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OPINION

El fantasma de Fujimori

Por Claudio Uriarte

Fujimori puede haberse ido para siempre de la política peruana, pero la infatigable videoteca chantajista de otro desterrado, el tenebroso asesor de inteligencia Vladimiro Montesinos, asegura que el fantasma de su régimen no desaparezca del todo. Más bien, al contrario. Esta semana, y mientras los peruanos se preparaban para votar en las primeras elecciones libres y transparentes después de una década de fujimorato, salió a la luz un nuevo video documentando la complicidad de altos oficiales militares en actividad –el general Carlos Tafur, comandante general del ejército, y el general de la Fuerza Aérea, Pablo Carbone, jefe del comando conjunto de las Fuerzas Armadas– en un pacto de impunidad firmado en 1999 para tapar tanto la represión ilegal como la corrupción del deteriorado régimen. Parece como si, cuanto más los peruanos tratan de abrirse hacia el futuro, con más fuerza volviera la extorsión del pasado, y es también como si la videoteca de Montesinos amenazara extenderse a todos los peruanos porque el jefe de inteligencia los hubiera sobornado a todos.
La verdad no está muy lejos de este planteo, por lo menos metafóricamente. Fujimori fue un gobernante autocrático y sucio, pero con un fuerte arraigo de popularidad entre las clases más bajas; incluso en las elecciones del 2000, que le robó al opositor Alejandro Toledo, las estimaciones más serias sobre su caudal electoral real rondaron el 40 por ciento de los votos. Posteriormente, la difusión del primer vladivideo, la fuga de Montesinos y luego del propio Fujimori destruyeron las formaciones políticas que se encolumnaban detrás suyo. Pero algo quedó.
Y especialmente en las Fuerzas Armadas, sin cuyo apoyo Fujimori tampoco hubiera podido sostener su decenio en el poder. Por eso, las instituciones armadas suelen ser el núcleo problemático más duro de disolver dentro de una transición de la dictadura a la democracia: cómplices y corresponsables de la primera, no pueden ser suprimidas sin más –porque están armadas– cuando los civiles regresan plenamente al poder. Ejemplos son la Argentina con sus carapintadas, Chile con las leyes-cerrojo de su Constitución, Paraguay con su dudosa democracia.
La transición peruana no va a ser más fácil, pero tampoco necesariamente más difícil. De hecho, los ejércitos de la Argentina y Chile –por lo menos– fueron reacomodándose –después de algunos cimbronazos– a las nuevas realidades políticas, y en Perú no son tanto los militares como los vladivideos lo que aporta la fuente principal de desestabilización.


 

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