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�Las heridas aún siguen abiertas�

La directora Miriam Lebenas explica el sentido de la puesta de la obra �Identidad y memoria�, de David Dickman, una reflexión sobre la masacre de la AMIA.

Por Hilda Cabrera

Acercarse a un tema tan dramático y de tantas aristas como el atentado a la AMIA del 18 de julio de 1994 implica el esfuerzo adicional de no quedar apresado por los sentimientos. Identidad y memoria, la pieza que ensayan desde hace dos meses la directora Miriam Lebenas y su equipo (del que participan, entre otros, el escenógrafo e iluminador Héctor Calmet y la coreógrafa Antoinette San Martín), apunta justamente a superar ese corset.
Su autor, David Dickman, elaboró esta historia en un taller de dramaturgia coordinado por Alfredo Megna, sobre un proyecto de Alex Zabotinsky, impulsado por Hebraica (SHA) y la Federación Argentina de Centros Comunitarios Macabeos (Faccma). El disparador del trabajo de Dickman –y el de otros trece autores– fueron historias de vida, no necesariamente sobre el atentado, narradas por sus protagonistas.
Editada en formato libro (Desde la butaca. Breves historias para verse, con prólogo del dramaturgo Ricardo Halac), Identidad... surgió inspirada en el testimonio de Sergio Skiliavsky. Como generalmente sucede en este tipo de obras, la apuesta es señalar que todavía existe alguien que no ha perdido la esperanza. No es la primera vez que Lebenas (hija de inmigrantes, de padre lituano y madre rumana) se refiere al atentado. En 1998 insertó en El inventario de la bobe un texto de Sofía Guterman, madre de una víctima. Dirigió, entre otras obras, Maniobras, de David Viñas; Cuarto sellado (sobre la guerra del Golfo Pérsico); La llave, de Humberto Constantini (un filoso monólogo sobre la necesidad de la rebeldía); Un muchacho light y varios espectáculos sobre temática judía: también un musical sobre textos de Scholem Aleijem. En una entrevista con Página/12, Lebenas adelanta algunos cambios sobre el original: además del agregado de Memoria al título, la inclusión de siete personajes que funcionan a la manera de un coro griego: “Ellos son los testigos, los que, instalados en el presente, reclaman justicia”.
La pieza de Dickman consta de cuatro personajes (Enio y Roby, un paciente y su mujer Silvia) y se desarrolla en dos espacios diferentes: una sala de hospital y una cabina de ascensor de la AMIA, momentos después del atentado. Aunque es consciente de las dificultades que entraña encarar tanto horror cercano, Lebenas no se desanima: “Pasaron ya siete años de esa barbarie. Las heridas siguen abiertas y no hay respuestas claras desde la Justicia ni desde este gobierno ni del anterior. Nosotros tenemos necesidad de hablar, de contar a los más jóvenes qué pasó. Muchos no tienen siquiera una idea aproximada de lo que significó aquello”. El lugar elegido para el montaje es la Sala 3 del Teatro IFT (Boulogne Sur Mer y Corrientes) y el equipo espera “la adhesión de todos, no sólo de la comunidad judía. Esto nos pasó a los argentinos”, recuerda Lebenas, nacida en el barrio de Once.
La puesta incluye investigaciones propias y vivencias del grupo: “Esto no es teatro político. Nuestra voluntad y deseo es que todo ese horror no caiga en el olvido”, puntualiza la directora, acaso refiriéndose a ese “olvido terapéutico” que se menciona en Desde la butaca, al relacionar las consecuencias de la inercia humana con lo que acontece en una fábula aportada por el testimoniante Skiliavsky. La anécdota habla de unas ranas que, metidas en aceite y cocidas a fuego lento, van acostumbrándose al calor hasta morir sin “testimoniar su dolor”, o sea sin saltar ni chillar.
Memoria y rebeldía son conceptos que Lebenas pone en primer plano, incluso cuando manifiesta su rechazo ante el vallado de las entidades judías. “Si hay algo que todavía no puedo superar es esa identificación”, subraya. “Entiendo que es una medida tomada para darnos más seguridad, pero yo la veo de otra manera. Es como si a cada uno nos hubiesen puesto una estrella amarilla. Antes del atentado, AMIA era una casa de puertas abiertas. Allí iba gente necesitada y trabajaban judíos y no judíos. Ahora son todas trabas, porque sigue sin hacerse justicia a las víctimas (86 muertos y más de 300 heridos) de una barbarie que ocurrió en una Argentina en democracia, como sigue sin haber respuestas claras sobre el atentado a la Embajada de Israel, el asesinato de José Luis Cabezas y todas las otras violencias que padeció nuestro país en los últimos años.”

 

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