Por
Carlos Rodríguez
En
el juicio oral por la muerte de Cristian Robles, el hijo de un sargento
de la Policía Federal acribillado por brigadas de esa fuerza que
lo confundieron con un delincuente, los jueces y el fiscal analizan mucho
más que un crimen. La causa pone bajo la lupa el modus operandi
de las brigadas, ya que hay motivos para creer que los ocho policías
que actuaron esa noche, en vez de evitar un robo, esperaron a que se concretara
y luego tendieron una emboscada a dos ladrones, consumando algo muy parecido
a una ejecución: hubo 42 disparos. Cristian, por un hecho fortuito,
quedó en el medio y recibió diez balazos a quemarropa, casi
tantos como el propio Daniel Duarte, de 19 años, uno de los que
poco antes había protagonizado un robo menor se llevaron
170 pesos en una pizzería del barrio porteño de Parque
Patricios. Allegados a la familia Robles se plantean más de un
interrogante: ¿Duarte estaba virtualmente condenado a muerte por
los policías? Si eso era así, ¿cuáles eran
las oscuras razones?
La acumulación de dudas ha prolongado el juicio más allá
de los cinco días previstos inicialmente. Para hoy fueron citados
a prestar declaración un médico del hospital Churruca, de
apellido Luna, y Miriam Sonia López, agente de la División
Robos y Hurtos que integraba una de las brigadas que participaron del
hecho. El nombre de López recién se conoció en el
juicio a partir del testimonio de tres civiles, ya que sus siete compañeros
habían omitido mencionarla, en lo que pareció una maniobra
concertada tendiente a preservarla, dejándola fuera del caso. Luna
tampoco ha declarado nunca y podría aportar datos sobre quiénes
fueron los policías que dispararon esa noche.
En la causa, hasta ahora, el único acusado de homicidio es el principal
Augusto Nino Arena, porque se comprobó que dos de las balas que
mataron a Cristian partieron de su 9 milímetros reglamentaria.
Arena era el jefe de una de las brigadas, la que se movilizaba en un Ford
Falcon rojo, con vidrios oscuros, acompañado por el chofer, sargento
Jorge Pérez; el suboficial Hugo Gorosito y el sargento Horacio
Rafael Suárez. Ellos fueron los que comenzaron el operativo, en
la medianoche del 3 de diciembre de 1997, cuando según sus
dichos observaron la presencia de cuatro sospechosos
en la plaza José C. Paz, en Pepirí al 700.
Aunque ninguno fundamentó la razón de la sospecha, Arena
dijo que decidió pedir ayuda a otra brigada que se
movilizaba en un Peugeot no identificable, igual que el Falcon.
Su jefe era el principal Néstor Gago, acompañado por el
chofer José El Cuervo Varela y el sargento Rubén
Aldo Gerez. Hasta allí eran siete, según los propios policías,
pero tres testigos civiles señalaron al octavo pasajero, Miriam
Sonia López.
Tanto Arena como Gago dijeron que se comunicaron por sus celulares y no
por la radio policial, de manera tal que no dejaron registro en el comando.
Nadie supo explicar el por qué de ese contacto reservado. De los
móviles descendieron Arena, Gorosito, Gago, Gerez y la agente López.
Todos se instalaron en el interior de la heladería Vía Pepirí,
en Pepirí 605, exactamente a la vuelta de la esquina de la pizzería
Piazza Navone, en José C. Paz 3412, asaltada luego por dos hombres.
Los cinco policías se ocultaron en la heladería, desalojaron
a los clientes y les pidieron a los dueños que se escondieran en
la cocina. Todos según los testigos civiles llevaban
el arma en la mano, dato que los policías habían negado.
Los dos móviles, el Peugeot ocupado sólo por Varela, y el
Falcon, por Pérez y Suárez, se estacionaron en dos lugares
clave para observar todos los movimientos y para evitar la fuga de los
ladrones: el primero en la esquina de José C. Paz y Diógenes
Taborda, y el segundo sobre Pepirí al 700, frente a la plaza. La
trampa estaba armada.
El robo se concretó y los ladrones se fueron por José C.
Paz hacia Pepirí y doblaron por esa calle. Allí fueron acribillados
por los cinco policías que estaban ocultos en la heladería.
En el medio quedó Cristian Robles, quien murió junto con
Duarte, mientras que otro ladrón escapó junto con un tercer
cómplice que esperaba en un auto con el motor enmarcha. La policía
pudo interceptar ese auto mucho antes, pero no lo hizo. El cuarto hombre
al que los policías habían visto merodeando
por la plaza nunca apareció. La sospecha de la familia Robles es
que se trataría de un buche de la policía que
había dado el dato sobre el robo. Y la emboscada se hizo, presuntamente,
para sacar del medio a Duarte, con quien los policías habrían
tenido una deuda pendiente. Al parecer, El Cuervo les había
anticipado a los médicos de guardia del Churruca que estuvieran
atentos porque esa noche iba a haber un enfrentamiento.
Si el chico Cristian Robles no hubiese estado en el medio, la noticia
habría sido apenas el reporte de un exitoso operativo realizado
por policías que siempre andan vestidos de civil, que siempre trabajan
de noche y cuyos movimientos muchas veces se pierden en la oscuridad.
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