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el Kiosco de Página/12

Reírse
Por Rodrigo Fresán

UNO “Es preferible reír que llorar”, palmeaba y sigue palmeando Peret en una rumbita insoportable pero sincera y, claro, cuesta más lo uno que lo otro. Hace unos días leí que en el acto y la acción de reír intervienen diez veces más músculos que en la acción y el acto de llorar. De lo que se desprende que, de acuerdo, será todo lo preferible que quieras, pero cuestá muchísimo más esfuerzo.

DOS Pensaba en todo esto noches atrás, en una butaca del teatro Tívoli de Barcelona, viendo y riendo (haciendo mucho más ejercicio muscular del que suelo hacer) a Les Luthiers en gira presentando con éxito su espectáculo Bromato de Armonio. Con un ojo los miraba a ellos y con otro al público. Miraba a los españoles que los descubrieron hace años y que ya los consideran tan suyos como a Mafalda, a los argentinos que los alentaban como si los cinco tipos ahí arriba del escenario fueran una especie de selección de fútbol que –teniendo en cuenta que hasta nuestra carne tiene aftosa– va siendo una de las pocas cosas exportables y dignas que nos van quedando. Pero, en realidad, yo pensaba en las cosas que eligen los diferentes pueblos a la hora de reírse y pensaba, también, en todas las veces que vi a Les Luthiers –los vengo viendo desde que empezaron, casi– y en cómo, ahora, se han convertido en una especie de recordatorio entre exquisito y doloroso de lo que la Argentina puede llegar a ser y, desgraciadamente, cada vez es menos: culta, sofisticada, profesional, graciosa, envidiable.

TRES Seguí pensando en esto al día siguiente cuando fui al estreno de Torrente 2, –continuación de la ya legendaria Torrente, El Brazo Tonto de la Ley– la película del inefable Santiago Segura que acaba de romper todos los records de asistencia en su primer fin de semana poniéndose justo detrás de La amenaza fantasma de George Lucas. Pensaba en los españoles que dejan los dientes a carcajadas festejando las salidas y entradas de este policía madrileño bestial, racista, grasa (o “casposo”, como se dice por aquí) representante de todo lo monstruoso y reprochable que puede llegar a engendrar y engendra el ser nacional español. Segura -cínico y simpático.- sabe a lo que juega y juega bien: en un país donde las encuestas demuestran un cada vez mayor grado de intolerancia con lo de afuera y mayor complacencia con lo de adentro (“España va bien”, es el mantra del presidente de gobierno Aznar), Torrente funciona como una exageración bizarra de la que está bien reírse porque todavía está lejos del ciudadano promedio y de los males conocidos.
Pensaba en el humor apolíneo de Les Luthiers y en el humor dionisíaco de Torrente; pensaba en que unos nos reímos de lo que pudo haber sido y no fue y otros de lo que no fue y va a ser cualquier día de estos. Pensaba en que los peores momentos suelen generar el mejor humor. De ahí, creo, los chistes en los funerales.
Pensaba en que la distancia que, en ocasiones, separa a una carcajada de un alarido es tan breve e imperceptible. Simple cuestión de músculos, eso que se mueve debajo de la piel y que nos dice que así la vida se debe tomar cuando, en realidad, es la vida la que nos toma a nosotros. Y nos traga.
“Reír o llorar es aquello que hace un hombre cuando ya no queda nada por hacer”, dijo un escritor llamado Kurt Vonnegut mientras Les Luthiers parodian las correcciones absurdas a un absurdo himno nacional, mientras a Torrente le da asco que un negro se meta en la pileta, mientras aquí y allá cuelgan un cartelito de No Hay Localidades.

REP

 

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