Por Alejandra Dandan
Casi una escena fantástica:
un pueblo entero creyó despertarse en medio de un apocalíptico
fin del planeta Tierra. Fue en Arribeños, a unos 320 kilómetros
de la Capital. A las seis de la mañana, un escuadrón de
camiones y patrulleros anunciaban desde altoparlantes la aproximación
de una peligrosísima nube tóxica. Entramos en pánico:
la nube venía al pueblo y nos decían que corramos a refugiarnos
en la escuela para escuchar más instrucciones, contó
a este diario María Rosa Manzanares, una de las 2800 habitantes
del pueblo que a partir de ese momento emprendió un éxodo
nervioso y obligado, hacia la localidad más próxima. A cuatro
kilómetros de allí un camión cisterna con 25.000
litros de ácido clorhídrico había chocado contra
un cerealero: unos 10.000 litros del químico se derramaron en la
ruta 65. La lluvia y el viento aceleraron la evaporación del ácido
y la decisión del municipio de General Arenales de ordenar la evacuación
total del pueblo, convertido, en dos horas, en pueblo fantasma.
María Rosa no fue la única sorprendida. En la textil donde
trabajaba desde las seis, apagaron las máquinas. La encargada entró
con el anuncio: Debíamos abandonar el pueblo sigue
la mujer porque estábamos a punto de envenenarnos.
La orden era precisa: las mujeres debían correr a sus casas para
buscar a los chicos que habían dejado dormidos y, rápidamente,
trasladarse a la Escuela 4, refugio colectivo donde conocerían
las próximas instrucciones.
Todo el mundo entró en pánico. Mientras los empleados de
la fábrica corrían hacia la entrada, afuera los camiones
usados a diario en el campo fueron incorporando altoparlantes para recorrer
el pueblo y despertar a los últimos en levantarse. Por allí
estaba Zulema Mazzeo. Todavía me dura el susto dijo
varias horas después: fue un despliegue total, uno no piensa
en nada. La nena estaba en la escuela y me fui a buscarla desesperada.
Eduardo alcanzó, en cambio, a preparar dos mudas para sus hijos
y recoger un poco de plata para pasar los próximos días.
Despertó a su madre y la hermana con un llamado y les encomendó
a sus hijos. A él, le avisaron, lo necesitaban en otro lado. Es
encargado de una de las dos únicas estaciones de servicio del pueblo.
La mayor parte de la gente ya había pasado por la escuela y, de
acuerdo con las instrucciones, ahora sólo debían huir para
evitar a la nube. Fue un susto, en dos horas en el pueblo no quedó
nadie: parecía un pueblo fantasma.
Eduardo fue uno de los últimos en tomar la salida del pueblo para
irse. La estación queda de paso, en el acceso explica
y con la crisis como está nadie tenía combustible cargado.
La orden dada por Rafael Arata, intendente de General Arenales fue la
evacuación hacia Teodelina, un pueblo de Santa Fe ubicado a sólo
18 kilómetros. Por la estación de Eduardo pasaron caravanas
de autos poco usados en el último tiempo: por una economía
en crisis, por las sucesivas lluvias e inundaciones. Me iban pidiendo
nafta fiada. Eduardo, me decían, me fiás. Y en un pueblo
todo el mundo fía. Yo mientras tanto, les decía: Sí,
sí rajen... después vemos.
Hay un único acceso para dejar el pueblo. Y el camino abierto por
el equipo especializado de bomberos de Mercedes a cargo de la organización
de las veinte autobombas llegadas de las zonas vecinas, pasaba muy cerca
del choque, y de la nube. María Rosa que ya había estado
en la escuela desesperándose por subir a los camiones a los
más chicos, que todo el mundo se llevaba por delante, pasó
por ahí trepada a un trasporte de carga. Era muy blanco el
cielo; se veía todo como una neblina. Yo lo noté en el paladar.
Era el sabor del tóxico, ese parecido, dice, a un picante, pero
más amargo.
Me hizo una reacción en la piel cuenta a un montón
de gente le dio quemazón en el estómago y todos sentían
ese gusto feo en la boca. Como es alérgica, el contacto con
el ácido clorhídrico agudizó el síntoma. EnTeodelina
fue una de las únicas dos personas que necesitaron hospitalizarse
brevemente. A María Rosa le dieron un antialérgico inyectable.
Yo no sé sigue si eso de los dolores fue por
el humo y el gas o por los puros nervios que teníamos.
Por eso no se declaró el alerta enseguida. El intendente de General
Arenales y Juan Julio Giangiocomi, delegado comunal de Arribeños,
esperaron seis horas hasta lanzar el alerta. El derrame del líquido
comenzó antes de medianoche sobre la ruta 65 en la dirección
que une el sur de Santa Fe con Junín. El viento, en ese momento,
iba hacia el sur, paralelo a la ruta. La lluvia aceleró la
formación de la nube explicó el intendente pero
creímos que podía diluirse hasta que cambió el viento.
Durante la madrugada, el viento rotó al este, en dirección
al pueblo.
Fue allí cuando se dispuso la evacuación como medida preventiva.
