Por
Daniel Guiñazú
Si
los pequeños detalles ayudan a explicar las grandes cuestiones,
bien puede decirse que Naseem Hamed (57,152 kg) empezó a perder
la pelea y su invicto en el mismo instante en que subió al ring:
luego de su habitual superproducción de entrada que incluyó
ensordecedora música árabe, fuego de artificio, máquinas
de humo y otros efectos especiales, el showman inglés de origen
yemenita llegó al borde del cuadrilátero sentado en un aro.
Para que el espectáculo estuviese completo, sólo faltaba
que Hamed trepara al encordado como de costumbre, dando un brinco por
encima de la cuarta cuerda. Pero en ese momento algo falló, Hamed
no se tuvo fe y en lugar de la cabriola habitual, optó por un ingreso
clásico, pasando por entre las segunda y tercera soga. Por primera
vez desde que es boxeador, Hamed retrocedía ante un obstáculo,
admitía que algo superior lo podía, se dejaba vencer.
Y algo así sucedió en la pelea. Sobre el ring del MGM Hotel
Casino de Las Vegas y en su debut en la capital mundial del juego y el
pugilato, Hamed no pudo dar un salto de calidad. Esperaba que el mexicano
Marco Antonio Barrera (57,152 kg) se le viniera encima respondiendo a
los llamados ancestrales de la sangre guerrera azteca. Y Barrera hizo
todo lo contrario. Desde el comienzo mismo y sin ningún complejo,
lo boxeó desde afuera, le caminó hacia los costados y le
pintó la cara con una izquierda en jab, directo y gancho que ya
en el round inicial, tres veces lo desestabilizó. Barrera se cambió
las ropas. Mudó de peleador caliente a boxeador frío. Y
Hamed no pudo asimilar la nueva realidad.
Nada le salió al Príncipe. Cuando quiso pelear, Barrera
resultó inconmovible en su planteo de circulación y zurda
tirada y pegada de la media distancia a la larga. Cuando él dio
el paso al frente, Barrera lo amarró sin dudas porque no quería
historia en la corta distancia. Cuando quebró su cintura prodigiosa
en busca de un claro para ubicar sus manos centelleantes y poderosas,
Barrera extremó sus precauciones y escondió su barbilla
detrás del hombro y al puño izquierdo. Hamed nunca encontró
la pelea. Siempre quedó subordinado a lo que Barrera hizo o dejó
de hacer. Y en consecuencia se fue apagando. Sin agresividad, sin explosión,
sin magia, sin creatividad.
Ni siquiera lo salvó el carácter. Para resolver la pelea
en base a temperamento, Hamed debió haberlo tenido a Barrera a
su alcance. Y Barrera estuvo la mayoría de las veces lejos de su
línea de fuego o lo suficientemente cerca como para trabar rápido,
con astucia y decisión, ni bien Hamed amenazaba con apurar el ritmo
de las acciones. Si una clave explica la victoria de Barrera por tres,
tres y cinco y puntos en las tarjetas de los jurados (Duane Ford y la
señora Patricia Jarman dieron 115/112 y Chuck Giampa 116/111) fue
su convicción de hierro para desarrollar un plan de pelea cauteloso
aunque efectivo que iba en contra de su naturaleza, pero a favor de sus
conveniencias. Y si una razón justifica la derrota de Hamed, y
el adiós de su invicto de 35 peleas y 31 nocauts, fue su incapacidad
para reescribir su libreto de combate, ni bien advirtió, más
temprano que tarde, que Barrera no hacía lo que él suponía
que iba hacer. Nada le sirvió. Ni sus poses de showman, ni sus
contorsiones, ni la heterodoxia de su estilo.
Y el último salto fue una buena prueba de ello. Se presumía
que, con las tarjetas claramente en su contra, Hamed iba a salir a llevárselo
por delante a Barrera como agónico gesto de rebeldía. Pero
no pudo hacer nada. El mexicano coronó su dominio sereno con tres
minutos a toda orquesta: lo dejó venir, lo contragolpeó,
lo mantuvo a raya con su izquierda y sólo perdió la cabeza
cuando en un clinch lo dio vuelta a Hamed, lo puso contra las sogas y
lo palanqueó en su nuca y no le dejó al árbitro Joe
Cortez más remedio que descontarle un punto por tamaña incorrección.
