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en Francia
Por
Eduardo Febbro
Desde París
Seattle,
Porto Alegre, estas dos manifestaciones contra la globalización
significan una inédita irrupción de la sociedad civil en
el palacio de los reyes. Para usted, ambos acontecimientos no son aislados
o temporales sino que se inscriben en una línea histórica.
Efectivamente. La mundialización tiene dos caras: una de
ellas es puramente técnica, económica, que se funda sobre
el provecho. La otra está elaborando una suerte de ciudadanía
planetaria en torno de la conciencia de que todos pertenecemos a una patria,
la Tierra. Por eso no diría que se trata de una antimundialización
sino, más bien, de una segunda mundialización. La mundialización
es un fenómeno histórico que remonta a la Conquista de América,
al control de Europa sobre el mundo, a la esclavitud, a la colonización.
Hoy, esa forma de hegemonía se manifiesta a través del mercado
económico mundial, pero constituye sólo una de las dos mundializaciones
existentes. La otra mundialización empieza simultáneamente
con el humanismo del padre dominico Bartolomé de las Casas. En
1542, Las Casas consiguió que los teólogos españoles
admitieran que los indios eran hombres igual a los demás. Después
apareció Montagne y su idea de que todas las civilizaciones tienen
sus virtudes. El proceso continúa luego con las tradiciones democráticas,
los derechos humanos, el empuje de los ideales humanistas, la libertad,
la igualdad, el derecho de los pueblos. Son precisamente esas ideas las
que los pueblos colonizados hicieron suyas para emanciparse políticamente.
A su vez, esa segunda mundialización se acrecentó al final
del siglo XX con el surgimiento de los movimientos humanitarios y las
ONG. Lo que a mí me pareció muy fuerte es que tanto en Seattle
como en Porto Alegre la gente entendió que la lucha contra la primera
mundialización no se hacía mediante el repliegue sobre las
ideas de identidad nacional, regional o local. Muy por el contrario, esa
lucha se cristaliza a través de una conjunción y de una
repuesta mundial. Ese es el proceso actual de la llamada segunda mundialización.
Pero mientras la primera mundialización cuenta con instituciones
como la Organización Mundial del Comercio, el FMI, el Banco Mundial
y todas las grandes multinacionales, la segunda, en cambio, se presenta
desordenada, en un orden múltiple que refleja la multiplicidad
del universo de las culturas. Por lo tanto, hay un problema vital de organización
que no puede resolverse con organizaciones semejantes a los partidos políticos.
Tiene que ser otra cosa que aún no se formó. Lamentablemente,
son las catástrofes las que van a reforzar la segunda mundialización.
Por ejemplo, si cada vez somos un poco más conscientes de que es
nuestra civilización industrial la que provoca los trastornos climáticos
que conocemos, si entendemos que son los dirigentes quienes se niegan
a tomar medidas apropiadas tal como lo hizo últimamente el presidente
norteamericano George W. Bush, pues bien, esa concientización actuará
como un factor de acción. Si nos damos cuenta de que toda una serie
de experiencias caracterizadas por la crisis de las vacas locas también
afecta a otros animales alimentados con alimentos artificiales, es obvio
que habrá un movimiento de protesta a favor de la calidad de la
vida, la salud, el bienestar. Esos movimientos se están organizando
un poco en todas partes y pienso que en el futuro deberían coordinar
sus acciones. La segunda mundialización siempre fue minoritaria
y débil en relación con la primera, pero existe.
Donde se sitúa la diferencia entre esta segunda mundialización
de la que usted habla y lo que en una época se llamó el
internacionalismo.
Históricamente, el internacionalismo formó parte de
este proceso de la segunda mundialización. En el fondo, el internacionalismo
proponía la emancipación de los oprimidos, de los proletarios
y los colonizados. Sin embargo, la Internacional ignoraba las realidades
nacionales, pensaba que la nación era algo abstracto, que el Estado
era un mero instrumento al servicio de las clases dirigentes. El Internacionalismo
ignoró que, aunque fuese un mito, los mitos contribuyen a otorgarle
una realidad a una nación. La nación no es solamente la
administración, las rutas, un idioma, no: una nación es
también un profundo sentimiento de comunidad, de lazo con una sustancia
al mismo tiempo maternal y paternal. Los internacionalistas no entendieron
qué significaba exactamente una nación y por esos muchos
se hicieron devorar por los nacionalismos. Precisamente, el mal contemporáneo
no es la nación sino el nacionalismo que se niega a aceptar la
existencia de una instancia colectiva superior encargada de tratar los
problemas que sobrepasan en mucho los marcos nacionales.
