Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
KIOSCO12


JOAO GILBERTO RETOMO SU ROMANCE CON BUENOS AIRES
El famoso socio del silencio

El legendario astro de la bossa nova tocó y cantó durante casi tres horas, en un gesto de complicidad con un público que lo idolatró.

Joao Gilberto concretará esta noche su tercer y último show en Buenos Aires.

Por Fernando D’Addario

Más allá de la garantía de excelencia artística, detalle que en este caso estaba fuera de discusión, las perspectivas para el primer concierto de Joao Gilberto no eran favorables: en la tarde del jueves, el maestro bahiano lucía un humor de perros, acaso por un persistente dolor de espalda, o tal vez simplemente porque se trataba de Joao, y él es así. Se llegó a pensar que no actuaría, alternativa extrema que finalmente fue desechada por el artista, como tantas veces, aunque el recorrido entre la suite del hotel donde se hospeda y el escenario (en el salón Libertador del mismo hotel, por las dudas) quedó regido por la imprevisibilidad. El show estaba pautado para las 21.30, pero Joao no baja nunca de su habitación antes de las 22. Además, había muchos espejos en los pasillos del hotel, y el co-inventor de la bossa nova odia los espejos. Hubo que cambiar el recorrido. Mientras tanto, buena parte de las 1300 personas que poblaban el salón comenzaban a manifestar su descontento por la demora, y terminaron echando a los gritos a un esmerado locutor que sólo pretendía presentar el espectáculo.
Así, en ese contexto, la aparición de Joao en el escenario generó algo así como la materialización de un milagro. La tensión que parecía retroalimentarse arriba y abajo del escenario fue bajando hasta derivar en un estado de gracia compartido por artista y público. Una botella de champagne descorchada inoportunamente y unas copas caídas al piso en plena clase maestra de bossa nova no perturbaron el incipiente buen humor de Joao, y aunque con él nunca se sabe, esas fueron las primeras señales positivas. De todo lo demás se encargó este hombre de 70 años, enorme en su minimalismo, seductor desde el más aséptico espíritu antisocial. En su tercera visita a Buenos Aires (una ciudad a la que ama sin conocer, porque no sale del hotel) empezó a tocar y a cantar: viejos sambas, joyas olvidadas de la bossa nova, algún bolero, todo tamizado por el efecto Joao, ese entramado inexplicable de ritmo y armonía que patentó como “batida” y que le permite cantar una cosa, tocar otra y concluir en un tercer elemento, inseparable de los otros dos, pero autónomo e ingobernable. Joao sonrió frente a su platea (segundo dato auspicioso), y alguien le pidió: “Falsa bahiana”. Y Joao cantó “Falsa bahiana”. A partir de allí, arreciaron los pedidos, la mayoría en un portugués perfecto, corregido en años de amor por la música brasileña: “Doralice”, “Eu vim da Bahía”, “Desde que o samba e samba”. Y el ídolo cumplió las peticiones una tras otra, y arengó a la gente para que le pidiera otra, y otra, y otra. Un cuadro inimaginable un par de horas atrás.
De ese modo, Joao repasó cuarenta años de historia en poco menos de tres horas. Quizás haya sido mucho. Algunos, bien trajeados, pero ajenos al fenómeno, empezaron a irse a partir de la hora y media de show. Era curioso ver cómo, mientras algunas mesas se iban despoblando (una señora muy bien vestida llegó a decir: “Es una lástima que este señor no tenga voz”), los que se quedaban permanecían sumergidos en un estado de éxtasis indefinido y sólo “bajaban” al mundo para aplaudir. Joao ni se detuvo para tomar agua. Intentó expresar su gratitud con palabras, pero se hizo entender mejor cada vez que despojó sus canciones hasta desnudar su belleza más profunda: “Retrato en branco e preto”, “Chega de saudade”,”Desafinado”, los boleros “Bésame mucho” y “Mujer”, entre otras. Se fue sin saludar, y sin hacer “Garota de Ipanema”. Nadie se lo reclamó.

 

PRINCIPAL