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CONTINUAN EL DEBATE Y LA REFLEXION SOBRE LA DECADA DEL 70
Desde la base

¿Pudo ser de otro modo? Desde el sindicalismo, una opinión que reivindica a Tosco y las movilizaciones obreras y cuestiona �el militarismo�. Desde los �perejiles�, una contundente crítica a los que condujeron un proceso y una fuerte reivindicación a �los soldados�, la base que se quedó.

Nombre: �Clandestino era el tipo cuyo nombre y apellido se encontraba en poder de las fuerzas represivas: el buscado. Aquel que tenía que
cambiar de identidad�.

Por Marisa Sadi.

os 25 años del golpe reavivaron la discusión sobre la década del 70. Aparecieron la biografía “no autorizada” de Galimberti, el Diario de un clandestino de Miguel Bonasso, un extenso reportaje a Firmenich, entre otros. Todos fueron producidos por quienes tienen acceso a los medios y mayor posibilidad de hacerse oír y dar su versión de los acontecimientos.
Nada puede aportarse a las nuevas generaciones desde una visión que no tenga autocrítica y permita de ese modo el riesgo de una gestación política que ignore la historia sobre la base del silencio de miles que se quedaron sin voz para poder contestarles. En su reportaje, Firmenich le dice a Rolando Graña que “odia los detalles, las anécdotas. Hay gente que escribe anécdotas históricas y no es mi inclinación lo micro sino lo macro.” Pues bien: hace dos años yo comencé a escribir la parte que me tocó vivir de esa historia. Lo hice a partir de infinidad de “anécdotas” y “detalles” que sí hacen a lo macro desde lo micro.
Sucede que nos propusimos, junto a María Morelli, realizar un trabajo que rescatara la historia de un frente durante la dictadura. Mis experiencias de militante de base y su oficio literario serían las claves para presentar otro aporte a la memoria. La visión del “perejil”, del militante raso, de la tropa. El verdadero sustento del proyecto revolucionario. Esa tropa a la cual el Sr. Firmenich incluyó, ante un espantado Gabriel García Márquez, al hacer el cálculo matemático de cuánta gente tenía que morir para llegar al triunfo. La tropa a la cual no incluyen dichas publicaciones.
Tito Cossa escribió, refiriéndose a nuestro modesto trabajo: “Leyendas contemporáneas de un triste lugar es un libro sobre los soldados. Y a ellos intenta reivindicar.” Personalmente lo hice desde la óptica del perejil que fui, matizada ahora con las síntesis y reflexiones que otorga el hecho de haberme preguntado durante más de veinte años cómo y por qué sucedieron las cosas. Dos o tres días después de la presentación, Naír, una de las Madres de la Línea Fundadora, llamó para decirme: “Hay muchas cosas que las madres no sabíamos y de las cuales nos enteramos ahora”. Esa fue y sigue siendo la intención: dar el debate a partir de algunas constantes que marcaron nuestra vida cotidiana (perejiles o cuadros de mayor nivel) y que, salvo honrosas excepciones, nadie menciona.
Creo que hay dos condiciones necesarias para que esta discusión pueda darse. Son la honestidad intelectual y la memoria obsesiva del sobreviviente. Y dentro de esta línea existen algunos temas ineludibles.
Entiendo que tantas caídas fueron posibles debido a las concepciones políticas y de funcionamiento que se implementaban desde arriba, ya sea en políticas de fondo, como en materia de seguridad, recursos, etc. Otra presencia indispensable para el debate es la figura de Rodolfo Walsh.
En los dos últimos puntos quisiera detenerme.
A los que permanecimos dentro del territorio jamás nos llegaban los recursos. Habría que aclarar que, después del primer año de dictadura, la mayoría de los montoneros se convirtió en clandestina. Clandestino era el tipo cuyo nombre y apellido se encontraba en poder de las fuerzas represivas, o podía llegar a estarlo: el buscado. Aquel que tenía que cambiar de identidad, dejar la casa y el trabajo, cortar el nexo con sus viejos, etc. Las casas se abandonaban a las apuradas, podía llegar la patota en cualquier momento. No contábamos con el mínimo tiempo que requería abrir un cajón para buscar un recuerdo, ya que nunca más podríamos volver allí. Sabíamos que uno estaba perdiendo todo. Y se salía con lo puesto: íbamos a la calle. En los últimos años no quedaban colaboradores con casas disponibles (en realidad nunca fue lo usual). No había dinero para pernoctar en un buen hotel y los accesibles, además de estar controlados por los servicios, no aceptaban chicos. Entonces los trenes se convertían en la única opción para dormir un rato.
