Por Carlos Rodríguez
Si es novia, te deja a
los seis meses. Si es esposa, al año. La cita, como una máxima,
corre de boca en boca entre los presos y parece pesar como lápida
sobre los hombres privados de su libertad. Como todas las reglas, tiene
excepciones: desde que fueron condenados en diciembre de 2000 por matar
a su padre, los hermanos Emanuel y Santiago Da Bouza comenzaron a recibir
entre 15 y 20 cartas por semana, muchas de corte romántico y acompañadas
por fotografías de chicas jóvenes que querían entablar
relaciones, cuando menos amistosas. Desde los días del juicio,
se podía captar la atracción física y la red solidaria
tejida en torno de los hermanos. El auditorio era mayoritariamente femenino
y favorable, sin distingo entre familiares, amigas o admiradoras. Una
allegada señaló como dato obvio pero importante
que los Da Bouza son jóvenes y lindos. Sin embargo,
otros condenados notorios, ni jóvenes ni tan agraciados, como el
odontólogo Ricardo Barreda y el ex policía Gustavo Prellezo,
se pusieron de novios en prisión con mujeres que no ven a las rejas
como un freno para el amor. No son los únicos y no todos son detenidos
famosos.
Son muchas las formas en las que mujeres, que están en libertad,
se contactan por decisión propia con los detenidos. Alejandra Vallespir,
docente del Programa UBA XXII que lleva la educación universitaria
a las cárceles, dijo que algunas son asiduas u ocasionales
visitantes de sus maridos, novios, hermanos, hijos u amigos. A partir
de ese vínculo conocen a otros presos en los patios donde se hacen
las visitas o piden datos sobre algún detenido y comienzan
a escribirle. Patricia Pérez, de la Fundación por
los Detenidos Sociales (Fundeso), sostuvo que muchas personas, en
su mayoría mujeres de todas las edades, se acercan para hacer contacto
con los presos, sin tener un vínculo previo con ningún
interno. El intercambio postal se va afianzando con contactos personales
y la historia puede terminar en noviazgo y matrimonio.
Otras veces son los propios internos los que dan el primer paso. Ramón
S., detenido en una cárcel del sur del país, relató
uno de los caminos posibles. Los presos con acceso diario al teléfono
suelen llamar a los números que aparecen en el rubro 59 de Clarín.
Se van ganando la confianza de las chicas que venden sexo y, una vez que
están seguros, se identifican y les proponen una cita en la cárcel,
como amigos, y hasta les pagan la visita. Muchas de ellas, de buena onda,
los van a ver gratis. Después vienen las visitas íntimas,
pagas o no, y hasta empiezan romances que terminan en casamiento. La soledad
de los dos juega un rol importante.
Existen, según Ramón, otras formas de levante. Muchos
presos son llevados a hospitales para operarse o para hacerse atender.
Allí traban relación con enfermeras o con mucamas que trabajan
en el lugar. Se arma el vínculo, por amistad o por amor, comienzan
las visitas y otra vez aparece Cupido en el lugar donde menos lo esperás.
El año pasado, en la cárcel de La Rioja, quedó al
desnudo el apasionado romance de un preso de apellido Gil que no
rendía culto al nombre, con la esposa de un juez. Ella lo
visitaba en su celda, a solas, como asesora de Pedagogía
del Servicio Penitenciario Federal. Un día le dejó su teléfono
celular y ésa fue su perdición: los guardias secuestraron
el aparato, identificaron a su propietaria y la investigación comprobó
largas llamadas a toda hora del día y de la noche. El amor imposible
terminó en escándalo.
En ese marco el impacto generado por la popularidad de los hermanos Da
Bouza sigue siendo notable. Emanuel recibe ahora unas nueve o diez
cartas por semana, pero llegó a recibir más, confirmó
a Página/12 su abogada, Patricia Croitoru, quien aclaró
que no son sólo declaraciones de amor sino también muestras
de solidaridad de parte de personas hay también hombres
que han pasado por situaciones familiares similares y se sienten identificados
con ellos, aunque nunca hayan atravesado por una situación límite
semejante. Luego de la condena, Emanuel quedó muy shockeado
porque esperaba una condena menor a la de su hermano Santiago, quiendurante
el juicio confesó ser el único autor material del crimen.
Las cartas han servido para levantarle un poco el ánimo,
comentó a este diario otro allegado al joven Da Bouza.
Cada uno de los hermanos llegó a recibir cerca de 20 cartas semanales,
admitieron fuentes del Ministerio de Justicia. La abogada de Emanuel dijo
que muchos compañeros de prisión se acercaron
a Emanuel, en la Unidad Penitenciaria Uno de Ezeiza, para expresarle
su apoyo, porque ellos también pasaron por situaciones de maltrato
o de mala relación con sus padres. Además de responder
las cartas, Emanuel está tramitando ante el SPF un permiso para
seguir una carrera terciaria a distancia, que se dicta desde la Universidad
de Morón. Es un curso de diseño gráfico, con
especialidad en packaging, explicó la doctora Croitoru.
Un ex detenido, Ricardo B. (ver nota aparte), quien convive hoy con su
ex profesora de biología en el Centro Universitario de Villa Devoto,
aseguró que hay dos caminos para evitar que los presos reincidan
en el delito: El estudio y el amor. Para Ricardo, en libertad
desde hace dos años, el amor y sus estudios de sociología
y psicología fueron el mejor antídoto: Cuando salí
lo primero que hice fue refugiarme en la casa de mi ex profesora, con
la que sigo unido, porque comprendí que ése era mi lugar.
Conocerla y enamorarme me salvó y dejé de jugar a la ruleta
rusa.
