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LE ROBARON SU IDENTIDAD Y AHORA VIVE UNA PESADILLA
El hombre de las mil caras

En 1997 a Luis Ladio le robaron un maletín con documentos, chequeras y dinero. Poco después empezó la locura: lo inhabilitaron por una cuenta a su nombre que desconocía, lo demandaron por compras que no hizo y un alquiler que jamás pactó. Múltiples Ladios actuaron en su nombre. Ahora pueden rematarle su casa.
Luis Ladio dice que no da más: en el último tiempo vive para negar operaciones que alguien hizo en su nombre.

Por Alejandra Dandan

Los esperaban afuera. Ni Luis Ladio, ni su cliente lo sabían. Terminaban una operación en Beccar. Habían dejado los autos estacionados fuera del local y la persiana baja. “Fue un error”, dirá Ladio más tarde sentado en la mesa de un bar del centro, perdido en el laberinto en el que ha quedado preso desde ese maldito 13 de mayo de 1997. Los asaltaron. Con los documentos Luis perdió su identidad detrás de una multiplicidad de dobles que ejecutaron estafas. Durante estos años fue tomado por vendedor de diamantes, joyero, empresario de bienes raíces y, muchas otras veces, estafador. Lo inhabilitaron dos veces y están por rematarle la casa. Nunca supo cuántos son o fueron sus dobles. Sabe que los hay; han aprendido los trazos de su firma y reemplazaron su foto del documento robado. Ahora su propia imagen está puesta en duda, como parte de una historia construida por la demencia. Aquí Ladio cuenta esa “usurpación de identidad”, la historia que empieza a transitar en una causa penal iniciada contra él mismo duplicado en un fantasma.
La operación estaba cerrada. Ladio guardó en su maletín los cheques y unos dos mil pesos en efectivo. Eran casi las nueve de la noche. Los dos hombres abrieron la puerta de calle. La banda esperaba del otro lado. Pusieron a Ladio contra la pared. Le sacaron el maletín y antes de salir corriendo probaron, sin resultados, llevarse su auto. “Intenté seguirlos -se acuerda Ladio desde este bar–, esas cosas que uno a veces hace sin querer... Cuando vi que se metían en la villa me volví.” Era villa Saucesito. Dos meses después, Ladio supo a raíz de un informe policial que el jefe de la banda moría en otro asalto.
Un día después de Beccar, Ladio hizo la denuncia por el robo de dos mil dólares, chequeras, carpetas de clientes y documento de identidad. Hasta ahí, era propietario y presidente de una pyme de venta y reparación de fotocopiadoras, de una cartera de clientes de empresas de primera línea, de dos cuentas corrientes y de una casa en Vicente López. Ese día mismo día alguien, en algún lugar, comenzaba a fabricar un nuevo Ladio: sus chequeras, los documentos de terceros, la agenda con direcciones y teléfonos, mailing y nombres de clientes de primer nivel fueron vendidos.
Ese día Ladio cayó en la trampa.

La trampa

Al pie de dos hojas con anotaciones de fechas, nombres y causas judiciales, Ladio escribe su dirección y dos teléfonos. En unas líneas, encadena y refuerza datos y explicaciones con la precisión de un biógrafo. De eso habla en el bar que empieza a poblarse. Eligió una mesa en el fondo. Puso ahí una carpeta enorme con papeles. Ni siquiera la abre, sólo la mantiene apretada bien firme bajo los brazos.
Aunque la entrevista fue acordada, él está asustado. Quiere esperar unos días, dice, y antes formalizar una denuncia penal. El Juzgado 16 en lo Civil y Comercial está a punto de rematarle su casa por una demanda plagada de trampas. La denuncia penal será contra los querellantes y el objetivo es frenar el remate de la casa.
–Yo soy jugador de ajedrez y me encanta la estrategia –se entusiasma de pronto–: sé que tengo 41 caminos, pero en este tema si atajo por este lado, me agarran por el otro. Al final –concluye–: tengo que demostrar lo que es la verdad, paso de ser víctima a victimario.
Eso le dijo una vez uno de los gerentes del Banco Central. Había pasado un año del robo de Beccar. Era la segunda vez que lo inhabilitaban comercialmente. El gerente lo citó en su oficina y le confió:
–Oigame –dijo–: usted ha pasado de víctima a victimario.
La primera inhabilitación fue en setiembre del ‘97. Ladio recibió un llamado del Banco Francés, uno de sus dos bancos. No podía continuar operando con su cuenta, le dijeron. Los problemas no se habían originado en esa sucursal, pero tampoco tenían informaciones sobre las causas. Lomandaron al Banco Central: “Me enteré de que yo –aún sorprendido– había abierto una cuenta a mi nombre en el Banco de Boston”.