¡Cuántos debieron decidir, ante la falta de alternativas, concurrir a una cita probablemente envenenada, si existía una mínima posibilidad de conseguir unos mangos! ¡Y cuántos cayeron en tales circunstancias! Esos muertos también se los tenemos que cargar a la cuenta de Firmenich and company, entre tantas otras cosas...
Recuerdo, entre otros, a un compañero que casi muere insolado, por haberse pasado tres días en un balneario de la Costanera. O a Ana, un cuadro del partido, que pasó un día entero sin poder darle nada de comer a su nene. O aquella vez, en el ‘78, cuando varios compañeros decidieron “hacerse” el camión de un frigorífico, para poder subsistir los pocos que quedábamos en Capital. ¡Si habremos comido viandada y picadillo de carne!
En esa fecha, a miles de kilómetros, la conducción establecía “el tratamiento de usted con el superior y diseñaba el uniforme y las insignias” (M. Bonasso, Diario de un clandestino, pág. 298).
Mi jefe, “Manuel”, Fernando Diego Menéndez, el tipo más valioso que conocimos, nos dijo la última vez que lo vimos: “Si la plata no llega en una semana, nos vamos, porque quedarnos para que nos maten...” La plata no llegó y a la semana lo agarraron. Gracias a su lealtad yo puedo hacer hoy este análisis: la mayoría no tuvo esa posibilidad. Para el Mundial 78, por ejemplo, los reclutas del movimiento no íbamos a bazuquear heroicamente el frontispicio de la ESMA, como los integrantes del Ejército Montonero.
Nuestra contribución fue bastante menos gloriosa: propaganda. Con volantes impresos en unos mimeografitos caseros. Y punto.
Con respecto a Rodolfo Walsh, resulta sugestivo comprobar que, salvo en autores extranjeros (Andersen, Gillespie) o en La Voluntad III, de Eduardo Anguita y Martín Caparrós, no suele mencionarse que se encontraba en abierta disidencia. Releyendo el escrito donde contesta al “Documento del Consejo del 11 de Noviembre”, puede observarse que varias de las críticas que plantea venían haciéndolas, con anterioridad y menos vuelo, muchos militantes, ignorantes la mayoría de su existencia (para estos casos sí funcionaba la compartimentación).
Su esposa, Lilia Ferreyra, dice textualmente en la página 198 de Rodolfo Walsh vivo, de R. Baschetti: “Sus propuestas de repliegue caen al vacío. A comienzos del ‘77 comienza a preparar su propio repliegue... Vuelvo a ser Rodolfo Walsh, decía ahora”. Lo que es seguro es la eficiencia e importancia del trabajo que venía desarrollando. Y que muy otra hubiese sido la historia de haberse implementado las rigurosas formas de concepción y funcionamiento que desde enero del ‘77 plasmó en “Aporte a una hipótesis de resistencia”, que constituye un intento desesperado por salvarnos del exterminio.
¿Cómo habrá recibido la conducción todas y cada una de las partes de esos escritos que no tienen desperdicio? ¿Por qué no intentaron sacarlo del país en el momento adecuado? ¿Acaso utilizaron con él la misma política que muchos sospechamos se implementó con varios cuadros de relieve disidentes y con los mandos directivos de las FAR, el ala montonera más influida por el marxismo? ¿Dónde quedaba la pregonada síntesis de la vida personal con la colectiva? ¿Y la concepción de que los problemas del otro eran temas del conjunto? ¿Cómo se entronca esto con la indiferencia y deshumanización de nuestros superiores lejanos?
El tema es inagotable, pero para que se dé el debate, exceptuando a Firmenich, Perdía y Vaca Narvaja, los tres inhabilitados moralmente y fuera de concurso, contamos aún con varios testigos de esta historia que deberían responder esas y otras preguntas.

