Por Alejandra Dandan
Los esperaban afuera. Ni Luis
Ladio, ni su cliente lo sabían. Terminaban una operación
en Beccar. Habían dejado los autos estacionados fuera del local
y la persiana baja. Fue un error, dirá Ladio más
tarde sentado en la mesa de un bar del centro, perdido en el laberinto
en el que ha quedado preso desde ese maldito 13 de mayo de 1997. Los asaltaron.
Con los documentos Luis perdió su identidad detrás de una
multiplicidad de dobles que ejecutaron estafas. Durante estos años
fue tomado por vendedor de diamantes, joyero, empresario de bienes raíces
y, muchas otras veces, estafador. Lo inhabilitaron dos veces y están
por rematarle la casa. Nunca supo cuántos son o fueron sus dobles.
Sabe que los hay; han aprendido los trazos de su firma y reemplazaron
su foto del documento robado. Ahora su propia imagen está puesta
en duda, como parte de una historia construida por la demencia. Aquí
Ladio cuenta esa usurpación de identidad, la historia
que empieza a transitar en una causa penal iniciada contra él mismo
duplicado en un fantasma.
La operación estaba cerrada. Ladio guardó en su maletín
los cheques y unos dos mil pesos en efectivo. Eran casi las nueve de la
noche. Los dos hombres abrieron la puerta de calle. La banda esperaba
del otro lado. Pusieron a Ladio contra la pared. Le sacaron el maletín
y antes de salir corriendo probaron, sin resultados, llevarse su auto.
Intenté seguirlos -se acuerda Ladio desde este bar,
esas cosas que uno a veces hace sin querer... Cuando vi que se metían
en la villa me volví. Era villa Saucesito. Dos meses después,
Ladio supo a raíz de un informe policial que el jefe de la banda
moría en otro asalto.
Un día después de Beccar, Ladio hizo la denuncia por el
robo de dos mil dólares, chequeras, carpetas de clientes y documento
de identidad. Hasta ahí, era propietario y presidente de una pyme
de venta y reparación de fotocopiadoras, de una cartera de clientes
de empresas de primera línea, de dos cuentas corrientes y de una
casa en Vicente López. Ese día mismo día alguien,
en algún lugar, comenzaba a fabricar un nuevo Ladio: sus chequeras,
los documentos de terceros, la agenda con direcciones y teléfonos,
mailing y nombres de clientes de primer nivel fueron vendidos.
Ese día Ladio cayó en la trampa.
La trampa
Al pie de dos hojas con anotaciones de fechas, nombres y causas
judiciales, Ladio escribe su dirección y dos teléfonos.
En unas líneas, encadena y refuerza datos y explicaciones con la
precisión de un biógrafo. De eso habla en el bar que empieza
a poblarse. Eligió una mesa en el fondo. Puso ahí una carpeta
enorme con papeles. Ni siquiera la abre, sólo la mantiene apretada
bien firme bajo los brazos.
Aunque la entrevista fue acordada, él está asustado. Quiere
esperar unos días, dice, y antes formalizar una denuncia penal.
El Juzgado 16 en lo Civil y Comercial está a punto de rematarle
su casa por una demanda plagada de trampas. La denuncia penal será
contra los querellantes y el objetivo es frenar el remate de la casa.
Yo soy jugador de ajedrez y me encanta la estrategia se entusiasma
de pronto: sé que tengo 41 caminos, pero en este tema si
atajo por este lado, me agarran por el otro. Al final concluye:
tengo que demostrar lo que es la verdad, paso de ser víctima a
victimario.
Eso le dijo una vez uno de los gerentes del Banco Central. Había
pasado un año del robo de Beccar. Era la segunda vez que lo inhabilitaban
comercialmente. El gerente lo citó en su oficina y le confió:
Oigame dijo: usted ha pasado de víctima a victimario.
La primera inhabilitación fue en setiembre del 97. Ladio
recibió un llamado del Banco Francés, uno de sus dos bancos.
No podía continuar operando con su cuenta, le dijeron. Los problemas
no se habían originado en esa sucursal, pero tampoco tenían
informaciones sobre las causas. Lomandaron al Banco Central: Me
enteré de que yo aún sorprendido había
abierto una cuenta a mi nombre en el Banco de Boston.
Doble de cuerpo
La cuenta era de la sucursal Tribunales del Banco de Boston. Había
sido abierta poco después del robo, con la duplicación original
de su firma y una dirección falsa. Ladio aparecía firmando
cheques por dos y tres mil pesos. Durante unos meses, los dobles hicieron
operaciones de forma regular hasta que empezaron las estafas. Cuando Ladio
lo supo, tenía una demanda primero por nueve y después por
17 cheques sin fondos.
Qué sorpresa se llevó la gerente cuando me vio,
dice. En la oficina, la mujer tenía a alguien que aseguraba no
ser el dueño del nombre y apellido en deuda con el banco. Le habían
falsificado todo: documento y hasta esa firma en una operación
que el banco no pudo explicar. Ladio estaba seguro de que sus dobles habían
usado su nombre para las estafas. Era posible que durante unos meses hubiesen
cumplido todos los compromisos para acceder a las chequeras del banco
y a cierta libertad para moverse en rojo. Cuando los números los
convencieron, habrían dado el golpe final que dejó fuera
de sistema al Ladio real.
