Terrorismos
Por Juan Gelman
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No puedo comenzar este artículo
sin expresar, como judío, mi más enérgico repudio
a los atentados de grupos integristas árabes contra la población
civil israelí: una beba de 10 meses asesinada en Hebrón
(lunes); 33 israelíes heridos y un kamikaze palestino muerto en
Jerusalén (martes); dos escolares israelíes de 14 y 16 años
muertos y otros cuatro heridos por un kamikaze de Hamas (miércoles).
No puedo continuar este artículo sin expresar, como judío,
mi más enérgico repudio a los asesinatos de civiles palestinos
cometidos por las tropas israelíes: un niño palestino en
Dura, cerca de Hebrón; tiraba piedras (martes); un palestino de
12 años muerto y otros tres, menores de 12, heridos por el estallido
de una mina israelí en Rafah (miércoles); dos menores palestinos
de 13 y 17 años muertos cerca del paso de Erz entre Gaza e Israel;
arrojaban piedras (jueves); seis palestinos muertos y más de 100
heridos en Ramalá, Cisjordania y la Franja de Gaza; manifestaban
en otro Día de la Ira y por el Día de
la Tierra, conmemoración anual de las protestas de 1976 contra
la expropiación de terrenos árabes en las que murieron seis
palestinos; las tropas israelíes usaron fuego real y balas de acero
revestidas de goma contra manifestantes que gritaban y arrojaban piedras.
Cabe sumar el cerco de hambre impuesto a Hebrón enclave de
400 israelíes en medio de 120.000 árabes y otras zonas
palestinas autónomas por tropas del Estado de Israel, quinta potencia
militar del mundo. El gobierno israelí justifica esas políticas
en la necesidad de autodefensa y seguridad. El balance de muertos desde
que comenzó la intifada que Ariel Sharon provocara en setiembre
de 2000 es de 379 palestinos, 69 israelíes, 13 árabes israelíes
y un alemán: corresponde reconocer que Israel se defiende bastante
bien.
El gobierno Sharon procura tenazmente confundir a los terroristas integristas
árabes de Hamas y el Jihad con la intifada. Sería lo mismo
confundir a toda la sociedad israelí con el estudiante ultraortodoxo
israelí Yigal Amir que asesinó a Rabin en 1995, luego de
que éste concretara en Oslo los términos de la devolución
de tierras usurpadas a los palestinos. Pero el intento de Sharon está
perdiendo techo internacional. La Unión Europea señaló
que la violencia no pondrá fin al problema y hasta el Departamento
de Estado declaró no creemos que este conflicto tenga una
solución militar después del ataque israelí
con helicópteros artillados a seis blancos militares palestinos
(miércoles). En efecto, más bien se trata de que Israel
cumpla las resoluciones de las Naciones Unidas: la 181 del 29-11-47 que
creó el Estado de Israel y le concedió el 78 por ciento
del territorio de Palestina; la 194 del 11-12-48 que estableció
el retorno de los palestinos refugiados, y la 242 del 2212-67, que no
admite la adquisición por la fuerza de territorios palestinos que
Israel ocupó luego de la guerra de 1967. La historia del expansionismo
israelí es conocida.
Miles de palestinos fueron forzados a abandonar sus tierras incluso antes
de la existencia del Estado de Israel. En 1947-48, cuando Palestina aún
se hallaba bajo mandato británico, grupos terroristas como el Irgún
los fueron expulsando con matanzas y destrucciones, como su líder
Menahem Begin reconoció en La revuelta. Esa política
continuó bajo el Estado de Israel: entre 1948 y 1949 fueron destruidos
418 poblados civiles árabes, lo que obligó a un 80 por ciento
de su población a refugiarse en países vecinos y otros no
tanto. El historiador israelí Benny Morris analiza en su libro
1948 and After (1990) las actividades de los llamados comités
de traslado organizados por Yosef Weitz con el objetivo de estimular
la emigración árabe. Sus métodos arrasar casas
y cultivos palestinos, difundir rumores para crear pánico y finalmente
el uso de la fuerza recuerdan extrañamente los aplicados
por el brigadier Osvaldo Cacciatore, intendente de Buenos Aires bajo la
dictadura militar, para erradicar a200.000 pobladores de villas miserias
a fin de tener una ciudad mejor para la mejor gente.
Moshe Sharett, que fue el primer canciller de Israel en 1948 y además
primer ministro de 1953 a 1955, dejó en su Diario publicado
después de su muerte en 1965 y abundantemente citado por Gabriel
Sheffer en Moshe Sharett. Biography of a Political Moderate (Clarendon
Press, Oxford, 1997) un notable testimonio acerca de que no todos
los dirigentes israelíes compartían esa práctica
antipalestina dominante. Es decir, él no la compartía. En
octubre de 1953 una unidad militar israelí comandada por Sharon
incursionó en la aldea árabe de Qibya y dinamitó
50 casas con ocupantes civiles adentro: 70 muertos.
Sharett escribe en su diario al conocer la noticia: Entré
en mi oficina confundido, completamente deprimido e impotente... Formalmente
ahora soy responsable y por qué debería cargar yo con la
responsabilidad de una operación realizada contra mi objeción
explícita. Pero cargó con ella: ayudó a pulir
el mensaje radial en que Ben Gurión afirmaba que el gobierno
de Israel rechaza vigorosamente la absurda y fantástica alegación
de que 600 efectivos de las Fuerzas de Defensa de Israel tomaron parte
en la acción... Ni una sola de las unidades del ejército
estaba fuera de sus cuarteles la noche del ataque a Qibya. Sharett
prefería métodos menos violentos. Me siento como un
hombre que camina en un oscuro laberinto, anotó en su diario
en enero de 1955.
Ehud Sprinzak, politólogo y catedrático de la Universidad
Hebrea de Jerusalén, señala en Brother Against Brother (Free
Press, Nueva York, 1999) que el terrorismo extremista israelí recomenzó
después de la guerra de 1967, inspirado por los rabinos ultraortodoxos
Meir Kahane y Moshe Levinger. Hubo atentados contra alcaldes árabes,
un intento fracasado de volar los lugares santos musulmanes de Haram al-Shariff
en Jerusalén, el ataque contra el Colegio Islámico de Hebrón
(tres estudiantes palestinos muertos), la intentona fracasada de volar
cinco ómnibus árabes, la matanza de palestinos en la Tumba
de los Patriarcas de Hebrón (1994) que dejó un saldo de
29 muertos y más de 100 heridos. Como se advierte, terroristas
y ultras hubo y hay en los dos lados. Aunque el Estado de Israel no necesita
hoy grupos clandestinos para reprimir y humillar diariamente a una población
palestina de 1.200.000 habitantes, no faltan israelíes como Yigal
Amir o como Gadi Ben Zimrah, que en 1989 irrumpió en una aldea
árabe y asesinó a una palestina de 13 años. Fue condenado
a 8 meses de prisión. Mejor le fue al rabino ultraortodoxo Levinger:
lo dejaron en libertad sin una reprimenda siquiera cuando mató
a un tendero palestino en una calle de Hebrón. Y luego, están
los colonos israelíes, civiles armados que ocupan tierras palestinas
usurpadas. Un estudio del organismo humanitario israelí BTselem,
conocido por la seriedad de sus análisis, indica que fueron sobre
todo colonos israelíes quienes mataron a 112 palestinos, incluidos
23 menores de 17 años, durante la intifada de 1997-98. No suelen
ser juzgados ni procesados y caminan tranquilamente por la calle, ametralladora
al hombro.
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