Por Gabriel Alejandro Uriarte
El eventual resultado de la
crisis china debe ser analizado de la misma manera que su génesis.
Es decir, en términos de las disputas internas en la Casa Blanca.
Colin Powell intentó aprovechar la retención del avión
espía y sus 24 tripulantes en la isla de Hainan para recuperar
el terreno que perdió durante meses ante el Pentágono de
Donald Rumsfeld. Ayer el New York Times, siempre cercano a su Departamento
de Estado, informaba bastante complacido que Powell se ha hecho
cargo del manejo de la crisis, y subrayó que a pesar
de que las personas detenidas son soldados, Rumsfeld mantiene un perfil
bajo para no dar un cariz militarista a la disputa. Pero la jugada
de Powell es inviable en varios sentidos. Pekín, sin ir más
lejos, no parece muy dispuesto a cooperar, más bien todo lo contrario
(ver recuadro), y tiene pocos motivos para salvar a Washington de sus
propias tonterías. Y esta intransigencia sólo reforzará
el contraataque que Rumsfeld está orquestando en los medios contra
el dialoguismo de Powell. Escudado en terminología militar, el
secretario de Defensa intentará resolver de una vez por todas la
pregunta eterna de la diplomacia norteamericana en la última década:
¿Hay que tomarse en serio a China?
Sus partidarios más arrojados no tienen dudas. Alan Dowd, columnista
en el muy conservador Washington Times, exclamó que una dictadura
militar como China no puede cambiar su comportamiento... La paz no es
inevitable, y es mejor una segunda Guerra Fría que una guerra caliente
en Asia. No todos los adherentes de Rumsfeld llegan a ese extremo,
pero muchos se le acercan bastante. Se sabe, por ejemplo, que la revista
conservadora Weekly Standard publicará la semana que viene un editorial
escrito por el analista Robert Kagan condenando la debilidad
de la respuesta de Bush hacia China. El punto central del texto afirma
que sean cuales fueran los peligros de una política de confrontación
y contención, los que encierra la debilidad son infinitamente mayores.
Muchos de sus argumentos son fáciles de rebatir. El Washington
Times, por ejemplo, halaga al Pentágono por haberse dado
cuenta de que China desea convertirse en el poder dominante en la región.
Es cierto. ¿Quién lo hubiera negado? El editorial continúa
advirtiendo que en estos momentos Pekín está conquistando
un imperio ante la inacción norteamericana. Quizá,
pero no es un imperio muy impresionante, visto en el mapa al menos. China,
en los hechos, está casi totalmente arrinconada por aliados norteamericanos
o países que le son hostiles: India al sudoeste; Tailandia, Malasia
y Vietnam al sur; Indonesia, las Filipinas, Australia y Nueva Zelanda
al sudeste; Taiwan y Japón al este; y Corea del Sur al nordeste.
Sin exagerar, puede decirse que el imperio del mal chino consiste
en Corea del Norte y Mongolia Exterior, y posiblemente las infinitesimales
islas Spratly en el mar del sur de China. Otro argumento endeble es el
que denuncia la mayor escalada militar sobre el planeta... con un
presupuesto de defensa que sólo este año aumentará
un increíble 17,7 por ciento. En realidad, este increíble
aumento (2700 millones) ni siquiera alcanzará para compensar la
pérdida de ingresos que sufrieron las fuerzas armadas chinas al
ser forzadas a desligarse de sus empresas (que les significaban ganancias
de 3000 millones por año). Además, el total del presupuesto
oficial chino para fines militares (17.200 millones) es sólo el
5,6 por ciento del norteamericano, o, basándose en cálculos
extraoficiales, un 12,3 por ciento. No es demasiado para un país
que aspira a arrebatarle la hegemonía regional.
Contra esto, los partidarios más sutiles de Rumsfeld apuntan a
una estrategia limitada pero finamente calculada. Contra Taiwan. Según
Andrew Krepinevich, uno de los expertos que integra la comisión
de reforma militar del secretario de Defensa, la estrategia china sería
impedir el acceso norteamericano a Taiwan, creando una zona de exclusión
en torno de la isla y amenazando con misiles a cualquier barco que se
le acerque.Analistas menos cautos, tales como el ya mencionado Robert
Kagan, hablan incluso de una especie de first-strike chino con misiles
balísticos que eliminaría la mayor parte de las fuerzas
armadas taiwanesas, cambiando el statu quo y dejando a Washington sin
posibilidad de intervención.
