Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
KIOSCO12


De la Rúa con poca imagen y �menos poder� que Cavallo

Una encuesta le da 57,3 por ciento de rechazo al gobierno. El mejor número
que puede mostrar es el 81,5 que aprueba los nuevos aranceles a los importados.

Según un estudio de opinión realizado en Capital y varios partidos del Gran Buenos Aires por los Equipos de Investigación Social (Equis), el único capital político del gobierno parece estar depositado en su ministro de Economía. Mientras que el presidente Fernando de la Rúa tiene una imagen positiva de apenas el 18,5 por ciento y una negativa del 57,3, e inspira sensaciones de “bronca, tristeza, desconfianza y desilusión” en una amplia mayoría de los encuestados, el plan de Domingo Cavallo logra un 47,3 por ciento de acuerdo, el mejor guarismo que puede mostrar el gobierno. Hasta el 41 por ciento de oposición que despiertan las medidas se compensa con el masivo 81,5 de acuerdo con la suba de aranceles a los artículos de consumo importados. Un resultado, previsible, es que un 56,1 por ciento piensa que Cavallo tiene más poder que el presidente.
Un 77,2 por ciento de los encuestados ve como “negativa” a la gestión del gobierno, un 15,5 la ve como “regular” y apenas un 4,3 la aprueba. A las malas “sensaciones” que despierta la figura presidencial (ver gráfico abajo), se le suma el dato de que apenas un 13,6 por ciento de los encuestados lo votaría de nuevo si hubiera elecciones hoy. Cavallo lo superaría con el 18,4, aunque el ministro perdería frente al robusto 39,1 por ciento que dice que hoy votaría al gobernador bonaerense Carlos Ruckauf. En cuanto al rechazo –los que contestan que “no lo votarían nunca”– De la Rúa está primero con el 39,8 por ciento, seguido por Cavallo (15,8) y Ruckauf (13). Un alto 22,8 por ciento no supo qué contestar y un robusto 12,7 contestó que jamás votaría a ninguno.
Como se ve en el cuadro al pie de página, la imagen del presidente es mala para el 57,3 por ciento de los encuestados y positiva para el 18,5, mientras que un 24,2 lo ve apenas como regular. Ruckauf tiene una mayoría absoluta que lo ve en términos positivos (52,7 por ciento) y un casi empate entre “regular” y “negativo”, con 20,6 y 25,4 respectivamente. Cavallo polariza casi exactamente a los consultados: 36,4 positivo, 31,3 regular y 32,3 negativo.
Pero su naciente plan económico logró el mejor número para el gobierno con un 47,3 por ciento de acuerdo. Claro que un 41 por ciento está en desacuerdo y un 11,7 es indiferente o no sabe qué pensar. Lo más popular que puede mostrar el oficialismo es la protección del mercado: un 81,5 por ciento de los encuestados estuvo de acuerdo con el aumento de aranceles a los artículos importados, con apenas el 12,4 en contra. Curiosamente, la medida tuvo la misma aprobación en la cosmopolita Capital (83,8) que en el cordón industrial bonaerense (80,7 por ciento).
El optimismo se traslada a las perspectivas respecto a la situación socioeconómica del país: un 47,5 por ciento espera que mejoren, con un 18,9 que no cree que haya cambios y un 15,8 que espera que todo empeore. Sin embargo, el nivel económico de los encuestados marcó fuertes desniveles en la relación optimismo/pesimismo. Sólo el 29,3 por ciento de los pobres espera mejorar su situación, mientras que un 31,3 cree que seguirá igual y un 25,3 teme empeorar. En la otra punta del espectro, la clase media alta y alta, el 68,6 de los encuestados cree que mejorará, el 25,6 espera seguir igual, el 5,8 no sabe qué pensar y absolutamente ninguno cree que su situación pueda empeorar.

 

OPINION
Alberto Ferrari Etcheberry
Cualquier parecido con la realidad es simplemente inevitable

En política se discute si es bueno o lícito negociar con el diablo. A menudo la cuestión se solapa con el contenido ético de la política, como si fueran sinónimos. Y este contenido ético, a su vez, se desgrana desordenadamente de acuerdo al valor que se privilegie, por lo que una cuestión que es específica de la sustancia de lo político –la negociación y el compromiso– se desdibuja como consecuencia del contrabando axiológico que se le otorga a la contraparte, o sea, al diablo. En concreto: en política ninguna negociación está prohibida, so pena de negar la política. Es lícito, pues, negociar con el diablo. La cuestión, así entendida, se traslada a otro terreno, propio de lo político: el terreno del cómo, del para qué y del precio.
¿Y quién es el diablo? Para Winston Churchill, los obreros de la huelga general de 1926 y su líder, Ernest Bevin, eran el diablo. Y Churchill era la personificación de Satanás para ellos y para todo laborista. Pero en 1940 negociaron y se unieron. ¿Para qué? Para derrotar a Hitler. ¿Cómo? En un gobierno de coalición formado por los partidos. ¿A qué precio? Salvar a Inglaterra a cambio de una Inglaterra más justa: la del Estado de Bienestar. Sin embargo, para el proletariado británico Churchill siguió siendo Satanás y seguramente para Churchill el socialismo no cambió su naturaleza diabólica, a pesar de que hasta hoy en la entrada principal del Foreign Office se yergue el busto del único de sus titulares que ha logrado ese honor: Ernest Bevin.
Conclusión: negociar con el diablo no supone negar al diablo. Ni amarlo.
Por lo demás, el contrato con Mefistófeles tiene una larga historia, anterior a la política si se la entiende como exigencia del Estado moderno. A finales del siglo XVI se corporiza en la escritura la leyenda del doctor Fausto, quien, es sabido, para lograr la sabiduría pacta entregarle a Mefistófeles cuerpo y alma por toda la eternidad. El diablo, tras burlarse de Fausto con mil traiciones y perrerías, ejecuta el contrato y le cobra el precio. El anónimo autor va más allá del personaje histórico para dar testimonio de las convicciones antipapales de la reforma luterana y castigar la pretensión de quien “sólo quiere disfrutar del mundo negándose a pensar en la eternidad”. El doctor Fausto es un pretencioso pasivo que para suplir su confesada ineptitud recurre al cómodo arbitrio del pacto diabólico. De ahí que su condena sea inexorable.
Entre las muchas versiones posteriores, el Fausto de Goethe implica un cambio cualitativo esencial: pese al pacto con Mefistófeles, Fausto se salva. Ahora se trata de un Fausto activo, racionalista, que sabe que el diablo, por definición, es traicionero y tramposo; un Fausto de instintos nobles, que busca la verdad en la realidad entendida a través de la dialéctica hegeliana. Fausto, aquí, no es un ser pasivo sino un hombre de acción, un cultivador de la praxis. El contraste parece útil para comprender la negociación política con el adversario, y aun con el diablo.
El pacto celebrado desde la luz, activamente, asumiendo la naturaleza diabólica del contratante, explicando las razones, desde la acción, sin abjurar principios ni mandatos, con fuerza y dignidad, con objetivos claros e instrumentos firmes, llegará a un buen final: Churchill y Bevin.
El pacto celebrado desde la pasividad, cuando no en las sombras, violando las normas y escondiendo los motivos, por quien recurre a Satanás con irresponsable ignorancia de su naturaleza prepotente y taimada y porque “sólo quiere disfrutar del mundo –esto es, el poder– negándose a pensar en la eternidad” –esto es, en sus obligaciones con la historia– en definitiva, en el terreno del diablo, no llevará sino a la derrota y a la perdición.

 

PRINCIPAL