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Vivir y morir como un niño en las
filas de la guerrilla de Colombia

Los menores de 18 años son un 40 por ciento de los aproximadamente 16.000 combatientes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, la guerrilla más antigua y poderosa
del continente. Aquí, sus voces y su testimonio desde el corazón de la selva.

Una escena de la vida cotidiana entre los adolescentes de la zona bajo control guerrillero.

Por Juan Jesús Aznárez
desde San Vicente del Caguán

Colombianos apenas adolescentes sonríen como niños, y empuñan fusiles de asalto como hombres en los caminos y trochas de los 42.000 kilómetros cuadrados bajo control de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Lucía es morena, risueña y centinela en una trinchera de sacos terreros cercana a Los Pozos, el municipio selvático donde el presidente Andrés Pastrana y, el guerrillero más antiguo del planeta, Manuel Marulanda, ‘Tirofijo’, de 73 años, destrabaron a principios de febrero el diálogo de paz.
Lucía peina una cabellera negro zaino, veló armas a los quince y ha cumplido los 16 sin haber entrado en combate. ¿Por qué entraste en la guerrilla?. “Pues porque me fascinó”. ¿Nada más que por eso?, “Pues porque me gustaba”, ¿Nada más? .”Pues por el pueblo”. Seducidos, aventureros, forzados por las circunstancias o soñando con la liberación de sus compatriotas oprimidos, miles de adolescentes cuadran el paso en las filas de una fuerza insurgente cuyo poder económico y de fuego nunca fue igualado por guerrilla alguna en América latina. “¿Tiene usted alguna monedita extranjera?”. Pocos antes de las pasadas Navidades, Colombia observó a 53 niños capturados por el ejército, y la gente con sentimientos contuvo las lágrimas ante la contemplación de los chicos ateridos de frío, asustados después de dos semanas de choques con el ejército.
“La guerra colombiana terminará cuando los hijos de los ricos y los generales sean obligados a formar parte de los pelotones de combate”, apostaba un veterano corresponsal extranjero. No parece andar descaminado. La infantería de choque de los regimientos castrenses o insurrectos es alimentada por la pobreza, por familias rurales sin recursos que ven en el alistamiento el futuro de sus hijos. El ejército admite a reclutas mayores de 18 años, pero la legalidad rebelde es otra, y los adiestra desde los 15. De todas formas, el asunto es lacerante, y la plana mayor de las FARC analiza ampliar la edad mínima de sus miembros.
El Ejército de Liberación Nacional (ELN), y los grupos paramilitares también incorporan a menores, y la Defensa del Pueblo y varias organizaciones no gubernamentales calculan en 6000 el número de uniformados lampiños. De acuerdo con fuentes oficiales el porcentaje de deserciones llegó al 118 por ciento desde 1999. El coronel Germán Pataquiva, representante del Ministerio de Defensa ante el Comité de Dejación de Armas del gobierno, el 40 por ciento de los 16.000 combatientes de las FARC son menores de 18 años. “No le temen a la muerte y van jugando a disparar hasta que los matan y entran los veteranos a sostener el fuego”.
La revista Cambio entrevistó a 10 de los 53 menores rescatados el pasado año del horror en que se haya sumida Colombia. “Uno entra convencido de que la guerrilla es buena, que va a trabajar y ganar un sueldo, pero allá la vida es muy dura, y uno no vive sino cumpliendo órdenes”, declaró uno. Para ellos la muerte es rutinaria pues con ella conviven. Un compañero encañonó a tres de las FARC cuando abandonaban. “Tuvimos que bajarlo (matarlo), si no, no estaríamos contando el cuento”. Una chica de 14 años, alcanzada en un brazo, se desmayó disparando su fusil Galil contra los soldados profesionales de la Fuerza de Despliegue Rápido del Ejército.
Grupos de guerrilleros juveniles transitan despreocupadamente por las calles de San Vicente del Caguán, de 25.000 habitantes, el municipio de la zona cedida a la guerrilla. Francos de servicio hasta la próxima patrulla o expedición de combate compran naranjas o galletas en las tiendas de comestibles, departen sobre fútbol, o los culebrones televisivos. Sus convicciones políticas son elementales. “Pues aquí estamos señor, por la justicia social”. De El País de Madrid, especial para Página/12.

 

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