La estrategia
de Domingo Cavallo es muy sencilla: quiere venderle al resto del
mundo la idea de que la Argentina, ya superado el berrinche antimercado
que se permitió durante su ausencia del puesto de mando,
esté por transformarse en un lugar maravilloso en que hacer
una fortuna. Hombre moderno, sabe que en el fondo todo es una cuestión
de imagen y que, una vez consolidada una que sea buena, los otros
detalles un déficit abismal, una burocracia de cuarta,
empresarios que creen que toda competencia es desleal, políticos
rapaces, dejarán de tener importancia para que el dinero
que apenas un año antes hubiera ido a las punto com que entonces
estaban en boga pronto comience a fluir hacia nosotros en cantidades
cada vez mayores. Es que los grandes inversores son seres ingenuos
a los cuales nunca les ha interesado mucho aquellos números
que obsesionaban a Machinea y López Murphy: de haber sido
los realistas férreos de su propia leyenda, no se les hubiera
ocurrido apostar centenares de miles de millones de dólares
a todas aquellas improvisadas empresas virtuales que antes del colapso
espectacular del Nasdaq proliferaban por doquier, atrayendo sumas
que de gastarse con un mínimo de sensatez harían ricos
a muchos países pobres, pero que días más tarde
volvieron a su estado inmaterial original.
Mientras engatuse a los banqueros y brokers, Cavallo tratará
de arreglar los muebles en la casa matriz con el propósito
de brindar una impresión óptima a los compradores
en potencia, de ahí los poderes especiales, los esfuerzos
porque los políticos se comporten como es debido y los regalos
para los compañeros sindicalistas, para no hablar del mensaje
al pueblo de que, si bien el plan es superrevolucionario,
nadie tendrá que hacer sacrificio alguno. Ultimamente, la
conducta de los políticos y de la gente
ha sido ejemplar incluso los opositores han colaborado con
el gran gerente al permitirle asegurar a los demás de que
a pesar de las apariencias Argentina es una democracia vibrante,
pero aquí es normal que al iniciarse una etapa presuntamente
nueva, acontecimiento que suele seguir directamente a un momento
de pesimismo casi suicida, se difunda la ilusión de que por
fin la clase dirigente haya aprendido de sus errores y que en adelante
todos pondrán el hombro, pero que en cuanto las dificultades
concretas empiecen a hacerse sentir el humor cambie y el país
recaiga en su derrotismo tanguero habitual. ¿Se repetirá
este ciclo ya rutinario? Puede que no, pero aun así, que
el ascenso del mago haya resultado tan estupendamente fácil
debería serle un tanto preocupante.
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