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PANORAMA ECONOMICO
Por Julio Nudler

Cavallo rompió el chanchito

Pese a slogans seductores como competitividad y crecimiento, hasta hoy la verdadera prioridad sigue siendo la misma: cómo tener la plata que hace falta para hacer frente a los vencimientos de la deuda. Y, además, cómo conseguirla sin pagar por ella un precio tan alto que refuerce la convicción de que la Argentina no tiene salida. Con los 3500 millones de financiación extra cuya obtención se anunció ayer hay margen para vivir este segundo trimestre sin amenaza de quiebra, abriendo así una esperanza de futuro, o al menos un espacio para intentar políticas. Esta nueva deuda es como un puente que lleva a otra orilla, pero sin dar garantía alguna sobre lo que espera una vez atravesado. Recién entonces se verá si las medidas de Domingo Cavallo son capaces de terminar con tres años de recesión, o si las taras que arrastra la economía argentina son demasiado pesadas y es muy tarde para evitar un cataclismo. El retumbante activismo del cordobés apuesta a que la depresión puede ser vencida si se la ataca en varios frentes a la vez. Quienes confían en él lo recuerdan dando bravas batallas en el pasado y triunfando sobre los enemigos de la convertibilidad. Sin embargo, vistos retrospectivamente, aquellos combates eran más ganables. La Argentina no tenía la deuda que contabiliza hoy ni un retraso cambiario tan manifiesto. Por ende, la sensación actual es que cualquier victoria es sólo de corto plazo, y además encarece la inexorable salida futura. Este es el riesgo que se asume con Cavallo: si fracasa, la factura será más gorda.
Para conseguir fondos apeló hasta ahora a dos recursos. Uno, manotearle la billetera al sector privado a través del impuesto a los movimientos de las cuentas corrientes. Como esto no alcanza, y es además un remedio muy nocivo en dosis altas, la segunda decisión que tomó fue romper el chanchito, liberando fondos acumulados en el sistema financiero, que teóricamente debían seguir guardados para blindar a los bancos ante eventuales corridas o ataques especulativos. Si para partir la hucha hay que atacar a Pedro Pou, el mismo presidente del Banco Central al que pocos días antes se le perdonaba la vida, se lo ataca sin conmiseración, responsabilizándolo por las altas tasas de interés y la depresión económica, lo cual suena algo exagerado. Ante la sequía de recursos, Economía ordena soltar agua de los embalses. ¿Pero qué hará si la tierra se traga todo el líquido y sigue sin llover? Otro podría preguntar si una alternativa mejor es no hacer nada y sentarse a esperar que llueva, muertos de sed pero con los embalses llenos. Ciertamente no.
Lo que no ha podido elegir Cavallo es el mejor momento para abrir las compuertas. Después de un mes en que se evaporaron depósitos por unos 4000 millones, y reservas por otro tanto, no puede saberse si la relajación de la política financiera servirá para satisfacer la demanda de pesos y voltear duraderamente las tasas de interés, o realimentará la corrida. Frente a esta difícil cuestión, los mediterráneos apuestan sus fichas a un favorable cambio de expectativas. Obviamente, si la idea generalizada insiste en que se viene el default y la convertibilidad se cae, nada logrará detener el derrumbe en esta instancia. La figura misma de Cavallo no sirvió para quebrar el pesimismo, y con él en Hacienda el riesgo país volvió a desbocarse. Su plan heterodoxo y demasiado discrecional y voluntarista tampoco generó suficiente confianza. Pero los termómetros financieros sí acusan recibo cuando aparecen fondos de corto plazo, aunque es posible que los operadores sólo alienten una suba de los bonos argentinos para poder salirse de ellos con menores pérdidas.
Los economistas de los países centrales están viendo un mundo que se enfría, con buenas chances de una recesión generalizada. Si ése fuera el contexto, ninguno ignorará que la Argentina sería una mala apuesta porque un régimen de caja de conversión, con tipo de cambio fijo, absorbe sinamortiguadores los shocks externos. Cualquiera sea la verdad, lo que hoy está en boga en el mundo es flotar. No es probable que Cavallo disipe esa aprensión hablando tanto de incorporar al euro como segunda moneda de referencia, y de cambiar al dólar por una cesta. En otra época él explicaba que con una canasta sólo se conseguiría subir las tasas de interés en pesos porque ella introduciría incertidumbre sobre el precio del dólar, que es la verdadera referencia de los inversores y el público. Pero esto, es cierto, no debe impresionar a nadie: este ministro nunca teme contradecirse. Cada afirmación suya tiene, como antecedente, otra de algún momento anterior exactamente antagónica. Lo interesante es que el país parece tan harto de los economistas “coherentes” (en particular los clones de Alvaro Alsogaray, en versión académica) que absorbe sin escándalo los hoy-esto-y-mañana-lo-opuesto de Cavallo.
Suponiendo sorteado en lo inmediato el peligro de una bancarrota nacional, queda por saber si será posible reequilibrar el sector externo sin devaluar de una u otra manera. En estos tiempos la conservación del tipo de cambio ya no es vista internacionalmente como un mérito, sino como una rigidez que conduce a la inviabilidad, definida ésta por la incapacidad de atraer inversiones, crecer, enderezar la situación fiscal y volver pagable la deuda externa. Si la Argentina no devalúa el peso, lo primero que concluyen los mercados es que su endeudamiento es excesivo en términos de las divisas que puede generar el país. Por tanto, la alternativa a devaluar es reprogramar los vencimientos y renegociar las tasas. Ahora, si el Gobierno no quiere hacer ni lo uno ni lo otro, deberá encontrar algún modo heroico de superar tantas restricciones. Por el momento lo que ha hecho es cambiar reiteradamente de ministro de Economía, pero no se sabe si este recurso va a bastarle.
Devaluación y reprogramación de la deuda, como opciones o como suma, son las preocupaciones actuales de los financistas en relación a la Argentina. Los bancos internacionales que operan con redes en el país han tratado de hallar respuesta a la pregunta del millón: ¿hay algún modo de renegociar la deuda de un país ya metido en el esquema del Brady? Por lo menos uno de esos bancos ya recibió una respuesta afirmativa de sus abogados. Se puede, dicen, aun contando con que parte de los tenedores de bonos preferirán no firmar ningún acuerdo.


 

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