Usted pone en tela de juicio y de manera radical un discurso muy
de moda que consistió en decir que con las nuevas tecnologías
nos dirigíamos hacia un mundo hipernacional, donde la gente se
quedaría en su casa, conectada pero aislada. Usted habla más
bien de una suerte de ciudadanía planetaria.
La vanguardia de esa ciudadanía planetaria está presente
en todos los movimientos humanitarios que, por ejemplo, comenzaron con
Médicos sin Fronteras o Médicos del Mundo. Esos organismos
van a todas partes, cualquiera sea el lugar donde se produce el sufrimiento,
sea cual fuere la identidad, la nación o la religión. Cuando
hay personas que sufren, es preciso socorrerlas. Esos organismos están
al servicio de los seres humanos independientemente de sus identidades
culturales o nacionales. Después hay movimientos como Greenpeace,
que se ocupan de la biosfera en su conjunto, es decir, algo típicamente
planetario. Con Survival International ocurre lo mismo. Survival defiende
a todos los pueblos indígenas del planeta. Amnistía Internacional
opera igualmente a escala planetaria para denunciar los Estados arbitrarios.
También existen movimientos de liberación de las mujeres
que están presentes en todo el planeta. Hay muchísimos movimientos
e instituciones cívicas que trabajan por la paz en el mundo entero.
Todos esos organismos trabajan con la misma idea: todos somos ciudadanos,
somos hermanos de la misma tierra, de la misma patria. Desde luego, se
trata de movimientos dispersos y minoritarios, pero existen. Creo que
cada individuo, incluso si no forma parte de esos movimientos, siente
que existen, sabe. Un poeta latino dijo: Soy hombre y nada de lo
que es humano me es extranjero. Esa potencialidad está en
nosotros.
A propósito de Porto Alegre, usted sugiere que, si bien esa
cumbre constituye un punto importante, el movimiento que le da vida aún
no produjo una política, no constituyó una suerte de civilización
para la sociedad-mundo.
Actualmente, el planeta cuenta con toda la organización técnica
para crear una sociedad: Internet, teléfono. Hoy contamos con muchos
más medios de los que había en el siglo XIX. La infraestructura
técnica y económica para crear una sociedad-mundo, una verdadera
sociedad a escala del planeta, existe. Pero yo diría que faltan
dos cosas. Faltan instancias mundiales para asumir problemas fundamentales
como son los problemas de decisión. Para la guerra y la paz están
las Naciones Unidas, pero la ONU carece de verdaderos poderes. También
falta una instancia ecológica ya que, como lo estamos viendo, las
decisiones de Kioto no serán aplicadas. Falta igualmente una instancia
económica capaz de regular la economía y no como lo hace
el FMI. Lo mismo ocurre con la ausencia de una instancia que proteja las
culturas. Nos está faltando una serie de autoridades capaces de
decidir sobre problemas de vida o muerte para el planeta. En segundolugar,
carecemos de la conciencia de que entramos en un mundo donde hay una comunidad
de destinos. Una comunidad de destinos quiere decir que, en el presente
o en el futuro, los mismos problemas de vida o muerte se plantean para
todos los seres humanos. Por eso pienso que una de las tareas de la segunda
mundialización consiste en luchar contra el incremento de las desigualdades
mundiales. Debemos constituir esa sociedad-mundo para que el mundo sea
civilizado. No se trata únicamente de que existan relacionas pacíficas,
sino de que las relaciones cualitativas se impongan a las relacionas cuantitativas.
Debemos vivir por la calidad de la vida y no para acumular cifras y estadísticas.
La conciencia que se está gestando a través de todos esos
movimientos de la segunda mundialización elabora una suerte de
internacional ciudadana que puede conducirnos a civilizar la tierra bajo
la forma de una suerte de sociedad-mundo.
Eso significa que ante un mundo globalizado la respuesta debe ser
global.
