El confuso
incidente aéreo chino-norteamericano de ayer, en que un avión
patrulla estadounidense chocó o fue dañado
en una intercepción de Pekín mientras sobrevolaba
los mares del Sur de China, adelantó vertiginosamente el
corolario de la nueva doctrina que el secretario de Defensa Donald
Rumsfeld está promoviendo desde su solitaria pero poderosa
condición de halcón civil entre diplomáticos
atemorizados y militares escépticos, y que se resume en la
curiosa decisión de individualizar a China como el enemigo
estratégico número 1 de los intereses de seguridad
norteamericanos en el mundo. Desde luego, esta decisión tiene
todas las características de una profecía autocumplida:
si la superpotencia única decide que uno es el enemigo, es
inevitable que uno responda y se comporte como tal, por más
que la emergencia de China como superpotencia rival se encuentre
al menos a un cuarto de siglo de distancia y su flotilla nuclear
se reduzca a apenas 25 misiles intercontinentales, más imaginados
en función de una posible confrontación con Rusia
(durante la Guerra Fría) que en contra de unos Estados Unidos
con los que Pekín inició en los 70 una alianza de
largo aliento. Pero la reorientación estratégica de
Rumsfeld, cuyo sustrato de fondo es la convicción unilateralista
y aislacionista de que en el futuro Estados Unidos tendrá
que arreglárselas como el proverbial llanero solitario en
medio de un mundo lleno de enemigos y traidores, tiene otro posible
corolario práctico, que es la reaproximación entre
Europa Occidental y Rusia. Desde que Rumsfeld considera que el área
principal de confrontación y equilibrio en el siglo 21 es
el Pacífico (una noción directamente heredada de los
ocho años de gobierno del californiano Ronald Reagan), la
prioridad de la Organización del Tratado del Atlántico
Norte (OTAN) se diluye, y los europeos vuelven a ser tratados como
subordinados de poca monta en unos juegos de poder que los trascienden
con mucho. Esta misma actitud ya se puso de manifiesto en la imposición
por Rumsfeld a Europa Occidental de su desestabilizante escudo antimisil,
y en la frontalidad con que rechazó la creación de
una fuerza de seguridad europea paralela a la OTAN. Esto trae nuevamente
asociaciones reaganescas, al evocar la firmeza con que la administración
Reagan impuso los euromisiles en suelo europeo, allá por
los primeros años 80. Pero en ese momento existía
la Guerra Fría con la URSS, y los euromisiles contaban con
el apoyo de los gobiernos europeos; ahora, la nueva Guerra Fría
carece de motivos evidentes, lo que no obsta para que Rumsfeld los
invente.
|