Por Juan Jesús
Aznárez
desde
San Vicente del Caguán
Colombianos apenas adolescentes
sonríen como niños, y empuñan fusiles de asalto como
hombres en los caminos y trochas de los 42.000 kilómetros cuadrados
bajo control de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Lucía es morena, risueña y centinela en una trinchera de
sacos terreros cercana a Los Pozos, el municipio selvático donde
el presidente Andrés Pastrana y, el guerrillero más antiguo
del planeta, Manuel Marulanda, Tirofijo, de 73 años,
destrabaron a principios de febrero el diálogo de paz.
Lucía peina una cabellera negro zaino, veló armas a los
quince y ha cumplido los 16 sin haber entrado en combate. ¿Por
qué entraste en la guerrilla?. Pues porque me fascinó.
¿Nada más que por eso?, Pues porque me gustaba,
¿Nada más? .Pues por el pueblo. Seducidos, aventureros,
forzados por las circunstancias o soñando con la liberación
de sus compatriotas oprimidos, miles de adolescentes cuadran el paso en
las filas de una fuerza insurgente cuyo poder económico y de fuego
nunca fue igualado por guerrilla alguna en América latina. ¿Tiene
usted alguna monedita extranjera?. Pocos antes de las pasadas Navidades,
Colombia observó a 53 niños capturados por el ejército,
y la gente con sentimientos contuvo las lágrimas ante la contemplación
de los chicos ateridos de frío, asustados después de dos
semanas de choques con el ejército.
La guerra colombiana terminará cuando los hijos de los ricos
y los generales sean obligados a formar parte de los pelotones de combate,
apostaba un veterano corresponsal extranjero. No parece andar descaminado.
La infantería de choque de los regimientos castrenses o insurrectos
es alimentada por la pobreza, por familias rurales sin recursos que ven
en el alistamiento el futuro de sus hijos. El ejército admite a
reclutas mayores de 18 años, pero la legalidad rebelde es otra,
y los adiestra desde los 15. De todas formas, el asunto es lacerante,
y la plana mayor de las FARC analiza ampliar la edad mínima de
sus miembros.
El Ejército de Liberación Nacional (ELN), y los grupos paramilitares
también incorporan a menores, y la Defensa del Pueblo y varias
organizaciones no gubernamentales calculan en 6000 el número de
uniformados lampiños. De acuerdo con fuentes oficiales el porcentaje
de deserciones llegó al 118 por ciento desde 1999. El coronel Germán
Pataquiva, representante del Ministerio de Defensa ante el Comité
de Dejación de Armas del gobierno, el 40 por ciento de los 16.000
combatientes de las FARC son menores de 18 años. No le temen
a la muerte y van jugando a disparar hasta que los matan y entran los
veteranos a sostener el fuego.
La revista Cambio entrevistó a 10 de los 53 menores rescatados
el pasado año del horror en que se haya sumida Colombia. Uno
entra convencido de que la guerrilla es buena, que va a trabajar y ganar
un sueldo, pero allá la vida es muy dura, y uno no vive sino cumpliendo
órdenes, declaró uno. Para ellos la muerte es rutinaria
pues con ella conviven. Un compañero encañonó a tres
de las FARC cuando abandonaban. Tuvimos que bajarlo (matarlo), si
no, no estaríamos contando el cuento. Una chica de 14 años,
alcanzada en un brazo, se desmayó disparando su fusil Galil contra
los soldados profesionales de la Fuerza de Despliegue Rápido del
Ejército.
Grupos de guerrilleros juveniles transitan despreocupadamente por las
calles de San Vicente del Caguán, de 25.000 habitantes, el municipio
de la zona cedida a la guerrilla. Francos de servicio hasta la próxima
patrulla o expedición de combate compran naranjas o galletas en
las tiendas de comestibles, departen sobre fútbol, o los culebrones
televisivos. Sus convicciones políticas son elementales. Pues
aquí estamos señor, por la justicia social. De El
País de Madrid, especial para Página/12.
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