Otros condenados, que aparentan tener menos posibilidades de despertar
pasiones incontrolables, también encontraron compañera.
Una de mis hijas, que estudia derecho, me iba contando las alternativas
del caso Cabezas y yo me fui enganchando con el tema, hasta que empecé
a buscar la forma de relacionarme con él.
Cristina, ama de casa rosarina, separada y con cuatro hijas, explicó
así cómo fue enamorándose de él,
quien no es otro que el ex policía Gustavo Prellezo, condenado
como autor del homicidio del fotógrafo José Luis Cabezas.
Es muy complicado, porque mi familia no entiende mis razones, pero
yo estoy dispuesta a casarme con él y por eso estoy haciendo los
trámites de divorcio. Cristina vive cada vez más tiempo
en La Plata, para estar más cerca de Prellezo, detenido en la Unidad
9 de esa ciudad.
Otro preso de la misma unidad, el odontólogo Ricardo Barreda, también
consiguió novia, a pesar del rechazo que puede suponer, para el
género opuesto, el hecho de que haya sido el autor de la muerte
de su suegra, su esposa y sus dos hijas. Un terapeuta que concurre con
asiduidad a las cárceles opinó que estos romances podrían
ser considerados casos extremos de encuentro entre solas y solos,
amores que pueden parecer bizarros para el común de la gente, pero
que sirven para tener una perspectiva, un lugar para la esperanza.
Ramón, el seductor
preso
Las mujeres que conocen a Ramón S., detenido en una cárcel
del sur, coinciden en un punto: Es muy seductor. Su
historia lo confirma. A los 41 años, Ramón acumula
varios romances detrás de las rejas, desde que cayó
preso en 1975, cuando tenía 16. En 1983, un año antes
de que se instrumentara el sistema de visitas íntimas,
trabó relación por carta con Nélida de las
Mercedes, viuda de V., una mujer con 50 años y un cargo en
el Ministerio de Defensa. Era categoría 23, una de
las más altas, destaca Ramón. La amistad se
transformó en relación amorosa y hubo encuentros íntimos.
Años después, la novia pasó a ser suegra, porque
Ramón se casó, siempre en prisión, con Ana
María V., hija de Nélida de las Mercedes, quien en
alguna visita normal los había presentado. Nélida
aprobó la unión y hasta pagó los gastos de
una fiesta de bodas que se hizo en Sierra Chica en el
marco del régimen bonaerense de encuentros familiares,
que permite a los detenidos una reunión de hasta ocho horas,
con familiares y amigos, para celebrar algún hecho trascendente.
Con el tiempo, la relación con Ana María se fue enfriando
y hoy están distanciados. En 1986, durante un breve período
de libertad a raíz de una fuga, Ramón conoció
a Sandra, su actual pareja. Esto fue amor verdadero,
sostiene el detenido durante el diálogo telefónico
con Página/12. Ella quedó embarazada y después
que volví a la cárcel, nos seguimos viendo. Un jueves
me vino a visitar y se fue con dolores de parto. Nahuel Osiris nació
un domingo a las 4 de la mañana y al martes siguiente me
lo estaba mostrando, en Caseros, desde la calle. Al jueves siguiente
lo conocí personalmente. Mientras estuvo en Olmos y
Sierra Chica, antes de ser trasladado al sur, Ramón pudo
estar con mi hijo, abrazarlo, bañarlo, cambiarle los
pañales. Jura que nunca va a reincidir en el delito,
pero todavía tiene muchos años de cárcel por
pagar.
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Ricardo y su profesora
En los setenta, la vida de Ricardo B. (50) estaba a tono con el
flower power y su epicentro era Plaza Francia. La única carga
era atender una boutique, propiedad de sus tíos, con quienes
vivía desde el suicidio de su madre. La marihuana fue su
perdición. Comenzó como consumidor, pero llegó
a dealer. En esos años, dice, vivía jugando
a la ruleta rusa. Se ríe de sus viajes al Paraguay,
cruzando el río en bote, jugándose la vida, para buscar
merca y venderla en Buenos Aires. Su resurrección, como persona,
comenzó en la cárcel estudiando sociología
y de la mano de su pareja de hoy: su ex profesora de biología.
La conocí en el Centro Universitario de Devoto, primero
como alumno, después como ayudante de cátedra. Nos
enamoramos y cuando salí de la cárcel, luego de pasar
una noche en casa de mis tíos, ya ancianos, me di cuenta
de que el refugio ideal, para mí, era la casa de ella. Me
instalé; ella me aceptó y hoy seguimos viviendo juntos,
resume Ricardo B. la parte que entiende como la más
positiva de toda mi vida.
En 1973, miembro de una pujante y politizada clase media, Ricardo
tenía su departamento en Pueyrredón y Santa Fe y seguía
en la boutique, pero cambió de rumbo porque quería
independencia y libertad. Dos años después
cayó preso. En la cárcel me mostraban: ese
vende droga, decían los otros presos o los guardias,
porque era un bicho raro. Hoy, más del 40 por ciento
de los presos está en la cárcel por comercializar
drogas prohibidas. La adicción llegó porque
la droga me levantaba el ánimo y la idealicé.
Empezar a estudiar sociología fue el primer cambio. Se hizo
amigo de los profesores, comenzó a conectarse con el
afuera y la relación con su ex profesora de biología
virtualmente le lavó la cabeza, le salvó
la vida. Ricardo B. recordó que más del
90 por ciento de los presos que estudian no han vuelto a reincidir
en el delito. Y los que se enamoran, mucho menos. Te lo aseguro
yo.
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