, no sé hijos de qué... pero son hijos”.
En relación específica a la amenaza, Etchecolatz relató que sacó “una pistola plástica” pero afirmó que consideró esta actitud como “un medio de disuasión, no de agresión”. El fiscal Sebastián Randle estimó que las palabras del represor implicaban una confesión y sugirió la realización de un juicio abreviado, pero no obtuvo eco en ninguna de las otras partes.
–Después del episodio ¿usted sintió culpa? –le preguntó el abogado Moreau sobre la amenaza en la plaza.
–¿Culpa de qué? ¿De haber defendido a la patria de que esa manga de vandálicos pusieran la bandera roja? –fue la respuesta del represor.
Etchecolatz le debe su libertad a la ley de Obediencia Debida. En 1986 fue condenado a 23 años de prisión por su responsabilidad en 95 casos de tormentos. En esta oportunidad, aunque reciba una condena menor, deberá volver a prisión ya que el 3 de noviembre de 1998 fue sentenciado a tres años en suspenso por haber injuriado y calumniado al diputado Bravo en sulibro, La Otra Campana del Nunca Más y en el programa “Hora Clave” del 28 de agosto de 1997. Por televisión, el represor aseguró que hubiera sido “un mérito” violar a una mujer. La vuelta a la cárcel se efectuaría cuando las decisiones judiciales queden firmes.
Etchecolatz también podría ser citado por el juez Rodolfo Canicoba Corral por su responsabilidad en el plan sistemático para apropiarse de hijos de desaparecidos y, en La Plata, se está estudiando el pedido del juez Leopoldo Schiffrin, quien reclamó que se lo convoque por desapariciones, homicidios y torturas por los que no fue juzgado en 1986.
El juicio por amenazas continuará el viernes próximo, cuando comparecerán el resto de los testigos. Ayer, el represor comprobó nuevamente el repudio que causa su presencia. Fue abucheado e insultado a la salida del tribunal y tuvo que ser conducido hasta un taxi a través de un apretado cordón policial.

 

“Apesta a ideología”

“Este expediente apesta a ideología”, dijo el abogado Adolfo Casabal Elia, uno de los abogados del represor Miguel Osvaldo Etchecolatz. Como réplica, los representantes de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos le respondieron que no tenían problemas con que la defensa se hiciera cargo de que la ideología de su defendido apestaba. Después del cruce verbal, el fiscal pidió calma y reclamó que no haya más expresiones “ideológicas”. Los abogados de Etchecolatz estuvieron de acuerdo y aprovecharon para hacer un pedido especial: que las “señoras” que estaban en primera fila presenciando el debate se quitaran el pañuelo blanco de sus cabezas. El símbolo de las Madres de Plaza de Mayo era lo que más perturbaba al represor. Eso, y la mirada de Alfredo Bravo, víctima directa de Etchecolatz. “Pareciera que la presencia del señor Bravo es un mensaje hacia el juez”, dijo el propio acusado. El magistrado Omar Facciuto no se dejó convencer. “Es un juicio público –dijo– y no puedo inmiscuirme en la vestimenta de los presentes.”

 

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Las órdenes precisas del policía

Por Adriana Meyer

Miguel Etchecolatz tiene más de una preocupación judicial. En la causa sobre la sustracción sistemática de menores durante la dictadura los denunciantes volvieron a pedir su declaración indagatoria y aportaron nuevas pruebas. Una copia del legajo de los policías que intervinieron en el procedimiento en el cual desapareció Clara Anahí Mariani aparece como irrefutable: el documento expresa que ese operativo fue dispuesto y organizado por el director general de Investigaciones de la Policía bonaerense, es decir, el entonces comisario Etchecolatz. De este modo se puede probar la cadena de mandos en acción.
En agosto, el abogado que representa a parte de los querellantes del caso, Alberto Pedroncini, le había solicitado al ex juez Adolfo Bagnasco la indagatoria del represor. Desde entonces hubo novedades en el expediente. Ana María Di Salvo, María Susana Reyes, Raúl Elizalde, Gabriela Gooley, Hugo Marini, Nora Rolli y Graciela Marcioni declararon como testigos y se refirieron a hechos cometidos en centros clandestinos de detención ubicados en dependencias de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, área de responsabilidad de Etchecolatz.
En una causa por el delito de privación ilegal de la libertad contra Jorge Rafael Videla radicada en La Plata declararon los policías que participaron en el operativo en que fue secuestrada la nieta de María Isabel de Mariani, y aseguraron que durante ese procedimiento estaban en la terraza del edificio Ramón Camps y Etchecolatz. Adolfo Sigwald también declaró y afirmó que llegó al lugar de los hechos cuando ya habían ocurrido, al igual que Carlos “Pajarito” Suárez Mason. Es decir que todos reconocieron que estuvieron allí, lo que demuestra que la operación fue ejecutada por el Ejército –Suárez Mason era jefe de la zona 1 mientras que Sigwald comandaba la subzona 13–, en dependencia operacional de la policía bonaerense.
“La Jefatura lo felicita por haber protagonizado un acto destacado del servicio, ante una profunda y acertada investigación encabezada por el Director General de Investigaciones (Etchecolatz), quien al frente de un grupo de hombres de alto nivel funcional ubican una finca donde se guarnecían varios delincuentes”, escribieron los superiores de uno de los policías. Según Pedroncini, esto acredita “la capacidad de decisión del comisario represor en la cadena de mandos y su condición de autor mediato”.

 

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