Hay varias objeciones puramente militares a este escenario. En principio,
no puede decirse que la Guerra del Golfo y, en especial, la de Kosovo
hayan probado que se pueda eliminar a un ejército utilizando nada
más que misiles balísticos y ataques aéreos. Y si
Robert Kagan realmente cree que Pekín lanzaría un bombardeo
misilístico sobre Taiwan contando con que sería 100 por
ciento eficaz y que no habría represalia norteamericana, entonces
puede creer cualquier cosa. Segundo, no es fácil tomarse muy en
serio el peligro de que China cree una zona de exclusión
en torno de Taiwan con una marina que carece de portaaviones (todavía
está construyendo el primero) y con sólo 200 misiles desplegados
en sus costas. Por último, la mayor parte del equipo chino es en
realidad material ruso de segunda mano (como el cazabombardero SU-27 o
los destructores Sovremennyy). Es poderoso frente al actual equipo de
Taiwan (si Bush no le vende las armas que pide), pero insignificante contrastado
con el de la Marina norteamericana, que sin duda intervendría para
romper un bloqueo de Taiwan.
Sin embargo, adentrarse demasiado en esta discusión es seguir el
juego del Pentágono. Rumsfeld es demasiado inteligente como para
creer seriamente mucho de lo que dicen sus publicistas. Pero sabe muy
bien que se está centrando el debate en un nivel técnico
cuya misma complejidad excluye a la mayor parte de la opinión pública
de seguirla. La situación sería muy distinta si se analizara
el problema en términos económicos. Es allí donde,
utilizando conceptos mucho más simples, la estructura doctrinal
del Pentágono comienza a desmoronarse, sin necesidad de conocer
la capacidad del radar Aegis o el alcance del misil Sunburn.
Ante todo, el escenario del Pentágono omite el hecho de que un
bloqueo chino contra Taiwan equivaldría a un autobloqueo
de la propia China. Más allá de la efectividad de la zona
de exclusión en torno de Taiwan, es seguro que Estados Unidos
impondría sanciones económicas, y probable que cuente con
el apoyo de los vecinos de Pekín. Y China no está en ninguna
condición de sobrevivir a tales sanciones. Actualmente sigue desmantelando
el complejo industrial autárquico de la era maoísta, lo
que echa a la calle a 15 millones de trabajadores por año y significa
que el país depende en un nivel de crecimiento de al menos cinco
por ciento. Las cifras oficiales de crecimiento (5-7 por ciento) están
de por sí muy infladas (sólo un dos por ciento son productos
obsoletos invendibles) y se basan muy estrechamente en las ciudades de
la costa este; es decir, las primeras afectadas por un eventual contra-bloqueo
norteamericano. China no es una pan-región autosuficiente
en el sentido, limitado, que lo era el bloque soviético. Un embargo
que incluyera a los aliados de Washington en la región eliminaría
el mercado para 85,9 billones de dólares de productos chinos, un
46 por ciento de sus exportaciones. Y esto no incluye la posibilidad de
que un bloqueo general aísle a Pekín de sus otros socios
comerciales. Por más nacionalista que sea, no es probable que el
gobierno chino socave sus mismas bases económicas para convertirse
en el poder dominante de la región.
Sin embargo, hay un reverso a la medalla. En cierto sentido, la mejor
amenaza que puede esgrimir China es la de su propio colapso. Sólo
hay que recordar el pánico que desató durante la crisis
asiática la posibilidad de que devaluara su moneda (el yuan) para
apreciar lo que significaría su total derrumbe económico.
El bloqueo de China eliminaría un mercado de aproximadamente 78,4
billones de dólares para los aliados de Washington en el Sudeste
Asiático, algo que sus todavía frágiles economías
difícilmente podrían tolerar.
Rumsfeld sabe todo esto. Es por eso que se puede decir que el verdadero
propósito de su discurso contra China es reorientar el foco de
poder en laCasa Blanca hacia su Departamento de Defensa y la vicepresidencia
de su amigo Dick Cheney, haciendo a un lado a Colin Powell y la asesora
de Seguridad Nacional, Condoleeza Rice. ¿Pero entonces China no
es realmente una amenaza para Estados Unidos? Bueno, es sin duda el país
del futuro. Y parece claro que, por un buen tiempo, Rumsfeld espera que
lo siga siendo.
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