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TIENE HASTA UN IDENTIKIT DEL HOMBRE QUE LE ROBO SU IDENTIDAD
El hombre que persigue a su doble

Marcelo Marú es otra víctima del robo de identidad: le apareció un doble que contrae deudas en su nombre. La Justicia pidió su captura, pero sin éxito. Marú hasta llegó a llamar a un teléfono y preguntar por sí mismo. Le respondió el hijo de su doble.

A Marcelo Marú le falsificaron los documentos a través de una copia
de su escritura.

Por Alejandra Dandan

La locura empezó un día de febrero de 1998. Un hombre tocó el timbre de la casa de los Marú. Era un prestamista, tenía la mesa de dinero donde –anunció– el dueño de casa había solicitado crédito. Buscaba a Marcelo Pablo Marú, el deudor y dueño de una historia que a partir de ese momento se trasformó en una vida desdoblada. Con la copia de una escritura, al menos dos personas falsificaron su documento y después el de su mujer. No sólo abrieron cuentas corrientes; Marú fue inhabilitado, buscado por rufianes y acusado por estafas. Durante dos meses estuvo con custodia policial mientras avanzaba la investigación de la UFI 2 de San Martín. “Con mi nombre –dijo entonces– y un documento mellizo estafaron y descontaron cheques en mesas de dinero, que eran endosados por mí (es decir por el doble).” Enloquecido, intentó incluso cambiar su identidad. Hace una semana, Página/12 publicó el caso de otro hombre cuyos dobles aparecieron después de un robo de documentos. Marú se comunicó con este diario y contó su increíble recorrido, en el que llegó a llamar a una casa preguntando por él mismo. Uno de sus dobles tiene ahora pedido de captura. De todos modos, él no sabe cuándo terminarán las estafas por las que ejecutaron su casa: “Yo no perdí el documento: eso es lo más loco. Juro que entendés al suicida: porque no tenés salida, cuando pensás cómo carajo puede pasar esto”.
Desde hace trece años, Marcelo Pablo Marú es empleado del banco Credicoop. Sin quererlo, ese lugar se transformó en uno de sus puntos seguros. Lo conocían y allí, al menos, su cara no estaba en duda: “Llegué a dudar de mí mismo, no sé si se entiende. En un momento pensaba cómo puede ser que nadie dude de que yo soy yo: es una locura total”. Marú ni siquiera perdió los documentos. No sabía nada de los matones con los que en pocos meses comenzó a encontrarse en la puerta de su casa, en mesas de bares y en las rondas de reconocimiento dispuestas por la Justicia.
Hay un dato aún más grave que el de su historia robada: “El delito puede existir –dice–, lo que no puede ser es que a mí no me defienda nadie; que la Justicia no me defienda, por eso ando con los tapones de punta”. Cuando empezaron las investigaciones, desde la fiscalía hicieron seguimientos y allanamientos sin resultados. Tenían identificado al falso Marú, aún hoy en libertad y protegido por un documento falso con el que lleva adelante empresas a nombre del real. En la fiscalía le propusieron a Marú que pusiera todo en venta y se mudara. El objetó que con una pericia caligráfica podía aclarar su situación. Pero no era tan fácil.
–Flaco, en este país todo se arregla –le avisaron–. Un documento trucho sale 300 pesos. Una pericia caligráfica que dé positivo cuesta 6 mil pesos.