Ladio fue conociendo el mecanismo de a poco. La gerenta puso a disposición
la estructura operativa para las investigaciones. Un perito calígrafo
determinó la falsificación de la firma usada por sus dobles
y Ladio volvió a moverse normalmente sólo hasta julio del
año siguiente: un nuevo llamado de su banco llegaba a su casa.
Otra vez, le habían cerrado las cuentas.
A esa altura, el real visitaba el Veraz como a su psicólogo. Una
vez por semana consultaba su carpeta de antecedentes esperando ya
entrenado las observaciones más disparatadas. Allí
iban quedando los reclamos de empresarios rabiosos que, de vez en cuando,
llamaban a su casa. Aunque nunca se había cruzado con sus otros
yos, estaba seguro de que al menos podía compararlos con los rufianes
conocidos en las películas de malos. A Vicente López llamaban
joyeros de la calle Florida desesperados por el pago de diamantes. Para
otros, Ladio era, en cambio, un asiduo y adeudado comprador
de valijas y cueros adquiridos en distintos puntos del microcentro. Era
cliente adinerado, garantizado por Okey check: Es una empresa que
garantiza cheques averiguó tiempo después, una
compañía de información que prestó avales
a mi nombre porque cuando el falso yo se los pidió, ellos creyeron
que era confiable.
Mientras su abogado se dedicaba a desalentar reclamos, Ladio fue pensando
en volverse espía: La usurpación de identidad existe
dice ahora con distancia clínica: cuando se valen de
datos reales. Sigue: Yo tengo dos cuentas bancarias y en veinte
años no tuve ningún cheque rechazado. Tengo tarjetas, créditos,
empresas que me proveen y me venden y me dan crédito y tuve un
nombre de muchos años y prestigio: cualquiera puede valerse de
mis agendas y anotaciones para pasar por mí y, cuando se descubre,
siempre es tarde.
A partir de allí su afición por el ajedrez le permitió
intuir que las jugadas peligrosas llegarían desde cualquier lugar.
Su informe en el Veraz aumentaba de dimensiones mientras él tramitaba
el modo de modificarlos.
¿Por qué no cambió el teléfono?
Uno tiene que ser más trasparente que nunca: seguir en la
guía, seguir con mi teléfono. Aparte hay que tener en cuenta
que sigo teniendo muchos clientes y no lo di a conocer por el efecto contrario
a que a mí me parecía estar expuesto, porque vamos a ser
realistas: uno está acostumbrado hoy por hoy a pensar que en algo
andará.
¿Su doble es uno solo o hay varios?
Ojalá pudiese encontrar alguno; uno tiene la fantasía
de terminar convirtiéndose en detective. He mandado gente a las
direcciones falsas que entregaban, pero encontré casas usurpadas.
Esa era una de las del Banco de Boston.
El espejo
Lo peor no son los dobles, sino la multiplicación: Ladio queda
borrado detrás de cada una de las imágenes de sus otros
yos que toman su cuerpo. El sólo puede ser Ladio sin réplicas.
Soy yo el que va a hacer el trámite, yo voy al banco y saco
una cuenta. Yo voy dice por fin y tengo que demostrar lo que
es verdad: esto es como el fascismo cuando se empieza a generar una noticia,
al final, pasa a ser verdad lo que es falso y se vuelve poco creíble
la verdad.
Para evitar nuevos problemas un día cambió el título
de la casa. Puso la propiedad como bien de familia. Pero no sirvió.
Los miembros de lo que Ladio menciona como organización se habían
adelantado: la trampa volvió a encerrarlo y a Ladio este año
le anunciaron del embargo.
Por una suma de situaciones, entre ellas la escuela especial de uno de
sus hijos, su familia pensó mudarse. Cuando empezaron con los trámites
saltó el embargo. Ladio buscó el punto exacto en que había
intervenido su doble desquiciado.
La demanda la hizo el supuesto dueño de un departamento del microcentro.
Ladio le habría alquilado la casa de Perú 84, piso 5, dpto.
78 en enero de 1997 o sea, antes de la primera denuncia. Allí hasta
el teléfono y las boletas de cable aparecieron a su nombre. La
fecha del alquiler también es anterior a la inscripción
de su casa como bien de familia. Y según el expediente 689178/98
del juzgado comercial 16, no sólo alquilaba sino, además,
era garante.
El dueño de aquella valija cargada de documentos una noche en Beccar
nunca supo ni de sus deudas ni de su alquiler ni siquiera que alguien
le hacía un juicio. Las notificaciones del juzgado fueron obstinadamente
dirigidas a Perú 84.
Ese desvío de información complicó la ya poco verosímil
defensa: cuando Ladio lo supo, concluía el tiempo para responder
las demandas. Ahora mientras un juez está a punto de bajar el martillo
para ejecutarle la casa, el ajedrecista prepara la denuncia penal contra
los querellantes.
Para Ladio la causa tiene explicación: el engranaje casi perfecto
de fechas y método pudo hacerse únicamente con el dato del
robo. El alquiler fraguado comenzó dos meses antes del robo y entre
las formas de pago del supuesto inquilino, aparecen los cheques fraguados
del Boston.
Al final de esas dos páginas donde dejó escrita su historia,
Ladio dice: No doy más. Y después, no
tengo recursos para pagar todo lo necesario para desarmar las coartadas
hasta de falsos testigos que aparecen todo el tiempo.
|