Por Julio Nudler
El ejercicio es simple. La conclusión,
más bien tétrica. Consiste en suponer crecimiento cero para
el 2001. Es decir, un Producto Interno Bruto como el del 2000, apenas
superior a los 280 mil millones de pesos. La deuda pública, de
137,5 mil millones de dólares, equivale a más de un 48 por
ciento del PIB, y sus servicios (los intereses a pagar) se llevan fácilmente
cuatro puntos de ese Producto. La pregunta es entonces qué debería
suceder en el bienio siguiente es decir, los dos años que
le restarán a Fernando de la Rúa en la Rosada para
que la deuda y sus servicios se mantuviesen más o menos dentro
de las mismas proporciones en relación al PIB. Deberían
suceder, en verdad, por lo menos dos cosas. La primera es que la economía
creciera a un ritmo no inferior al 7,7 por ciento anual tanto en 2002
como en 2003. Que ello pueda lograrse parece hoy un sueño. La segunda
condición es que el fisco obtenga un superávit primario
(el calculado antes de contabilizar los intereses a pagar) de entre 4500
y 5000 millones por año, lo cual implica un gran esfuerzo de ajuste.
La conclusión, enunciada recientemente por Jorge Vasconcelos, de
Fundación Mediterránea, después de pasear un láser
rojo por los números mencionados, es que la hipótesis de
crecimiento cero para este 2001 planteaba en realidad un escenario imposible.
En otros términos: después de casi tres años de recesión,
con una deuda que ya significa más de cinco meses de Producto y
una situación social y política en veloz deterioro, este
año no hay medias tintas. O la Argentina crece o su economía
profundiza su depresión, con una contracción adicional de
su PIB, quizás en un 3 por ciento. Esta fue, detalle más,
detalle menos, la composición de lugar con que Domingo Cavallo
se metió en el Gobierno, diferenciándose del eclecticismo
de José Luis Machinea y del excluyente enfoque fiscal de Ricardo
López Murphy. Pero la conciencia de que la única salida
es crecer ya mismo sólo garantiza que Cavallo lo intentará.
No que va a lograrlo.
Los mediterráneos comprenden que con una economía en recesión
los indicadores de la deuda se tornan explosivos, y que debiendo refinanciar
los vencimientos a tasas de dos dígitos, cuando ya la hipoteca
merodea la mitad del PIB, no hay manera de frenar el aluvión. Por
supuesto, es la misma película de espanto que miran los mercados
y catapulta el riesgo argentino por encima de los 900 puntos, 300 más
que el colombiano y 500 por arriba del mexicano. Según Vasconcelos,
la Argentina debe conseguir reducir la sobretasa que paga su deuda pública
hasta perforar el nivel de Colombia. Pero la clave está en el diagnóstico,
y éste dice que el problema de la deuda pública dejó
de ser una cuestión puramente fiscal. Esto significa que no se
arregla con más ajuste, porque éste sólo realimenta
el círculo vicioso, agravado por factores externos, como el superdólar
(depreciación del euro y del real), e internos, como la indexación
de algunas tarifas por la inflación estadounidense.
La pregunta es cómo piensan los mediterráneos romper ese
círculo vicioso, sin recurrir a una devaluación del peso.
Parte de su estrategia ya se puso en marcha con las primeras medidas de
Cavallo. Además de buscar una base amplia de apoyo político
y la delegación de poderes, la creación del impuesto a las
cuentas corrientes, gravando débitos y créditos, apuntó
directamente a calmar la inquietud de los acreedores: el Tesoro, como
deudor, se asegura plata fresca. Eventualmente, ante algún bache
financiero, Hacienda podría incluso pedirles a los bancos un préstamo
a cuenta de los futuros ingresos de ese impuesto, que servirán
de garantía.
Otro conjunto de ideas procurará sacar la inversión del
pozo. Desde Infraestructura se buscará convertir a ciertas concesiones
como la explotación de rutas por peaje en activos líquidos,
transferibles, cuyo valor de mercado premie o penalice a los concesionarios,
de acuerdo a cómo hagan las cosas. Lo que Carlos Bastos evitaría
es negociar inversiones por tarifas, como se hizo en la gestión
Machinea, porque eso afectaría aún más la competitividad
de los sectores usuarios. Lo que no está claro, sin embargo, es
qué será de las indexaciones, originadas en realidad en
lagestión anterior de Cavallo. Tampoco se dijo si contra la reducción
a cero del arancel para importar bienes de capital, informáticos
y de telecomunicaciones, incluyendo sus partes y piezas, se exigirá
la disminución de tarifas.
Entre las herramientas para reactivar se destaca la intención de
saldar la deuda (no documentada) que mantiene la AFIP, por unos $ 6000
millones, con empresas que ostentan saldos técnicos favorables
en tributos como el IVA. En esta situación están sobre todo
las que hicieron las mayores inversiones. Que el Estado se declare resuelto
a devolverles todo ese dinero equivale a capitalizarlas, volviéndolas
atractivas para otros inversores, locales o extranjeros. Pero la plata
para esta política debe ser aportada por el blanqueo que anunció
algo vagamente Cavallo, y cuyo éxito es por el momento poco probable.
Para que los dueños de capitales negros se decidan a comprar con
éstos un bono estatal de baja renta, y esperar cinco o seis años
hasta recuperar el dinero, deben ante todo confiar en que, llegado el
momento, Hacienda tendrá la plata. Y, además, sentir que
corren un riesgo cierto de ser descubiertos y castigados por Impositiva
y la Justicia si no blanquean.
En cuanto a cómo encarar la falta de competitividad, los mediterráneos
se plantean como prioridad bajarles costos e impuestos a los sectores
transables (los que producen bienes que se exportan o se disputan con
los importados el mercado interno), y recién como segunda instancia
la reforma del Estado. Por ahora, todo queda en el terreno de los propósitos,
realizables en la medida en que la economía reaccione y la recaudación
dé margen para algunas audacias.
La mayor mostrada hasta ahora por Economía fue la ruptura del arancel
externo común del Mercosur, elevando al 35 por ciento el derecho
aduanero para introducir bienes de consumo desde extrazona (el resto del
mundo), una medida que mezcla afanes proteccionistas (sólo hasta
tanto se restablezca la competitividad, aclaran los mediterráneos)
con apetito fiscal. En realidad, aunque la medida puede hacerles el campo
orégano a los exportadores brasileños, y también
alentar el ingreso de productos reetiquetados en Uruguay o Paraguay, revela
de un modo extraño la impaciencia de Cavallo con Brasil, a cuyos
negociadores piensa correrlos con la opción del ALCA.
Una variable bastante desprovista dentro del esquema es el consumo, a
cuyo servicio se pone, cuanto mucho, el siempre prometido empleo más
eficiente del gasto social, además del anhelado cambio de expectativas
de los consumidores, que impulsaría la demanda de quienes hoy tienen
medios pero también miedo. Así, y aunque el mundo entero
bordee la recesión, tal vez la Argentina se gane un segundo semestre
diferente.
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