Por Diego Fischerman
En tiempos de corrección
sanitaria y cuando el cigarrillo se ha convertido en la nueva causa de
todos los males, una empresa tabacalera decidió tirar la casa por
la ventana. El centenario de su instalación en Argentina fue el
pretexto para limpiar su imagen de humos tóxicos. Una limpieza
bienvenida en tanto permitió que una multitud llenara el Luna Park,
con entrada gratuita, para ver y oír al nuevo trío de Chick
Corea, a la cantante Roberta Flack y a un seleccionado de trompetistas
junto a una base de lujo en un impactante homenaje a Louis Armstrong (otro
centenario para festejar, ya que nació en 1901). El detalle simpático
estuvo dado, durante los intervalos entre número y número,
por las repetidas menciones difundidas por los parlantes a
la prohibición de fumar en la sala, lo que ocasionó las
consecuentes carcajadas del público.
El festival, como suele suceder, fue una suerte de maratón que
pocos resistieron hasta el final, a pesar del buen nivel musical de la
mayoría de las propuestas. Chick Corea tocó una hora y después
de 40 minutos de intervalo llegó el extendidísimo set de
Roberta Flack (una hora y media). Después de una pausa de 15 minutos,
necesaria para acomodar instrumentos y probar mínimamente el sonido,
fue el turno de lo que tal vez haya sido lo mejor de la noche, el grupo
bautizado Trumpet Summit y liderado por John Faddis. La lástima
es que para ese entonces ya quedaba en la sala sólo la mitad del
público. Todo estaba anunciado para las 8 y media, empezó
a las 9 y terminó recién a las 2 y media del día
siguiente.
La propuesta de Corea, en esta nueva visita a Buenos Aires, fue con uno
de sus formatos preferidos y posiblemente el único con el que nunca
había tocado aquí. Este trío, en realidad una versión
reducida del grupo Origin, desnudó, sin embargo, su costado más
superficial. Si las formaciones reducidas suelen servir para explorar
las regiones más ascéticas de la música, en el caso
de Corea sucede todo lo contrario. El contrabajista Avishai Cohen, de
gran virtuosismo y deslumbrante en su riqueza de recursos, y el baterista
Jeff Ballard no sólo estuvieron al nivel del pianista sino que
en muchos momentos fueron los que llevaron las riendas. El show consistió
en seis temas, de los cuales el mejor fue el segundo, Jitterbug
Waltz (compuesto por Fats Waller en 1938), el más demagógico
el cuarto, un tango dedicado a la madre de Corea, de 91 años, y
a mi amigo Astor que más bien parecía un pasodoble,
y el peor fue el bis: remanida percusión sobre el teclado seguida
por versión kitsch del movimiento lento del Concierto de Aranjuez
de Joaquín Rodrigo y, enganchado, el tema Spain.
Roberta Flack, acompañada por una banda impecable, dio una muestra
de Rhythm & Blues licuado para FM. Todo de altísima calidad
artesanal. Todo vacío de contenido. Empezó con Killing
me soflty y, al hilo, I feel like making love. Después,
una versión de Sweet Georgia Brown con la letra cambiada
y rapeada. También Tryin Times del primer disco
(uno de los puntos altos de la noche). Sacarina para Here Comes
the Sun, temas de Marvin Gaye y de Stevie Wonder. Y un final feo
sin atenuantes: Angelitos negros, cantada en castellano. La
mayoría del público deliró con ella. Y finalmente,
lo que podría haber sido un mero espectáculo circense a
partir de la competencia de cuatro trompetistas (John Faddis, Randy Brecker,
Lew Soloff y Terell Stafford), se convirtió en muchísimo
más. La calidad de la base (Cedar Walton, Idris Muhammad y Peter
Washington), sumada a la inteligencia de Soloff, la perfección
de Stafford y el plus aportado por el contraste entre cuatro estilos totalmente
diferentes, convirtió a la Trumpet Summit Band en la estrella de
la noche. Una estrella que tardó, claro, demasiado en salir.
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