Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
KIOSCO12


INSTITUCIONES JUDIAS DENUNCIAN MANIOBRAS PARA RETRASAR LA CAUSA
Exigen que empiece el juicio oral

La DAIA, la AMIA y la agrupación Familiares acusaron a los imputados de poner trabas para beneficiarse con el dos por uno.

En el atentado contra la AMIA murieron 86 personas y hubo
más de un centenar de heridos.

Por Raúl Kollmann

Setenta mil horas de escuchas telefónicas, 350 legajos colaterales, decenas de miles de fojas en expedientes conexos. Todo esto y mucho más está en el centro de una furibunda confrontación en el proceso previo al juicio oral por el atentado contra la AMIA. De hecho, las audiencias iban a empezar en abril, ahora se habla de junio y no faltan los que dicen que el juicio no va a dar comienzo durante este año. Por de pronto, la DAIA, la AMIA y la agrupación Familiares presentaron un escrito en el que, de hecho, acusan a los imputados de poner trabas con el objetivo de retrasar el juicio y seguir beneficiándose del dos por uno. Las instituciones judías piden que no se dé lugar a ninguna prórroga más y que el juicio se inicie de una vez. Por su parte, los abogados de Carlos Telleldín y varios de los policías bonaerenses acusados de ser cómplices del atentado sostienen que hay enormes tramos de la causa a los que no han tenido acceso porque el juez Juan José Galeano las mantenía irregularmente en secreto, que además les impidieron ver parte de las pruebas y que en estas condiciones el juicio oral sólo será el trámite previo a una condena política. En el medio de la pelea, el Tribunal Oral trata de hacer equilibrio, pero se encuentra con dilemas que no son de fácil resolución.
La cuestión de las 70.000 horas de escuchas telefónicas es complicada. Un cálculo aproximado indica que si los defensores oficiales de los policías acusados quisieran escuchar esas cintas tardarían aproximadamente cinco años y medio. Por ello piden que se tome una de las siguientes dos resoluciones: que se anulen las escuchas como prueba o que les den el tiempo. Otros letrados aceptarían que se mantengan 250 casetes considerados importantes, pero que el resto no se puede tomar en cuenta, aunque hacen la salvedad de que no poder escuchar todo lo grabado les quita posibilidades de defenderse.
En la causa judicial hay, además, 350 legajos paralelos. Por ejemplo, todo lo referido al testigo clave Wilson Dos Santos se mantuvo aparte del cuerpo principal y en ese solo legajo hay 5200 fojas. Además un legajo separado de la investigación sobre la actuación de los policías bonaerenses en sus brigadas, otro en el que se hurgó en una banda de carapintadas que pudo tener relación con el atentado. Y así sucesivamente con otros legajos, que algunos parecen muy cercanos a lo que se va a juzgar en el juicio y otros no tanto. El juez Juan José Galeano no quiso mostrar esos legajos ni incorporarlos a la causa central, argumentando que le quitaban posibilidades de investigación. Finalmente, tras una queja de los familiares agrupados en Memoria Activa, la Cámara Federal le ordenó a Galeano que incorpore todo a la causa madre. Según los abogados de los acusados, esto no se terminó de hacer y por lo tanto hay partes de las pruebas que no han podido ver.
Ayer se terminó el plazo dado a defensores y querellantes para que pidan las pruebas que quieren que se realicen en el juicio oral. Los letrados de los acusados pidieron prórroga –la segunda– por los casetes, los legajos y las pruebas que no están en la causa. Es más, hay varios policías que no tienen un abogado privado sino un defensor oficial y éstos pidieron la anulación de todas las evidencias que están en las cintas y los legajos. Memoria Activa, por ejemplo, se manifestó de acuerdo con los argumentos de los defensores en cuanto a que aún no se les han mostrado las pruebas, pero rechazó la nulidad.
En el marco de esta confrontación, la AMIA, la DAIA y Familiares dicen que no se pueden dar más prórrogas y que el juicio debe empezar cuanto antes. El enfoque tiene su lógica: dentro de tres meses se cumplirán siete años del atentado y hay detenidos que llevan –sin juicio– más de seis años en prisión. Los querellantes creen que hay una maniobra que consiste en dilatar las cosas lo máximo posible para aprovechar el dos por uno. Carlos Telleldín, por ejemplo, acumula siete años en la cárcel, tomando encuenta el cómputo del dos por uno, sumaría 12. Si lo condenan a cadena perpetua –podría ser más–, dentro de un año y medio habría cumplido dos tercios de la pena y podría salir en libertad condicional.
Por su parte, los imputados dicen que el dos por uno no les sirve de nada si hay un juicio en el que no se puedan defender y les imponen lo que ellos llaman una condena política, o sea penas altísimas. Por eso insisten en que quieren ver las pruebas que, según ellos, no les han mostrado.
Aunque la Justicia de Estados Unidos tal vez no sirva como modelo, lo cierto es que el próximo 16 de mayo será ejecutado en ese país Timothy McVeigh, principal acusado de la muerte de 160 personas en el atentado contra un edificio estatal en Oklahoma. Ese ataque fue un año después del de la AMIA. En el caso norteamericano hubo cinco mil investigadores, en el de la Argentina, en largos tramos sólo 15 personas estaban abocadas a la pesquisa. Hace unos días, se hizo público en el país del Norte que McVeigh confesó, por primera vez, ante dos periodistas.

