Por Martín Granovsky
En la heterogeneidad del movimiento
contra el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) el Partido
de los Trabajadores de Brasil, el mayor agrupamiento de izquierda del
continente, se convirtió en el proveedor más sólido
de alternativas políticas. El diputado por Rio Grande do Sul Henrique
Fontana estuvo en Buenos Aires para participar de las marchas y tomar
contacto con el Instituto de Estudios Brasileños de la Universidad
de San Martín, y aquí dialogó con Página/12.
¿Por qué el Partido de los Trabajadores se opone al
ALCA y no al Mercosur?
Es que son cosas distintas. Ponemos todo nuestro esfuerzo para profundizar
y mejorar los caminos para el Mercosur. Para países como los nuestros,
coordinarnos dentro de un bloque, y no hablo sólo de Mercosur,
nos fortalece para una eventual negociación con los Estados Unidos.
Fíjese que ellos solos tienen el 71 por ciento del Producto Bruto
Interno del continente y desde allí están orientando las
negociaciones para formar el ALCA. Y digo desde allí porque para
los Estados Unidos el ALCA no es una simple propuesta de liberalización
comercial sino un proyecto estratégico.
¿A qué apunta Washington?
A ampliar su frontera económica.
¿Y eso no tiene ninguna ventaja para el resto de América?
No hablemos en el aire. Veamos qué pasó con el NAFTA,
el área de libre comercio entre los Estados Unidos, México
y Canadá. En los papeles habría ampliación de mercados
y liberalización comercial. Pero resulta que México tiene
ya una balanza comercial negativa de 28 millones de dólares.
Es poco.
Pero se está profundizando. Y eso que México es un
vecino de los Estados Unidos, y por lo tanto podrá obtener del
NAFTA pequeñas ventajas que le estarán vedadas a Brasil,
la Argentina y a países más pequeños en una asociación
similar.
¿Por qué el PT llama a convocar un plebiscito?
Para sensibilizar a nuestro Parlamento, y a los parlamentos de otros
países. La idea es que ante las negociaciones no haya ninguna aprobación
sin un plebiscito previo. La población debe votar si quiere o no
quiere la integración comercial tal como se está planteando.
¿Cuál es el objetivo de ustedes?
Muy fácil de comprender: garantizar la democratización
de una decisión económica fundamental. Algo tan importante
no puede quedar a cargo de diez ministros o quince asesores de Itamaraty.
¿En Brasil el plebiscito es vinculante?
Sí. El gobierno tiene que cumplir obligatoriamente con el
resultado.
¿Cuántas firmas juntaron para pedirlo?
Más de 230 mil firmas. Nos sobran. Ahora viene un largo proceso
de tramitación, porque no hay plebiscito si el Congreso no lo aprueba,
por mayoría simple.
¿Ustedes piensan de manera realista que el ALCA puede ser
frenado?
El ALCA debe ser frenado.
Pero, ¿puede?
Debe, porque sólo responde a un interés de los Estados
Unidos y traerá un gran perjuicio para las economías de
los países más pobres.
¿No es una visión maniquea? ¿No existe ninguna
chance real de vender más productos al mercado norteamericano?
Ese es un argumento de marketing, puramente ideológico, que
no se confirma en la práctica real del mundo de hoy. En los últimos
10 años hubo una aceleración de las tesis que sintonizan
con proyectos como el del ALCA. Y se profundizaron la liberalización
comercial y financiera. ¿Cuál fue el resultado en los últimos
diez años en los países pobres? Se elevó el desempleo
y se concentró la renta a nivel mundial. El período fue
marcado por una disminución de la participación de los países
subdesarrollados en el comercio internacional. En la etapa 1994-1997 las
importaciones de Brasil desde los Estados Unidos crecieron un 116 por
ciento. Las importaciones de los Estados Unidos desde Brasil crecieron
sólo un 5,2 por ciento. El argumento, además, es bien ideológico
porque los Estados Unidos no hablan de alterar su política de subsidios
agrícolas. De cada diez veces que uno oye a las autoridades norteamericanas,
once veces hablan de ampliar sus exportaciones. Y en los documentos no
tienen empacho de poner como gran objetivo el mejoramiento de la balanza
comercial americana.
Si usted igual tuviera que discutir la integración en el
ALCA, ¿cuál sería, por ejemplo, su criterio?
Un caso sería colocar en la agenda la libre circulación
de mano de obra. Otro, las compensaciones a los países más
pobres, como sucedió dentro de la Unión Europea con Grecia
y Portugal. Y la igualación de la tasa de interés, porque
no es posible que los Estados Unidos produzcan con una tasa de un uno
o dos por ciento y en la Argentina y Brasil los intereses lleguen al 15
por ciento. Es como una carrera de cien metros llanos en la que uno de
los competidores arranca 60 metros más adelante. Con el plebiscito
queremos explicitar que el ALCA que está siendo propuesto no es
de interés de Brasil.
¿Elegir el Mercosur implica que Brasil debe descartar cualquier
negociación invididual con los Estados Unidos?
