Cuando Lito
Vitale era un chico, tocaba la batería. Quería hacer
ruido. Un poco después tocaba rock, pero en la concepción
beatle: un género esponja. Ya había saltado hace tiempo
a los teclados cuando se dio el gusto de integrar el grupo de Luis
Alberto Spinetta, aunque no llegó a grabar discos. Participó,
como tecladista e ingeniero de sonido, del primero en estudios de
Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. La idea de la independencia
discográfica de los Redondos salió de la epopeya de
los Músicos Independientes Asociados (MIA), el grupo musical
e ideológico que los Vitale (Donvi y Esther, a la cabeza)
armaron en los años de plomo. Lito siguió el mandato
beatle según fueron pasando los años: folklore, coqueteo
con la new age, tango, música para ballet, música
para tele, proyectos especiales más o menos logrados (entre
ellos el de reversionar las canciones patrias). Hubo un tiempo en
que esa variedad conspiró en su contra, y pareció
dispersión. Hubo otro en que sus colchones de teclados se
hicieron lugar común, convirtiéndose en redundantes.
Pero más allá de su velocidad, de su efectismo y de
su intuición como pianista, hay en Vitale un músico
puro, que ha hecho de una actividad muchas veces menoscabada ser
solista acompañante una profesión enaltecedora.
Hay muchos Vitale en Vitale, que ha logrado ¡en la Argentina!
la hazaña de hacer carrera en el terreno de la música
instrumental. Y que ha aprendido que de todas las aguas musicales
puede beberse, si se tiene sed. Mientras docenas de músicos
de género se precian de hacer lo contrario, hasta que un
día se quedan solos, boyando en la lógica del ghetto.
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