Hamed aceptó su derrota con mansedumbre. No sólo sabía
que había perdido. También era consciente de que, como nunca,
no había hecho nada para ganar. Le salió la peor pelea de
su vida, y ahora tiene las manosvacías. El traspié lo sacó
momentáneamente del juego grande entre los plumas y, sin ningún
título mundial para exhibir, la cadena HBO, dueña de su
contrato, tendrá que reimpulsarle su carrera con un par de peleas
accesibles de aquí a fin de año. En cambio, Barrera, el
guerrero mexicano que se vistió de estratega, podrá exigir
un desquite ante el campeón mundial pluma del CMB, su compatriota
Erik Morales, quien lo venció en fallo muy controvertido en uno
de los mejores pleitos del año pasado. En la noche más grande
de los plumas, se ganó su derecho a la gloria y nadie puede discutírselo.
Hamed se quedó sin nada. Bueno sería que aproveche este
cono de sombras y se dé uno de esos baños de humildad que
nunca vienen del todo mal.
Brítez
campeón
El
misionero Ramón Chilavert Brítez se consagró
flamante monarca ecuménico de los supermedianos en la versión
de la incipiente Organización Internacional de Boxeo (IBO)
tras derrotar en Wembley por nocaut en el quinto round al británico
Adrián Dodson. Pero perderá la corona argentina de
los medianos al no darle la revancha a Ramón Monzón
Moyano.
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Las
dos caras de la pelea
Entró
en ganador, volando en una hamaca de alambre, se fue llorando
ante el festejo de Barrera. Demasiado fasto para tan poco rendimiento
coronaron la noche amarga de Nassem Hamed: Me siento confundido,
pero sé que esto estaba escrito, que Alá sabía
de antemano que yo iba a perder, y así lo entiendo atinó
a decir Barrera no es mejor que yo, si se hubiera acercado
lo hubiera noqueado, no hay duda. El mexicano fue tan directo
como en la pelea: me pasé seis semanas viendo videos
suyos, y no pega tan fuerte como parece... No lo rematé
porque él se hace el herido para cazar al rival admitió.
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Vilches,
más silbidos que aplausos
Por D.G.
Raúl
Balbi y Alberto Sicurella pueden dormir tranquilos. En disputa
del título argentino de los superlivianos, Carlos Wilfredo
Vilches (63,200 kg) y Omar Gabriel Weis (63,500 kg) hicieron una
pelea que decepcionó tanto como las expectativas que habían
despertado en la previa. La segunda gran topada del año
a nivel doméstico terminó siendo un profuso catálogo
de infracciones que fastidió a las más de 2000 personas
que colmaron el estadio del club Estudiantes de Santa Rosa, La
Pampa. Vilches, nacido en Mendoza pero pampeano en lo boxístico,
ganó por puntos en fallo dividido y se llevó la
corona nacional. Los silbidos fueron para los dos.
El trámite sucio y confuso, plagado de cabezazos, golpes
bajos y pisotones dejó huellas dolorosas para uno y otro.
Vilches, el más voluntarioso y el único que pretendió
hacer algo por el espectáculo, acabó con su ojo
izquierdo cerrado y con cortes sangrantes en el entrecejo y en
el tercio externo de su ceja derecha que obligaron a dos consultas
del árbitro Luis Guzmán con el médico de
turno. Weis, el más especulativo y el principal responsable
del fiasco perpetrado, no le fue mejor: sufrió una herida
en el párpado derecho.
Sin embargo y sin merecerlo, la pelea quedará en la historia:
fue la primera por títulos argentinos, pactada a diez rounds,
en aplicación de la letra del nuevo reglamento nacional
que rige desde el pasado 23 de marzo. Semejante acontecimiento
hubiera merecido mejor combate y no un trámite tan desagradable
como el que se acabó viendo.
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