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OPINION

El síndrome de China

Por Claudio Uriarte

El confuso incidente aéreo chino-norteamericano de ayer, en que un avión patrulla estadounidense “chocó” o fue dañado en una intercepción de Pekín mientras sobrevolaba los mares del Sur de China, adelantó vertiginosamente el corolario de la nueva doctrina que el secretario de Defensa Donald Rumsfeld está promoviendo desde su solitaria pero poderosa condición de halcón civil entre diplomáticos atemorizados y militares escépticos, y que se resume en la curiosa decisión de individualizar a China como el enemigo estratégico número 1 de los intereses de seguridad norteamericanos en el mundo. Desde luego, esta decisión tiene todas las características de una profecía autocumplida: si la superpotencia única decide que uno es el enemigo, es inevitable que uno responda y se comporte como tal, por más que la emergencia de China como superpotencia rival se encuentre al menos a un cuarto de siglo de distancia y su flotilla nuclear se reduzca a apenas 25 misiles intercontinentales, más imaginados en función de una posible confrontación con Rusia (durante la Guerra Fría) que en contra de unos Estados Unidos con los que Pekín inició en los 70 una alianza de largo aliento. Pero la reorientación estratégica de Rumsfeld, cuyo sustrato de fondo es la convicción unilateralista y aislacionista de que en el futuro Estados Unidos tendrá que arreglárselas como el proverbial llanero solitario en medio de un mundo lleno de enemigos y traidores, tiene otro posible corolario práctico, que es la reaproximación entre Europa Occidental y Rusia. Desde que Rumsfeld considera que el área principal de confrontación y equilibrio en el siglo 21 es el Pacífico (una noción directamente heredada de los ocho años de gobierno del californiano Ronald Reagan), la prioridad de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se diluye, y los europeos vuelven a ser tratados como subordinados de poca monta en unos juegos de poder que los trascienden con mucho. Esta misma actitud ya se puso de manifiesto en la imposición por Rumsfeld a Europa Occidental de su desestabilizante escudo antimisil, y en la frontalidad con que rechazó la creación de una fuerza de seguridad europea paralela a la OTAN. Esto trae nuevamente asociaciones reaganescas, al evocar la firmeza con que la administración Reagan impuso los euromisiles en suelo europeo, allá por los primeros años 80. Pero en ese momento existía la Guerra Fría con la URSS, y los euromisiles contaban con el apoyo de los gobiernos europeos; ahora, la nueva Guerra Fría carece de motivos evidentes, lo que no obsta para que Rumsfeld los invente.


 

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