Por Horacio Verbitsky La única actividad de la gira italiana del presidente Fernando De la Rúa que justificaba dejar el país en semejante momento era la audiencia acordada con el jefe de la Iglesia Católica romana Karol Wojtyla, justo cuando la hipótesis de un sucesor latinoamericano se afirma en el Vaticano. Pero para eso no eran necesarios cinco días. Aparte del valor espiritual que ese encuentro puede tener para un creyente de la misma confesión, al Poder Ejecutivo le interesaba rescatar un vínculo que el hombre de negocios Esteban Caselli puso en la última década al servicio personal de la última fórmula presidencial justicialista: Carlos Menem y Carlos Rückauf. Durante toda la semana, De la Rúa y su canciller Adalberto Rodríguez Giavarini sortearon las emboscadas de Caselli, quien hasta último momento trató de frustrar el encuentro del presidente en la embajada argentina con ocho cardenales. Menos éxito tuvo el Poder Ejecutivo en el intento de desplazar de la atención pública al insomne ministro de Economía. Alguien lo había inducido a creer que su desvaído paseo itálico le devolvería algo del protagonismo perdido. Domingo Cavallo volvió a frustrar ese propósito. La presencia del ministro en la cita de ministros de Economía en Toronto, que los diarios de todo el mundo reseñaron como estelar; la aplanadora que pasó sobre sus tres predecesores en las jornadas de celebración por una década de la convertibilidad y el modo en que quebró la resistencia de Pedro Pou y lo forzó a admitir que los bancos pudieran disminuir sus encajes en 3.500 millones de dólares, que prestarán al Tesoro, colocaron bajo la luz más pálida posible la semana de descanso y sociales del presidente. Esto no significa que las medidas de Cavallo garanticen algún éxito. La rebaja de la tasa de interés que está induciendo, tanto podrá alimentar la inversión productiva cuando la fuga de capitales en la que se especializa la transnacionalizada burguesía aborigen. Por lo pronto implica un nuevo negocio para los bancos, que por la diferencia de tasas entre lo que le cobrarán a Cavallo y lo que les pagaba Pou ganarán 175 millones. Ni siquiera en tiempos de Carlos Menem se pareció tanto la escena a la de una monarquía constitucional, con un primer ministro a cargo del gobierno y un jefe de Estado ocupado de las trivialidades protocolares. Un manto de neblina Durante las dos conferencias de prensa que ofreció al regreso, De la Rúa se esforzó por explicar los aspectos más polémicos de un viaje de difícil sinceramiento. Sobre el adelantamiento de la salida hacia Roma dijo que había obedecido a una reunión planificada con el presidente de la Telecom italiana, accionista de la Telecom argentina. Esto no explica la prisa de una partida dispuesta cuando la agenda aún no estaba cerrada y que se fue completando sobre la marcha, al ritmo de las críticas que se producían en la Argentina. Tan improvisado fue todo que si Rodríguez Giavarini no lo hubiera llamado a la realidad, De la Rúa se hubiera tomado un avión de la FIAT para visitar a Gianni Agnelli, como si el anciano empresario fuera un dignatario nacional y Torino su sede. Con el mismo apuro se concertó el encuentro con Silvio Berlusconi, quien le informó que el comunismo gobernaba Europa. De la Rúa lo escuchó con la misma impasibilidad que le dedicó al ex comunista Massimo DAlema, quien lo invitó a participar en una cumbre de la tercera vía, que está organizando desde una fundación privada, para llenar el vacío que dejó Clinton y poner algún freno a la dureza de Bush, manifestada en su desconocimiento del protocolo de Kioto y en el incidente del avión espía sobre China. Una fuente inobjetable del gobierno reveló que De la Rúa dispuso salir de Buenos Aires el domingo porque no quiso presidir el acto del lunes 2 de abril, reivindicatorio de la ocupación militar de las islas Malvinas. Las Fuerzas Armadas habían acordado con el ex ministro Ricardo López Murphy un acto contracara de la masiva conmemoración en repudio del golpe de 1976. De la Rúa nunca se entusiasmó con el proyecto. La Ley Galtieri fue sancionada la última semana de noviembre bajo la presión de los veteranos, que vuelven a ser utilizados como carne de cañón. De la Rúa no firmó el decreto correspondiente y la ley quedó promulgada de hecho en diciembre. Al menos, algún resto de sensatez. Zulemitos Tan escuálida fue la agenda presidencial que De la Rúa abultó su informe sobre ella con la mención a un encuentro de trabajo con los embajadores en Italia y el Vaticano, la lectura de una conferencia en una universidad y un llamado telefónico al primer ministro Giulio Amato, que también hubiera podido hacer desde Olivos. En el Vaticano los seis miembros de la Casa Gobernante dispusieron de veinticuatro minutos para el besamanos, el registro fílmico y fotográfico del acontecimiento, el intercambio de regalos y de textos escritos que reemplazaron a los fatigosos discursos. Así y todo, el presidente tuvo tiempo de exponer su denominado plan de lucha contra la pobreza y la exclusión y la política de su gobierno en relación con lo que llamó la dictadura de los mercados. El obispo de Roma escuchó con pontificia condescendencia el relato de la epopeya delarruista en defensa de la dignidad del trabajo. Explicársela a más exigentes interlocutores argentinos le exigiría trabajar como loco??, según la expresión del Infante Aíto. El inmediato antecesor de De la Rúa se quejó de la actitud de la prensa ante la expedición romana de la Primera Familia, en el avión-símbolo de la Fiesta para Pocos, para encontrarse con futbolistas y modelos: Si yo hacía eso me comían vivo y ahora están calladitos, dijo el padre de Zulema y Carlos Menem Yoma. Aunque tampoco fueran modelo de austeridad republicana, por lo menos conservaron el pudor de no intervenir ni opinar sobre la cosa pública. En respuesta a una pregunta, De la Rúa no tuvo mejor idea que ponderar la importancia que le asigna a la familia. Una verdadera tautología. Voluntarismo En su reciente libro Marginalidad y exclusión social, José
