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INVESTIGAN EL ACCIONAR DE BRIGADAS DE LA FEDERAL
Grupos de tareas modelo ‘97

El juicio por el crimen del hijo de un policía a manos de una brigada pone en tela de juicio el accionar de esos grupos que, en lugar de prevenir delitos, cometen virtuales ejecuciones.

Por Carlos Rodríguez

En el juicio oral por la muerte de Cristian Robles, el hijo de un sargento de la Policía Federal acribillado por brigadas de esa fuerza que lo confundieron con un delincuente, los jueces y el fiscal analizan mucho más que un crimen. La causa pone bajo la lupa el modus operandi de las brigadas, ya que hay motivos para creer que los ocho policías que actuaron esa noche, en vez de evitar un robo, esperaron a que se concretara y luego tendieron una emboscada a dos ladrones, consumando algo muy parecido a una ejecución: hubo 42 disparos. Cristian, por un hecho fortuito, quedó en el medio y recibió diez balazos a quemarropa, casi tantos como el propio Daniel Duarte, de 19 años, uno de los que poco antes había protagonizado un robo menor –se llevaron 170 pesos– en una pizzería del barrio porteño de Parque Patricios. Allegados a la familia Robles se plantean más de un interrogante: ¿Duarte estaba virtualmente condenado a muerte por los policías? Si eso era así, ¿cuáles eran las oscuras razones?
La acumulación de dudas ha prolongado el juicio más allá de los cinco días previstos inicialmente. Para hoy fueron citados a prestar declaración un médico del hospital Churruca, de apellido Luna, y Miriam Sonia López, agente de la División Robos y Hurtos que integraba una de las brigadas que participaron del hecho. El nombre de López recién se conoció en el juicio a partir del testimonio de tres civiles, ya que sus siete compañeros habían omitido mencionarla, en lo que pareció una maniobra concertada tendiente a preservarla, dejándola fuera del caso. Luna tampoco ha declarado nunca y podría aportar datos sobre quiénes fueron los policías que dispararon esa noche.
En la causa, hasta ahora, el único acusado de homicidio es el principal Augusto Nino Arena, porque se comprobó que dos de las balas que mataron a Cristian partieron de su 9 milímetros reglamentaria. Arena era el jefe de una de las brigadas, la que se movilizaba en un Ford Falcon rojo, con vidrios oscuros, acompañado por el chofer, sargento Jorge Pérez; el suboficial Hugo Gorosito y el sargento Horacio Rafael Suárez. Ellos fueron los que comenzaron el operativo, en la medianoche del 3 de diciembre de 1997, cuando –según sus dichos– observaron la presencia de “cuatro sospechosos” en la plaza José C. Paz”, en Pepirí al 700.
Aunque ninguno fundamentó la razón de la sospecha, Arena dijo que decidió “pedir ayuda” a otra brigada que se movilizaba en un Peugeot “no identificable”, igual que el Falcon. Su jefe era el principal Néstor Gago, acompañado por el chofer José “El Cuervo” Varela y el sargento Rubén Aldo Gerez. Hasta allí eran siete, según los propios policías, pero tres testigos civiles señalaron al octavo pasajero, Miriam Sonia López.
Tanto Arena como Gago dijeron que se comunicaron por sus celulares y no por la radio policial, de manera tal que no dejaron registro en el comando. Nadie supo explicar el por qué de ese contacto reservado. De los móviles descendieron Arena, Gorosito, Gago, Gerez y la agente López. Todos se instalaron en el interior de la heladería Vía Pepirí, en Pepirí 605, exactamente a la vuelta de la esquina de la pizzería Piazza Navone, en José C. Paz 3412, asaltada luego por dos hombres.
Los cinco policías se ocultaron en la heladería, desalojaron a los clientes y les pidieron a los dueños que se escondieran en la cocina. Todos –según los testigos civiles– llevaban el arma en la mano, dato que los policías habían negado. Los dos móviles, el Peugeot ocupado sólo por Varela, y el Falcon, por Pérez y Suárez, se estacionaron en dos lugares clave para observar todos los movimientos y para evitar la fuga de los ladrones: el primero en la esquina de José C. Paz y Diógenes Taborda, y el segundo sobre Pepirí al 700, frente a la plaza. La trampa estaba armada.
El robo se concretó y los ladrones se fueron por José C. Paz hacia Pepirí y doblaron por esa calle. Allí fueron acribillados por los cinco policías que estaban ocultos en la heladería. En el medio quedó Cristian Robles, quien murió junto con Duarte, mientras que otro ladrón escapó junto con un tercer cómplice que esperaba en un auto con el motor enmarcha. La policía pudo interceptar ese auto mucho antes, pero no lo hizo. El cuarto hombre al que los policías habían visto “merodeando” por la plaza nunca apareció. La sospecha de la familia Robles es que se trataría de un “buche” de la policía que había dado el dato sobre el robo. Y la emboscada se hizo, presuntamente, para sacar del medio a Duarte, con quien los policías habrían tenido “una deuda pendiente”. Al parecer, El Cuervo les había anticipado a los médicos de guardia del Churruca que estuvieran atentos porque esa noche iba a haber “un enfrentamiento”.
Si el chico Cristian Robles no hubiese estado en el medio, la noticia habría sido apenas el reporte de un exitoso operativo realizado por policías que siempre andan vestidos de civil, que siempre trabajan de noche y cuyos movimientos muchas veces se pierden en la oscuridad.

 

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