Doble de cuerpo

La cuenta era de la sucursal Tribunales del Banco de Boston. Había sido abierta poco después del robo, con la duplicación original de su firma y una dirección falsa. Ladio aparecía firmando cheques por dos y tres mil pesos. Durante unos meses, los dobles hicieron operaciones de forma regular hasta que empezaron las estafas. Cuando Ladio lo supo, tenía una demanda primero por nueve y después por 17 cheques sin fondos.
“Qué sorpresa se llevó la gerente cuando me vio”, dice. En la oficina, la mujer tenía a alguien que aseguraba no ser el dueño del nombre y apellido en deuda con el banco. Le habían falsificado todo: documento y hasta esa firma en una operación que el banco no pudo explicar. Ladio estaba seguro de que sus dobles habían usado su nombre para las estafas. Era posible que durante unos meses hubiesen cumplido todos los compromisos para acceder a las chequeras del banco y a cierta libertad para moverse en rojo. Cuando los números los convencieron, habrían dado el golpe final que dejó fuera de sistema al Ladio real.
Ladio fue conociendo el mecanismo de a poco. La gerenta puso a disposición la estructura operativa para las investigaciones. Un perito calígrafo determinó la falsificación de la firma usada por sus dobles y Ladio volvió a moverse normalmente sólo hasta julio del año siguiente: un nuevo llamado de su banco llegaba a su casa. Otra vez, le habían cerrado las cuentas.
A esa altura, el real visitaba el Veraz como a su psicólogo. Una vez por semana consultaba su carpeta de antecedentes esperando –ya entrenado– las observaciones más disparatadas. Allí iban quedando los reclamos de empresarios rabiosos que, de vez en cuando, llamaban a su casa. Aunque nunca se había cruzado con sus otros yos, estaba seguro de que al menos podía compararlos con los rufianes conocidos en las películas de malos. A Vicente López llamaban joyeros de la calle Florida desesperados por el pago de diamantes. Para otros, Ladio era, en cambio, un asiduo –y adeudado– comprador de valijas y cueros adquiridos en distintos puntos del microcentro. Era cliente adinerado, garantizado por Okey check: “Es una empresa que garantiza cheques –averiguó tiempo después–, una compañía de información que prestó avales a mi nombre porque cuando el falso yo se los pidió, ellos creyeron que era confiable”.
Mientras su abogado se dedicaba a desalentar reclamos, Ladio fue pensando en volverse espía: “La usurpación de identidad existe –dice ahora con distancia clínica–: cuando se valen de datos reales”. Sigue: “Yo tengo dos cuentas bancarias y en veinte años no tuve ningún cheque rechazado. Tengo tarjetas, créditos, empresas que me proveen y me venden y me dan crédito y tuve un nombre de muchos años y prestigio: cualquiera puede valerse de mis agendas y anotaciones para pasar por mí y, cuando se descubre, siempre es tarde”.
A partir de allí su afición por el ajedrez le permitió intuir que las jugadas peligrosas llegarían desde cualquier lugar. Su informe en el Veraz aumentaba de dimensiones mientras él tramitaba el modo de modificarlos.
–¿Por qué no cambió el teléfono?
–Uno tiene que ser más trasparente que nunca: seguir en la guía, seguir con mi teléfono. Aparte hay que tener en cuenta que sigo teniendo muchos clientes y no lo di a conocer por el efecto contrario a que a mí me parecía estar expuesto, porque vamos a ser realistas: uno está acostumbrado hoy por hoy a pensar que en algo andará.
–¿Su doble es uno solo o hay varios?
–Ojalá pudiese encontrar alguno; uno tiene la fantasía de terminar convirtiéndose en detective. He mandado gente a las direcciones falsas que entregaban, pero encontré casas usurpadas. Esa era una de las del Banco de Boston.

El espejo

Lo peor no son los dobles, sino la multiplicación: Ladio queda borrado detrás de cada una de las imágenes de sus otros yos que toman su cuerpo. El sólo puede ser Ladio sin réplicas. “Soy yo el que va a hacer el trámite, yo voy al banco y saco una cuenta. Yo voy –dice por fin– y tengo que demostrar lo que es verdad: esto es como el fascismo cuando se empieza a generar una noticia, al final, pasa a ser verdad lo que es falso y se vuelve poco creíble la verdad”.
Para evitar nuevos problemas un día cambió el título de la casa. Puso la propiedad como bien de familia. Pero no sirvió. Los miembros de lo que Ladio menciona como organización se habían adelantado: la trampa volvió a encerrarlo y a Ladio este año le anunciaron del embargo.
Por una suma de situaciones, entre ellas la escuela especial de uno de sus hijos, su familia pensó mudarse. Cuando empezaron con los trámites saltó el embargo. Ladio buscó el punto exacto en que había intervenido su doble desquiciado.
La demanda la hizo el supuesto dueño de un departamento del microcentro. Ladio le habría alquilado la casa de Perú 84, piso 5, dpto. 78 en enero de 1997 o sea, antes de la primera denuncia. Allí hasta el teléfono y las boletas de cable aparecieron a su nombre. La fecha del alquiler también es anterior a la inscripción de su casa como bien de familia. Y según el expediente 689178/98 del juzgado comercial 16, no sólo alquilaba sino, además, era garante.
El dueño de aquella valija cargada de documentos una noche en Beccar nunca supo ni de sus deudas ni de su alquiler ni siquiera que alguien le hacía un juicio. Las notificaciones del juzgado fueron obstinadamente dirigidas a Perú 84.
Ese desvío de información complicó la ya poco verosímil defensa: cuando Ladio lo supo, concluía el tiempo para responder las demandas. Ahora mientras un juez está a punto de bajar el martillo para ejecutarle la casa, el ajedrecista prepara la denuncia penal contra los querellantes.
Para Ladio la causa tiene explicación: el engranaje casi perfecto de fechas y método pudo hacerse únicamente con el dato del robo. El alquiler fraguado comenzó dos meses antes del robo y entre las formas de pago del supuesto inquilino, aparecen los cheques fraguados del Boston.
Al final de esas dos páginas donde dejó escrita su historia, Ladio dice: “No doy más”. Y después, “no tengo recursos para pagar todo lo necesario para desarmar las coartadas hasta de falsos testigos que aparecen todo el tiempo.”

 

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