Absolutamente. Y estoy tanto más convencido cuanto que fue
Porto Alegre quien terminó de demostrarme eso. Porto Alegre significa
un momento sumamente nuevo de la segunda mundialización, porque
allí se aunó una toma de conciencia general sobre los problemas
de vida o muerte que acechan a la humanidad. Allí se tomó
conciencia como nunca de la degradación de las cualidades en provecho
del desarrollo tecno-económico, de los estragos causados por el
llamado desarrollo. Porto Alegre denunció las consecuencias inhumanas
del descontrol del provecho capitalista en una época de multinacionales
y mafias planetarias. Las diferencias entre las dos mundializaciones se
articulan en torno de estos problemas. Mientras la primera mundialización,
animada por un pensamiento único, supone que no existe otra sociedad
mejor que la estructura tecno-económica que propone como finalidad,
la segunda lleva arraigada todas las corrientes emancipadoras del pasado:
humanismo, democracia, socialismo. La primera mundialización está
en crisis y por eso busca formas de regulación e intenta, al menos
teóricamente, integrar algunos valores humanistas. La segunda mundialización
es un constante movimiento que debe encontrar el lazo entre las corrientes
humanistas y sociales del pasado con los problemas que plantea el siglo
XXI.
En esa respuesta globalizada que usted anhela, el concepto de revolución
está ausente.
La revolución, tal como funcionó, o sea, hacemos
borrón y cuenta nueva para comenzar una nueva sociedad liquidando
las antiguas clases explotadoras, ese modelo de revolución
nos mostró su fracaso. En primer lugar, no se puede borrar todo
porque para que la humanidad evolucione necesitamos toda la cultura del
pasado. En segundo, no basta con suprimir una clase que domina o explota
porque en seguida se crea una nueva clase que a menudo es peor, tal como
ocurrió en la ex URSS. Creo que la idea de revolución, más
que abandonada debe ser cambiada. Tenemos que conservar la humanidad y
para conservarla es preciso revolucionar el estado del mundo, es decir,
crear una sociedad-mundo. Dicho de otra manera, hay que poner
en estrecha relación la conservación con la revolución.
Antes, la idea de revolución eliminaba toda idea de conservación.
En su último libro publicado en Francia, Los siete saberes
necesarios para la educación del futuro, usted propone varias pistas
y una de las primeras resulta paradójica cuando se la enfrenta
con la ideología dominante. Usted sugiere poner en tela de juicio
el conocimiento.
Es fundamental, y hasta diría vital. Nunca se enseña
que el conocimiento es tanto un problema como una solución. A partir
de los datos que nuestros sentidos comprenden, todo conocimiento es una
traducción, una reconstrucción del espíritu. Pero
nunca estamos seguros de que una traducción sea fiel a la verdad.
La historia humana nos demuestra cómo lagente creía conocer
la verdad, pero, en realidad, era víctima de la ilusión
o del error. Hay que enseñar cuáles son las fuentes de las
ilusiones y los errores: esas fuentes están en la psicología,
en los sentidos, en la cultura y en la historia. Es imposible enseñar
el verdadero conocimiento. La gente tiene que aprender a ser capaz de
detectar los riesgos de error. Nuestra manera de conocer es compartimentada;
sus elementos están separados. Aprendemos por separado que el hombre
es biológico y también cultural. Aprendemos por separado
el funcionamiento del cerebro y del espíritu. Aprendemos por separado
la economía, la psicología y la sociología. Pero
todo esto es inseparable. Lo que está entre las disciplinas es
el lazo común. Pero el conocimiento corta el lazo común
y así somos incapaces de comprender el mundo. Los tecnócratas
que toman hoy todas las decisiones no tienen la capacidad de contextualizar
el saber, de situarlo en el conjunto. La reforma del conocimiento, la
reforma del pensamiento, será vital para que el mundo se salve
y no vaya derecho a la catástrofe.
Otras de las ideas que usted propone es que esa reforma del pensamiento
tiene que ser paradigmática y no programática.
Paradigmático significa que debe fundarse sobre el principio
mismo del pensamiento y del conocimiento y no mediante un programa. La
reforma se funda sobre los principios y los fundamentos y no sobre la
manifestación.
El tercer enunciado fundamental de sus últimos trabajos consiste
en definir una ética del género humano.
Me parece que necesitamos una antropolítica, una política
del género humano, una política de civilización.