Ningún país de América latina, y no lo digo
sólo por Uruguay y Chile, puede ser tan ingenuo como para imaginar
que resolverá sus problemas negociando separadamente. Los norteamericanos
quieren romper con nuestros bloques. Y yo no quiero una negociación
que le dé privilegios a Brasil y abandone el principio de una política
externa equilibrada. México y Canadá dirigen el 80 o 90
por ciento de sus exportaciones a los Estados Unidos, pero Brasil no.
Su gobierno, sin embargo, es el más duro de la región.
Pero está siendo tímido y connivente con un proceso
de negociación que ya indica perjuicios claros para Brasil. Hipertrofiar
la discusión sobre la fecha de entrada al ALCA es absurdo. El problema
de fondo no es 2005 o 2003.
Usted habla de perjuicios. ¿Cuál sería el daño
del ALCA sobre Brasil o la Argentina?
No se puede cuantificar, pero el ALCA es básicamente un proceso
de liberalización entre economías asimétricas. Asimétricas
por todo: por capitales disponibles, por tecnología... Si se liberaliza
el flujo de comercio se liquidará el parque industrial brasileño
más que en los últimos años, la época en que
sufrimos un populismo cambiario como el que ustedes sufren aquí.
Lo dijo Horacio Lafer Viva, el presidente de la Federación de Industriales
de San Pablo, no lo dice un diputado de izquierda como yo: Una nueva
apertura precipitada de la economía brasileña puede llevar
a buena parte de las empresas nacionales a la bancarrota.
¿Qué quiere decir con populismo cambiario?
Ilusionar al pueblo con algo imposible de sostener en el tiempo.
No se puede determinar el valor de una moneda por decreto. Los liberales
pasan a defender que el valor de una moneda puede ser determinado por
un decreto y que, por ejemplo, valdrá lo mismo que el dólar.
Brasil vivió esa experiencia durante cinco años.
¿Con qué resultado?
Déjeme que le conteste con cifras de la balanza comercial
año por año. En 1992 fue positiva en 15,3 mil millones de
dólares. En el 93, positivaen 13,1 mil millones. En 1994,
positiva en 10,4. Ahí se introdujo el populismo cambiario. En 1995
pasamos a una cifra negativa de 3,35 mil millones de dólares, tendencia
que fue aumentando: siempre en miles de millones de dólares, 5,39
en el 96, 8,37 en el 97 y 6,43 en 1998. Eso muestra dos cosas:
que la industria nacional dejó de ser competitiva o que por una
manipulación monetaria usted liquidó la capacidad exportadora
del país. Con el ALCA todo eso sería aún peor.
¿En términos de industria?
Sí. Una extensión del NAFTA a América del Sur,
que de eso estamos hablando, convertirá nuestra región en
un área productora de bienes primarios. La cláusula de protección
de inversiones que se está discutiendo terminará con la
posibilidad de estimular cualquier industria regional o nacional. Eso
va contra los criterios más elementales de desarrollo. El ALCA,
hasta ahora, es un blindaje contra la voluntad de la población.
Tendrá una cláusula de plazo fijo para el mandato del presidente
del Banco Central de cada país.
Bueno, la Argentina ya lo tiene.
¿En serio? Si Brasil los imitara y el PT ganara las próximas
elecciones, debería soportar un presidente del Banco Central que
no designó y no podrá cambiar la política monetaria.
Del mismo modo, no tenemos una posición fóbica hacia los
capitales externos, pero nos gustaría negociar la forma en que
entran a la Argentina, o nos gustaría estimular la industria microelectrónica
y, con el ALCA, no podremos hacerlo. Tampoco podremos buscar una política
nacional o regional de protección del medio ambiente. En suma,
estaremos ante un fraude a la democracia.
Diputado, hay una contradicción notable en el movimiento
antiglobalizador en todo el mundo: están juntos los campesinos
de América latina, que sufren pobreza por los subsidios de los
países ricos a sus productos, y los campesinos de los países
ricos, que piden subsidios como forma de criticar la globalización.
¿No es un contrasentido?
En todo proceso político de esta complejidad hay contradicciones
principales y estructurales, y contradicciones marginales. La que usted
menciona no es la contradicción fundamental.
¿Por qué?
Porque no somos más pobres por culpa de los agricultores
europeos sino por el privilegio del que disfrutan los capitales financieros
asentados en aquellas economías. Ni las contradicciones secundarias
ni las marginales deben impedir la crítica al proceso de globalización
excluyente. Lo primero que hay que hacer es discutir dentro de cada uno
de nuestros países que la agricultura de los países pobres
también merece subsidios. El icono liberal de que el subsidio siempre
es malo debe ser confrontado. Hay mil ciudades productoras de ajo en Brasil.
Si el ajo asiático llega a mitad de precio, no quiere decir que
yo como gobernante debo importar ajo para beneficiar a los campesinos
asiáticos. Primero debo ocuparme de mis agricultores.
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