Sobre el camino y para acelerar el proceso de neutralización de
los gases se cortaron las rutas y se trabajó con burbujas especiales
sobre los líquidos. Neutralizamos el ph (grado de acidez)
con cal hidratada en bolsas desparramadas mientras cargábamos el
líquido de las cisterna a otro camión, explicó
a este diario Sergio Toro, encargado del cuerpo de Bomberos de General
Arenales.
A las dos de la tarde el peligro había pasado. El ministro de Seguridad
de la provincia, Orestes Verón y el de Salud, Juan José
Mussi se habían trasladado hasta allí para ponerle fin al
pánico. El ph está en niveles normales y no hay peligro
ni en el consumo de frutas ni de agua, insistió Arata, acosado
durante todo el día por los arribeños que volvían
de Teodelina. Fue allí donde se produjo una de las preocupaciones
más graves.
La invasión de los casi 2100 habitantes de Arribeños volvió
un caos la tranquilísima mañana del pueblo. Gerardo Arelo,
dueño de La Central, la panadería del centro, estuvo toda
la semana preparando las veinte roscas que debían alcanzarle hasta
Semana Santa. El aluvión tiró los planes abajo. Al medidodía,
en La Central no había ni roscas ni tampoco una sola medialuna
de las 25 docenas preparadas por día. Rápido de reflejos,
Gerardo vio el negocio: preparar más facturas. Un error. Los visitantes
se volvían. Eh gritaba ayer desde su pueblo,
si ustedes, desde Buenos Aires quieren alguna luna, todavía tenemos
de sobra.
EL
CONTACTO CON ACIDO CLORHIDRICO PUEDE SER FATAL
Un operativo que funcionó bien
Por Pedro Lipcovich
Casi da miedo escribirlo pero,
en la Argentina, esta vez (según los datos disponibles hasta anoche)
las normas de seguridad se cumplieron y el personal de emergencias estaba
adecuadamente equipado. El camión accidentado tenía señalizados
sus índices de riesgo mediante un código internacional que
los bomberos leyeron con largavistas. Sabiendo de qué se trataba,
utilizaron, entre otras cosas, una burbuja con respiración
autónoma para poder acercarse al ácido. Sin embargo, fue
cuestión de suerte, según el jefe de Bomberos
de Arribeños, porque a menudo los camiones cisterna contienen otras
sustancias que las declaradas y porque según una especialista
de la UBA los transportistas no siempre cumplen las normas
y no veo operativos de control.
Ese rectángulo naranja con números misteriosos que uno ve
en los camiones cisterna es un panel de seguridad que sigue normas
establecidas por las Naciones Unidas explicó a este diario
Laura Bollmann, directora del Servicio de Seguridad e Higiene de la Facultad
de Ciencias Exactas de la UBA. La primera cifra identifica la sustancia
transportada y las siguientes indican distintos riesgos: si es inflamable,
corrosivo, tóxico. Los bomberos disponen de manuales para decodificar
estos datos. Además, los choferes que lleven cargas peligrosas
tuvieron que hacer un curso especial de capacitación, y el vehículo
debe llevar una ficha donde la empresa que entregó la carga informa
sobre riesgos y precauciones.
Para el caso del camión que se accidentó en la Ruta 65,
Germán Oliveira jefe de Bomberos de Arribeños
contó que por suerte, el vehículo estaba en regla.
El riesgo es que el cartelito no coincida con lo que realmente transportan
los camiones, porque los usan para distintas cosas sin cambiar la leyenda.
Como estaba en regla, desde el vallado que pusimos en la ruta, a
600 metros, miramos con largavistas y determinamos que se trataba de ácido
clorhídrico. Entonces buscamos respaldo en los bomberos de Junín,
que tienen equipos como una burbuja dentro de la cual va el bombero, con
un equipo de respiración, precisó Oliveira.
Cuando los bomberos pudieron acercarse al accidente y evaluar su magnitud,
se decidió recurrir a la brigada de Mercedes, que tiene equipos
computarizados para analizar muestras del derrame y central meteorológica
propia, agregó el jefe de Bomberos. Sin embargo, cada
siniestro es especial y, en éste, cuando veníamos conteniendo
la nube de ácido con una llovizna de agua producida por nuestros
camiones, el viento cambió de dirección, y se decidió
evacuar a los pobladores.
Según Bollman, en mercancías no muy costosas, como
el ácido clorhídrico, las normas no siempre se cumplen.
Sí suelen atenerse a ellas las grandes empresas que transportan
combustible o, en general, los transportistas que quieren defender su
prestigio, pero cumplir las normas eleva los costos. La fiscalización
corresponde a la Secretaría de Transporte y a las autoridades
locales. Pero no veo operativos de control en las rutas, y los agentes
de los puestos camineros no siempre están capacitados, observó
la especialista.
En el caso del ácido clorhídrico, las consecuencias de un
derrame pueden ser graves: Bastan 5 a 15 gramos para causar la muerte,
por vía respiratoria, por ingestión o por exposición
de la piel, destacó Jorge Hercovitz, investigador del Conicet
en el Instituto de Ciencias Ambientales y Salud.
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