 

DEBATE
Por Blas de Santos

La política con sujeto

Una apología, como la publicada el 30/3 por H. González, L. Rozitchner, E. Gruner y O. Bayer, es una defensa. Supone la réplica a algún ataque. Como el 23/3 fueron publicadas con mi firma algunas reflexiones acerca del equívoco de tomar la Plaza en su abstracción genérica, como garante de los usos de la memoria en función política, quiero rescatarme del ninguneo del grupo apologista que me hace desaparecer como interlocutor, aunque me arriesgue a la descalificación de autorreferencialidad. Dicha nota, más que una respuesta explícita, es el antecedente lógico de las dudas que proponía pensar en la mía. Es lo que la hubiera justificado. Y, para responder a una apología, bien vale un apólogo: en un cuento del citado Cortázar, un asistente a un concierto se pone a buscar algo por el suelo del salón. Interrogado acerca de qué se le había perdido, responde: la música. ¿Dónde quedó la política en este apologético canto a sí mismo? Las interrogaciones de mi nota remitían al destino de la política cuando agota su razón en rituales moralizantes y nostálgicos. Y la respuesta que encuentro (la remisión al Agora griega, el elogio de la repetición, la idealización de la circularidad trágica, la conformidad con lo indescifrable) confirman los obstáculos que el lamerse las verdades y testimoniar la mutualidad de las emociones oponen al conocimiento de la realidad. No a pesar de, sino sobre todo cuando lo engalanan plumas al servicio de las certezas talmúdicas y las complicidades esquivas de “un intento de preguntarnos qué fue lo que hicimos en aquella napa de nosotros que nos resulta remota”. ¿Cómo se justifica ética y teóricamente desde la responsabilidad política como intelectuales, que la Apología de la Plaza no enuncie de qué acto y de qué plaza está hablando. Porque hubo más de un acto en la Plaza de Mayo, y con distintas posiciones políticas. O el modelo intelectual, garante de las “miradas indispensables”, no tendría el mismo rating si se hubieran dado las razones, para adherir –al biés– a uno, a otro, o a todos los actos oficiados en el altar de la patria? Se trata de la buena o mala fe, que el invocado Sartre distinguía en quien la demandaba. No la del amiguismo, caro a las diagonales, los soslayos y las tercera posiciones. La política en acto, a diferencia de la política de los actos en su nombre, es una apuesta. Un proyecto. Mi compromiso con la plaza es con lo público. Por eso mi nota, personal y subjetiva, es política y pública: anticipó mi opinión como sujeto deseante frente a un acontecimiento aún no decidido sin otro cálculo que el de la consecuencia con mi pensamiento y experiencia, buscando compartir mis decisiones con otros sujetos en situación de tomarlas. No el acompañamiento cuartelero del intelectual, detrás de gestas populares ya consumadas.
El coincidir sobre otras plazas es una oportunidad que nos queda aún abierta. Por ejemplo, una plaza de repudio a la reivindicación patriotera y militarista del 2 de abril. O cualquier otra donde la condición de participar no sea al precio de dejarse “solicitar por el torrente” para acallar las diferencias en “el bullicio de ese río de cabezas” en el que hoy se mezclan ilusiones en las promesas del neoliberalismo, como ayer en las de los liderazgos totalitarios.

 

PRINCIPAL