Garante

Un día de febrero llamaron a la puerta de casa. Roxana, la mujer de Marcelo, atendió. Al otro lado, el señor Spencer pedía por su marido. Era dueño de una agencia de autos y, por lo bajo, prestamista de una mesa de dinero visitada por Marú –explicó– para pedir un crédito. Spencer estaba verificando la dirección con una carpeta de avales brindados por el supuesto Marú. Ahí, entre dos solapas, había una copia de la escritura de la casa de la calle Perdriel, fotocopia de CUIT, inscripciones de DGI, pago de ganancias y cuentas telefónicas a nombre de Marú. Todo falso, pero las copias de los originales eran reales, hechas por el doble en alguna ocasión.
Marú recibió una llamada en el banco. Era Roxana, adelantándole la aparición de un fantasma. Esa misma tarde, Marcelo hizo la denuncia en la comisaría del barrio y fue con un abogado a la agencia de autos. Le dijeron que el falso Marú debía comunicarse esa tarde con Spencer. El teléfono sonó, Marú se sobresaltó. La secretaria dijo:
–Señor Spencer, Marú en línea. “Ese día podíamos haberlo agarrado”, dice. No miente, el comisario había ideado una trampa, pero el de la agencia no se animó. Esa tarde, Marcelo volvió a su casa sin su doble, pero con su número de teléfono. Estaba ansioso, como no dejó de estarlo en todo este tiempo. “Llamé a uno de los números que aparecían en los papeles. Cuando me atendieron, pedí por mí, es decir por él.” Lo atendió un nene:
–Mamá –oyó Marú al otro lado de la línea–, es para papá.
Pero su doble no estaba. Inmediatamente, con los papeles que había secuestrado de su otro yo, Marú supo en la fiscalía del mecanismo de falsificación. La banda habría sacado la copia de la escritura de una de las inmobiliarias donde Marú figuraba como garante. Una vez duplicada, la devolvieron y averiguaron antecedentes de los dueños: “Si estás limpio, arman los documentos: en este caso fue el mío y el de mi mujer”.
La casa de Marú había sido puesta en garantía tres veces. Muchos meses más tarde, Marcelo rastreó una a una las inmobiliarias que habían tomado su escritura y buscó a los escribanos. Detalló todos los datos el año pasado cuando, enloquecido, pidió –sin éxito– el cambio de nombre a la jueza federal María Servini de Cubría (ver aparte).

El doble

En una fotocopia, el bancario real tiene un identikit de su doble. Hizo muchos intentos por conocer al falso Marú, que siempre terminó escapando. Un día, Marú 1 (el real) descubrió en el Veraz que ahora, él mismo (o sea su doble) poseía una empresa. El Boletín Oficial del 25 de marzo del ‘98 tenía su nombre: Leg Serv SRL. “Armando Ottavio Cauteruccio... se asocia a Marcelo Pablo Marú, argentino, casado, comerc., 32 años... con domicilio en la calle Mosconi”, dice el texto.
No sólo tenía una empresa sino un socio y –lo mejor– una dirección donde buscar. Marú 1 fue hasta la puerta de su empresa. “Fuimos con uno de seguridad del banco que entró con un libro de Gandhi, anteojitos y un revólver.” Hicieron guardia, pero ya no había nadie. En el galpón, su doble acopiaba los cereales que, supo después, iba comprando –y pagando con sus cheques– en varias empresas del interior país.
–No hay uno solo, hay varios: a veces soy un gordo asqueroso; la llaman de Uruguay a mi hermana y le dicen que soy licenciado en Economía. Y hasta encontraron el número del banco.
Lo llamó un comisario de un pueblito perdido de Córdoba. “Me dice: ‘¿Usted es Marú? Le habla el comisario de Saturnino Laspiu’.” El falso Marú había comprado por 10 mil pesos tanques para fumigar, pagó con un cheque y se fue. “Claro, después me buscaba todo el pueblo: el cheque no existía y la cuenta estaba ya cerrada.”
En la fiscalía le iban diciendo que, finalmente, estaban por atrapar al doble. Marú 1 un día volvió a su casa y vio a la custodia estacionada fuera. Levantó el teléfono y consultó: “A quien estaban por atrapar –escéptico– era a mí”.
El año pasado, por un crédito, le embargaron la casa. Perdió el juicio a pesar de las interposiciones en los juzgados penales. Explicó la historia a los acreedores y evitó el remate. De todos modos, le pidieron 1200 pesos: gastos de los abogados.
Ahora puede terminar la historia. O tal vez no: la orden de captura fue librada por la UFI 2 de San Martín. “Largaron la detención a nombre de él, que anda con mi nombre. Les dije que lo cambien, pero en la fiscalía, encima, me dijeron que no pueden.”