 

Por Jorge Canelles *.
Caminos alternativos

Los que apostamos a la liberación nacional y social en marcha al socialismo en los años 60 y 70 es evidente que teníamos caminos diferentes.
Valga como aclaración: el objetivo trazado, la liberación de la patria, parece hoy, globalización mediante, una lejana utopía. Pero no lo era entonces, cuando la juventud en particular vivía los grandes acontecimientos del momento: Cuba se liberaba a 150 millas del imperio; Vietnam derrotaba a la mayor potencia militar del mundo; Allende ganaba las elecciones tras la cordillera y los pueblos del Africa también lograban su independencia. Entonces ¿por qué no la Argentina?
En pleno debate sobre cuál era el camino por el que debíamos avanzar –si el que marcaban los que intentaban trasladar las experiencias de otros lugares del mundo, o el de los que sosteníamos que en la Argentina la Sierra Maestra estaba en las fábricas y universidades y no en La Falda–, el 29 de mayo de 1969 estalló el Cordobazo y afirmó uno de los caminos para la liberación.
El estallido popular tuvo razones objetivas y subjetivas. Las que nos interesan en este debate son estas últimas: llegamos al Cordobazo con una amplia política de unidad de acción bajo la conducción de Agustín Tosco, cuyo principalísimo rol en las luchas de los 70 todavía, en este debate, no se ha manifestado. No se hizo el Cordobazo con la mira estrecha de grupúsculos revolucionarios ni de la cúpula de las llamadas formaciones especiales, muchas de las cuales todavía no existían. Hemos afirmado reiteradamente que, si sólo hubieran actuado los llamados revolucionarios, hubiera sido una lucha importante, porque entonces los grupos y los partidos de izquierda tenían poder de convocatoria y no eran la caricatura de hoy. Pero no hubiera sido el Cordobazo.
Fue el Cordobazo porque bajo la dirección de Tosco pudimos unir a las dos CGT, la de los Argentinos y la de Azopardo, y a todos los que estaban contra la dictadura de Onganía. Y en particular logramos la unidad obrera estudiantil después de largos años de desencuentro. Reivindicamos nuevamente la consigna de la Reforma de 1918: “Obreros y estudiantes, unidos y adelante”.
El Cordobazo afirmó un camino expresado claramente por el pensamiento de Agustín Tosco. También descolocó la táctica y la estrategia de todos los partidos políticos.
Afirmaba Tosco: “La crisis del sistema atraviesa la heterogeneidad de todas las instituciones, en especial de los grandes partidos políticos, como el peronismo y el radicalismo...”. “Nuestra posición es el respeto a las diferencias partidarias y a la concreción de la unidad de acción, de la unidad en la lucha, recorriendo todos los caminos que sean necesarios para construir una funcionalidad cada vez mayor entre las alas progresistas y revolucionarias de esos dos grandes movimientos populares y del resto de los sectores políticos de la izquierda... y eso llegará... pero llegará del todo y con tal envergadura que será incontenible en el proceso histórico de nuestro país. Los conflictos, la violencia no brotan como imponderables. Son estallidos lógicos que culminan procesos de injusticia, de tensiones y de fracasos”.
También aseguraba que tenía “raíz marxista”, pero que entendía que “el socialismo en la Argentina tiene una raíz heterogénea. El socialismo es levantado por los gremios confederados de Córdoba y por su CGT que marca la línea de la lucha por la vía antiimperialista hacia el socialismo. La heterogeneidad de nuestro socialismo está en que tiene raíz peronista, marxista y cristiana por el Movimiento de los Sacerdotes del Tercer Mundo. Nosotros tenemos, como todo socialismo, el modelo que la trayectoria, las circunstancias y las posibilidades históricas le van a dar a nuestro país”.
Y seguía afirmando Tosco: “Con la suma de todos los esfuerzos, con la unidad de acción, con la unidad en la lucha, con programa de coincidencias, con prácticas solidarias, será posible acelerar la materialización de los objetivos populares. Todo tendrá valor para esto.
Desde el ferviente deseo de un trabajador pasando por las acciones multitudinarias hasta culminar en la gran conjunción de las fuerzas del pueblo que incidirán decisivamente en el curso de la historia social y nacional argentina”.
Es cierto también que una falsa lectura del mensaje del Cordobazo dinamizó las formaciones armadas y empujó a amplios grupos de jóvenes a incorporarse a éstas. Algunas dirigencias tomaron el atajo militarista al margen de los sectores populares que organizaron los levantamientos como el “Rosariazo”, el “Mendozazo”, el “Rocazo”, el “Correntinazo” y otras acciones que como la marcha del hambre en la Capital, que arrinconaron a la dictadura junto con el “viborazo” –el segundo Cordobazo en marzo de 1971– que hizo que Lanusse tuviera que llamar a elecciones en las que triunfó Cámpora.
También es cierto que para muchos jóvenes de la época era más tentador tomar un arma en sus manos “para liberar a la patria” que ponerse a organizar las movilizaciones populares. Los del atajo militarista continuaron sus acciones en el mismo terreno que los militares y objetivamente facilitaron la desmovilización popular. Mientras, avanzaba el plan reaccionario para el golpe genocida, con Martínez de Hoz a la cabeza. Previamente se había vivido la frustración con Isabel y López Rega.
Si se hubiera concretado la unidad que reclamaba Agustín Tosco hasta su muerte, el 5 de noviembre de 1975, y se hubiera seguido el camino que marcó el Cordobazo construyendo el gran Frente de Liberación Nacional y Social, otro, seguramente, hubiera sido el desenlace.

* Ex secretario general de la Uocra Córdoba e integrante junto a Agustín Tosco y Juan Malvar de los gremios independientes de Córdoba.

 

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