Nun destaca que durante la crisis de 1974/84 hubo cinco países
que quedaron a salvo de la desocupación: Suecia, Noruega, Austria
(con gobiernos socialdemócratas), Japón y Suiza (donde primó
una preocupación conservadora por el orden y la estabilidad,
asentada en la no deificación del mercado). Todos ellos asumieron
un compromiso institucionalizado con el pleno empleo. La conclusión
de Nun es que la marginalidad, la exclusión social, el desempleo,
la subocupación no son hechos de la naturaleza, sino emergentes
de relaciones de poder determinadas, y que de ellas depende el lugar
que se asigne en la agenda a la lucha contra la marginación y la
pobreza y la disposición a pagar los costos necesarios para que
sea eficaz. El razonamiento es pertinente para analizar el plan con el
que el gobierno se propone enfrentar las penurias económicas que
causan el desempleo, la injusticia distributiva y la inequidad social
por las que reclamó Wojtyla. Según el Ministerio de Trabajo
sus costos no superarían los 476 millones de pesos anuales, suma
sin duda modesta. De ellos, 395 millones por remuneración a los
jefes de hogar desempleados. Ese monto, afirman los documentos oficiales,
no supera lo que hoy se asigna por parte de la Nación a los programas
de empleo transitorio. A cambio, el gobierno entiende que reduciría
en un 75 por ciento la indigencia y en un punto porcentual la desocupación
general, estimación sin otro sustento que la voluntad de los funcionarios.
Esa propuesta podría interpretarse como la búsqueda de un
impacto propagandístico con vista a las elecciones generales de
octubre, en las que De la Rúa apuesta su futuro. Un análisis
más detallado revela que el plan, en el que Patricia Bullrich comenzó
a trabajar antes de la eyección de José Machinea del gabinete,
parte de una lectura errónea de la realidad social del país.
El análisis que sigue, basado en estudios del propio ministerio
de Trabajo, de la Consultora Equis y del Instituto de Estudios y Formación
de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), intenta describir las
falencias de esa interpretación de los hechos. Pobrezas Con citas de bibliografía anglosajona, los documentos del ministerio
de Trabajo sostienen que la principal causa de la pobreza en sociedades
que fueron solventes es el desempleo antes que los bajos ingresos. La
pertinencia de este enfoque para el caso argentino es más que dudosa.
Es cierto que cuatro de cada diez indigentes no tienen trabajo, porcentaje
dos veces y media superior al índice nacional de desocupación.
Sin embargo, más notable es la comprobación de que no basta
tener trabajo para levantar la cabeza por encima de la línea, como
le sucede a los otros seis de cada diez indigentes. Este es el dato fundamental
para determinar el alcance del plan del ministerio de Trabajo. Según
la última información oficial hay 217.000 hogares indigentes
cuyo jefe no tiene trabajo y esto afecta a 937.000 personas. Es decir
que el socorro que De la Rúa le explicó a Juan Pablo II
ni siquiera alcanza a uno de cada cuatro indigentes. La escasa cobertura
del plan es su principal limitación e impide considerarlo un programa
de alcance nacional para la erradicación de la indigencia, dice
Artemio López, de Equis. Podría ser, a lo sumo, un programa
complementario de otras acciones de asistencia a la pobreza extrema. Los
técnicos del ministerio de Trabajo que elaboraron la propuesta
en febrero, también las habían contemplado. La realidad y su sombra El fracaso para captar la realidad comienza con el instrumento que se
usa para llegar al diagnóstico. El INDEC sólo considera
desocupados a quienes durante la semana anterior han buscado trabajo en
forma activa y no lo han conseguido. De esa nómina se excluye a
quienes en la semana anterior a la encuesta han realizado alguna changa
de más de una hora. Artemio López anota que quienes desempeñan
esos empleos intermitentes, con muy escasa remuneración, una parte
de ella en especies, lo explican con una frase contundente: Hago esto
porque no tengo trabajo. Dada esta característica del precarizado
mercado laboral, cualquier programa de prestación selectiva, no
universal, promueve discriminación entre trabajadores empeorando
notablemente los vínculos ya deteriorados de la población
en situación crítica. Costos Otra comparación significativa es la de los costos de ambos planes.
El del ministerio de Trabajo no llega a los 500 millones del pesos anuales,
veinte veces menos que el de la CTA, que implicaría una redistribución
del 3,3 por ciento del Producto Interno Bruto y un 10 por ciento del Gasto
consolidado de la Nación, las Provincias y los Municipios. De este
modo ningún hogar quedaría por debajo de la línea
de pobreza. La caminata del año pasado de hombres, mujeres y niños
a lo largo de 500 kilómetros, con actos en cada ciudad, para explicar
la propuesta y recabar firmas reclamando al Congreso que la considere,
tuvo las dimensiones participativas, la épica y la ética
que la actividad política ha perdido. |
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