Tejer
teorías conspirativas acerca de lo ocurrido ayer sobre el mar del
sur de China era muy sencillo. Y fútil. Washington y Pekín
eran igual de sospechosos, y sus respectivas explicaciones fueron tan
contradictorias como opacas. Lo poco que se sabe con certeza es que un
avión espía EP-3 de la Marina norteamericana está
actualmente retenido en Hainan, una isla al sur de China, junto con sus
24 tripulantes. Debieron realizar un aterrizaje forzoso allí tras
lo que aparentemente fue un choque con un caza chino. Más allá
de esto, todo es confuso. Washington afirma que el accidente
ocurrió en zona internacional, y que fue provocado por los cazas.
Pekín respondió que el EP-3 había violado su espacio
aéreo y que embistió deliberadamente contra uno de sus aviones,
que se estrelló en el mar. Pero el incidente y las bajas
de ambos lados (los 24 norteamericanos retenidos y el piloto chino desaparecido)
no eran más que el detonante de una crisis mucho mayor entre las
superpotencias.
Considerando ese contexto, no era imposible desestimar el incidente de
ayer como un choque más en el juego del gato y el ratón
que ambos países juegan desde hace años. Ayer algunos funcionarios
del Pentágono, sin ir más lejos, argumentaron exactamente
eso, citando varios roces previos entre aviones espía y cazas chinos
sobre las disputadas aguas territoriales que reivindica Pekín.
Pero no resultaba una explicación muy convincente. Primero, porque
una escalada de tensión es necesariamente un proceso dilatado,
lo que hace poco reconfortante desenterrar incidentes pasados. Así,
la reciente deserción a los Estados Unidos de un funcionario del
Ministerio de Defensa chino, y los arrestos posteriores de varios académicos
chinos-norteamericanos por las autoridades en Pekín, no parecen
indicar la vigencia de una relación tensa pero estable, sino un
precipitado colapso de esa relación. Segundo, y más importante,
porque en estos mismos momentos, según se ocuparon de informar
ayer fuentes de la Casa Blanca, el presidente norteamericano, George W.
Bush, está sopesando una decisión que podría terminar
de romper la paz fría entre ambos países.
Era natural que el tema sea la isla de Taiwan, que China reclama como
territorio soberano desde 1949, pero cuyo gobierno siempre intenta con
mayor o menor éxito conseguir garantías norteamericanas
que impidan la reunificación. El ciclo de garantías parciales
estadounidenses y amenazas parciales chinas viene desde la administración
Reagan, cuando la Ley de Relaciones con Taiwan requirió que Washington
suministre a la isla todas las armas necesarias para su defensa.
En vista del lento pero constante aumento de los misiles chinos frente
a sus costas, el gobierno de Taipei pidió el año pasado
destructores norteamericanos equipados con muy sofisticados radares Aegis,
junto con la versión más moderna de los interceptores antimisiles
Patriot, lo que constituiría en los hechos el primer paso en establecer
un escudo antimisiles sobre Taiwan. Dado lo limitado del arsenal balístico
chino, era previsible que Pekín reaccionaría de manera sumamente
violenta hacia la adquisición del equipo. Cuanto más
armas vendan, más prepararemos nuestra defensa nacional: es lo
lógico, advirtió la semana pasada el presidente Jiang
Zemin.
Bush, quien esta semana decidirá si autorizará la venta,
ha adoptado una posición bastante ambigua incluso cuando
se reunió el 18 de marzo en Washington con el vicepresidente chino,
Qian Qichen, y dejó que sus subordinados se pronuncien, contradictoriamente,
en su lugar. El secretario de Estado, Colin Powell, quien siempre rehuyó
definir a China como un competidor estratégico, parece
estar en contra. El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, quien comisionó
un estudio militar que hace dos semanas identificó explícitamente
a China como el principal enemigo norteamericano, se muestra a favor.
El incidente de ayer, intrascendente de por sí solo, parece ser
lo que romperá este equilibrio. En qué dirección,
y bajo qué ordenes, sólo podrá comenzar a conjeturarse
en los próximos días, cuando la venta de armas llegue al
escritorio presidencial.
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