Por Susana Viau
Más allá de la
hojarasca que intentó elevar la historia de dos familias sirias
a categoría de leyenda, Emir Fuad, nacido en 1948, el penúltimo
de los hijos del matrimonio Yoma, prefería usar las fórmulas
de los avisos fúnebres y definirse como hermano en el afecto
de su ex cuñado Carlos. La afirmación no es discutible.
Desde el entorno de los 90 se jugaban otras opiniones, igualmente irrefutables:
Emir es un jefe de gabinete en la sombra y Emir es Menem.
El lugar lo tenía bien ganado. Había apoyado con sus contactos
la carrera política de Carlos Menem, lo había paseado por
España y a principios de los 80, cuando se desató la primera
gran crisis matrimonial entre Carlos y Zulema, él continuó
haciendo de componedor entre el departamento modesto de la calle Cochabamba
que ocupaba el cuñado y el del Abasto, donde vivía su hermana.
Según dejan entrever las biógrafas del ex jefe de Estado,
Emir, árabe al fin, era tolerante con las aventuras amorosas del
cuñado y ése era un valor sustancial para un hombre de provincias,
encandilado por las figuras de la televisión y las chicas de alterne
de Karim y Rugantino, compensadas luego con cargos vinculados a la minoridad.
Los Yoma, herederos del negocio de cueros paterno, habían extendido
sus negocios a España, una España ligada al Islam, a los
negocios de armas, a la ultraderecha internacional y asiento preferido
del peronismo, desde el fundador del movimiento, hasta José López
Rega y empresarios como Jorge Antonio y Héctor Villalón.
Primero, los hermanos Emir y Karim pusieron pie en Marbella, una ciudad
costera anfitriona de jeques que circulaban en Mercedes Benz con vidrios
polarizados y atracaban sus formidabes yates en Puerto Banús. Allí
estaban el saudí Adnam Kashoggi, luciendo las letras de oro del
Nabyla que competía con el del naviero argentino Arnaldo
Martinenghi y el yabrudense, igual que los Yoma e igual que los
Menem, Monzer Al Kassar. Poco más tarde, los Yoma inaugurarían
Yomka en el corazón nacional de Madrid,
en el barrio de Salamanca.
Cuando el cuñado Carlos resolvió que su experiencia de gobernador
de La Rioja había sido completada y era hora de pelear la presidencia,
Emir creyó que obtendría un cargo en el Ministerio de Economía.
Amira quería un puesto cercano, como secretaria de Audiencias;
Karim esperaba reverdecer su pasado diplomático en Qatar; Zulema
había puesto los ojos en Bienestar Social. Amira y Karim obtuvieron
lo que querían, Emir fue designado asesor de la presidencia. La
presencia formal de todos ellos en el poder duraría lo que un suspiro.
Emir lo abandonó en 1991, después que el embajador Terence
Todman se hiciera eco del enojo de un grupo de empresas norteamericanas
que veían obstaculizadas sus inversiones por sistemáticas
exigencias de contraprestación. Una de ellas era el frigorífico
Swift y quien llevaba el expediente con su pedido de importar maquinaria
sin pagar impuestos era Emir, que había enfriado los trámites.
Por allí se hablaba de un pedido de 400 mil dólares para
liberarlo del pago de tasas por otros 400 mil. Relató Horacio Verbitsky
que fue en el curso de una entrevista con Carlos Oliva Funes, presidente
del frigorífico, que Menem le indicó a Emir: De este
expediente ocupate vos.
La salida del gobierno no fue un alejamiento del entorno. Emir, polifuncional,
era indispensable: operaría para rescatar a Carlitos junior de
un escandalete en Uruguay, filosofando que una noche en comisaría
era una buena experiencia, y cumpliría un papel de primer orden
luego de la trágica muerte del muchacho. Para esas fechas, las
complicaciones de Emir se habían multiplicado, trascendían
los favores de la banca oficial para con la curtiembre semifundida y las
denuncias de Osvaldo Torres, ex director de Yacyretá, que contó
que un día se me apareció Emir con una clásica
servilleta de café escrita de puño y letra con una nómina
y una cantidad al costado que sumaba dos millones de dólares. Era
el beneficio que percibirían si firmaba el contrato para la compra
de generadoresSiemens para Yacyretá. Decía: el jefe, Vicco,
Emir, Blas Medina. Yo no quise preguntar quién era el jefe por
prudencia.
Que el nombre de Emir estuviera siempre enredado con escandalosos negocios
del Estado era una rutina. Un empleado de la curtiembre dejó saber
que su patrón estaba vinculado con una de las empresas relacionadas
con las maniobras de exportación de oro. Se trataba de Oscar Reynoso,
ex gerente de la curtiembre Yoma y directivo de Refinerías Riojanas,
de la que había sido presidente Enrique Piana, integrante de Casa
Piana, eje de la maniobra. Emir se limitó a negar todo nexo y a
bromear el único oro que conozco son las alhajas de mi abuela.
La cuenta Daforel fue el punto más flojo del tejido de los escándalos
menemistas: por Daforel pasó dinero del caso IBM-Banco Nación;
en Daforel se depositaron 400 mil dólares de la venta de armas;
a través de Daforel llegó el dinero para la compra del 70
por ciento del paquete accionario del Grupo Yoma por parte de Elthan Trading.
Preguntado por la existencia de Elthan Trading, Emir arguyó que
eran orientales; se le pidieron nombres y dijo Fin Tin Chin, un
chino. El chino y quién más, lo apuraron. Amparado
por el paraguas del poder, respondió: No me acuerdo. Son
muy difíciles.
Un gran conocedor del menemismo y su folklore dibujaba anoche un perfil
del ex cuñado: Era atropellador contando con protección.
Para imaginar el futuro de Emir, la fuente apeló a ejemplos Juan
Duarte. O, vaya a saber, Raúl Salinas de Gortari. Se está
empezando a caer la estantería, y están locos si piensan
que Emir va a aceptar callado el pasar por pato de la boda. Y aunque él
lo haga, está Zulema que le va a saltar al cuello al responsable
todo esto.
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