 

El caso de Luis Ladio

La punta de lanza para la sucesión de casos de duplicación de identidad, apareció en la edición de Página/12 del último domingo. Allí Luis Ladio le contaba a este diario cómo, desde un robo de documentos y chequeras, su nombre entró en una cadena de estafas y reclamos por los que ahora tiene hasta su casa embargada. “El problema es que acá no hay protección a la identidad”, explicó a este diario Sergio Barneche, el penalista a cargo del proceso de Ladio. “La cadena puede repetirse eternamente –dice–: Ladio nunca puede tener, con esta legislación, una identidad asegurada.”
Aunque exista una denuncia penal y, aún más, una condena contra los duplicados de Ladio o de Marú, nadie puede garantizar que otros vuelvan a usar sus nombres para cometer estafas.
A Luis Ladio, tal como informó Página/12, le robaron los documentos en un asalto de mayo del ‘97. Un año después supo, a raíz de un llamado de su banco, que estaba inhabilitado para operaciones financieras por la emisión de cheques sin fondos girados a su nombre desde una sucursal del Banco de Boston. En esa sucursal fueron dos las cuentas corrientes abiertas y cerradas por orden del Banco Central. En ese período, con avales fraguados en la DGI o Rentas fueron pedidos créditos a nombre de Ladio, joyas y hasta se alquiló un departamento a su nombre. Por la deuda de ese alquiler, del que Ladio nunca supo nada, ahora tiene embargada su propiedad de Vicente López.
“Hay que cambiar la legislación y aumentar las exigencias de los bancos para la apertura de cuentas”, sigue Barneche. A su criterio, uno de los modos de impedir la falsificación de contratos de alquiler, donde los únicos que intervienen son inquilino y locatario, es restablecer el impuesto al sello: “Porque ahora no existe en la Capital una fecha cierta y verídica de inicio del alquiler”. Ese fue el problema de Ladio. Quienes iniciaron la demanda colocaron en el contrato una fecha anterior a la denuncia del robo. De ese modo, sin la justificación del robo, con la cual había podido explicar otras estafas, los demandantes obtuvieron el camino libre para exigir la ejecución de la casa.

 

La Justicia le dijo no

He ahí la moraleja: nunca se deberá dejar una escritura en préstamo. Marcelo Marú prestó la escritura de su casa exactamente en tres oportunidades. Una a los padres, otra a un amigo y la tercera la dejó por el alquiler de un comercio. Les perdió el rastro, aunque ahora los datos de los sitios donde se alojaron esas copias forman parte de los expedientes que desde hace tres años están dando vuelta en los juzgados. Para frenar las demandas y reclamos que su doble, armado con sus documentos, iba generando, Marú decidió cambiarse el nombre. Se lo pidió a la jueza federal María Servini de Cubría, que no le dio lugar al reclamo. Insistió y por fin obtuvo una respuesta del juzgado civil de Patricia Zabotinsky: la jueza rechazó “in limine” la presentación porque no existían suficientes motivos. En su lugar, recomendó echarle un vistazo al Código Civil. Marú supo así “que estaba en todo derecho para informarle a quien esté haciendo uso de mi nombre –dice Marú– que cese en el uso indebido porque yo, o sea, Marcelo Marú, tenía derecho a hacerlo”.
El trámite empezó en mayo del ‘99. Marú explicó allí minuciosamente que “existía una persona, o mejor dicho un grupo de personas que utilizando mi nombre y apellido, un documento ‘mellizo’ con el mío, la copia de mi título de propiedad y la seguridad de un Veraz intachable, se encuentran realizando maniobras delictivas consistentes en la estafa a comerciantes de buena fe, así como también de descuento de cheques en mesas de dinero, los cuales eran endosados por mí (es decir por él)”. La fundamentación fue respondida con el pase al fuero civil. Y seis meses después, rechazada.
Ahora, sin haber podido aún resolver el caso, ni su nombre ni la incertidumbre sobre nuevas estafas que podría estar protagonizando en este mismo momento, Marú dice: “Yo no confío en nada. Si viene mi hijo y me dice perdí el documento y... yo lo mato”.

 

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