El problema ético es fundamental y no sólo porque asistimos
al retorno de cierta barbarie, sino también porque la ciencia,
que se ha convertido en lo más importante, no tiene ningún
contacto con la ética. Desde el principio la ciencia necesitó
funcionar de manera autónoma en relación con la teología,
la política y la ética. La ciencia debía conocer
sin preocuparse de nada. Paradójicamente, la ciencia se desarrolló
gracias a eso. Pero hoy, la ciencia detenta poderes tan gigantescos, tanto
de destrucción como de manipulación genética, que
es preciso que esté regulada mediante la ética. El lazo
entre la ciencia, la ética y la política es justamente el
eslabón que falta. Resulta imperativo discernir ese lazo. El gran
proyecto es ése: salvar la humanidad, civilizar la Tierra, restaurar
el lazo entre la ética y la política.
Queda siempre una pregunta flotando: dónde encontrar la energía
para avanzar sin desencanto.
El caos actual lleva en su seno la génesis de un mundo nuevo
y también la posibilidad de destrucción y regresión.
La nave espacial Tierra es un Titanic propulsado por cuatro
motores interconectados: la ciencia, la técnica, la industria y
la economía. La ciencia se alió con la técnica para
producir poderes enormes que escapan al control de los científicos.
La economía avanza propulsada por el mero provecho. Me parece que
lo desencantado es precisamente la concepción tecno-económica
de la vida, esa concepción fundada sobre el cálculo en un
universo prosaico que trata de invadirnos. La verdad de la vida es la
poesía, el goce, el amor, el sueño. La humanidad debe evitar
no quedar prisionera de ese mundo prosaico, donde no hay la más
mínima poesía. Debemos aspirar a un mundo poético.
Los seres humanos necesitan las ideologías, los mitos. Lo importante
es contar con buenos mitos y buenas ideologías y no con mitos engañosos.
Es indispensable que el espíritu humano se ice a la altura de la
nueva conciencia política y planetaria para tomar el control de
un futuro ciego. El destino de la humanidad se va a jugar en el terreno
de la conciencia y de la inteligencia humana. Las batallas decisivas de
hoy se libran en el terreno del espíritu humano.
POR
QUE EDGAR MORIN
Por E. F.
La Tierra tiene dos mundos
|
Edgar Morin
es un hombre tranquilo, metódico y convincente. La actualidad
mundial les dio la razón a los escritos que publicó
mucho antes de que el fenómeno de la globalización
concerniera a cada ser humano del planeta. Morin no llama patria
a Francia o a Alemania sino a la Tierra en su conjunto. Conjunto
es, por otra parte, la palabra clave de su obra. Este antropo-sociólogo
y filósofo francés posee un discurso y una obra aparte
en la vasta producción de ensayistas franceses. El mismo
se define como un cazador furtivo del saber. Desde hace
medio siglo, libro tras libro, Morin se consagra a deslindar la
complejidad del conocimiento científico y sus interacciones
con los problemas humanos, sociales y políticos. Sociólogo
de formación, autor de libros que ya son referencia Introducción
a una política del hombre, Pensar Europa, El Método,
Ciencia y Conocimiento, Para salir del siglo XX, Morin ha
conseguido desplazarse de los encasillamientos ampliando los ángulos
de análisis: filosofía, economía, política,
ecología, biología, historia.
Ese método responde a un principio que consiste
en pensar en su conjunto la interacción entre
todas esas disciplinas. Según Morin, aún no se ha
elaborado un pensamiento que se adecue a la nueva era planetaria
y, por lo tanto, seguimos segmentando, dividiendo, separando, aislando,
compartimentando en vez de acercar, unir, ligar. Sólo incluyendo
la complejidad en vez de mutilar lo real el mundo se torna discernible:
El mal está en la simplificación, escribe
el pensador francés quien, en los últimos años,
ocupa un lugar destacado en los análisis sobre la mundialización.
Fue uno de los primeros y de los pocos que enunció
que, ante una situación mundial, la respuesta debe ser igualmente
mundial. Lejos de los cantos de sirenas frívolos sobre la
mundialización, Morin ofrece en sus artículos un lúcido
y detallado panorama de, según argumenta, las dos mundializaciones
que se enfrentan en el mundo desde hace más de cinco siglos.
Por eso, para él, Seattle y Porto Alegre constituyen hitos
históricos en la extensa lucha de los derechos humanos contra
la lógica tecno-económica.
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