Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

el Kiosco de Página/12

El día Dick

 

Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona

UNO Hay un libro fantasma y –como los fantasmas– casi secreto en la vida de todo escritor que es ese libro en constante estado de aparición y configurado por los libros que lee. No me refiero aquí a los libros por los que se pasea simplemente como lector –que los hay y que, por lo tanto, suelen olvidarse como ciertos paseos– sino a esos libros en los que el escritor vuelve una y otra vez porque los siente como mansiones en las que alguna vez vivió y desde las que sigue escribiendo.
En este sentido, la mansión del norteamericano Philip K. Dick tiene muchas habitaciones. Hay sitio para todos.

DOS Dick aparece en los poemas de Roberto Bolaño, Dick es mencionado en una novela de Ricardo Piglia. Bolaño y Piglia se conocieron semanas atrás conversando por correo electrónico (forma de relacionarse decididamente Dick en la que, nada es casual, Dick fue invocado) para una nota en el suplemento cultural de un diario español. Ahora, días atrás, Bolaño y Piglia se veían la cara por primera vez en Barcelona, ciudad junto a la que Bolaño escribe desde hace muchos años y a la que Piglia vino a presentar una novela titulada Respiración artificial. Yo –que he conversado y me he escrito varias veces sobre Dick con uno y otro– soy, supongo, el testigo privilegiado de semejante encuentro. Se saludan, se sonríen y –luego de ese breve silencio que suele seguir a las presentaciones de quienes se han leído y conversado de computadora a computadora– Bolaño y Piglia, para mi desesperado asombro y dando cabal forma a una situación de esas que sólo ocurren en las múltiples realidades paralelas de ciertas pesadillescas novelas de Dick, empiezan a conversar sobre... ¡¡¡Nicanor Parra!!! Horror. Me pregunto entonces si este Bolaño y este Piglia no serán sino replicantes de los originales, copias ligeramente imperfectas, como todas las máquinas marca Dick. Entonces, por suerte para mí, sorpresa, pasa caminando por ahí el escritor Michael “El Paciente Inglés” Ondaatje y –distraídos y otra vez en sincro– mis amigos modelo Nexus 6 comienzan a hablar de Hitler y de ahí, enseguida, a Kafka y, alegría, llegan a Dick y todo ha vuelto, supongo, a la normalidad. O a algo por el estilo.

TRES Hay algo entre justiciero e inquietante en que la visión paranoica de un escritor de pulp-fictions con delirios mesiánicos –Dick como el Shiva destructor de su género arrasando con las utopías progresistas de Verne o ganándole a la carrera espacial de Clarke– haya terminado pareciéndose tanto a nuestro presente y cada vez más a nuestro futuro. La culpa no es de él, quien aseguraba que todo había terminado cerca del año 70 d.C. y que nuestra civilización no era más que el eco fantasma del ruido que hizo el Imperio Romano al caerse. La culpa es nuestra, que ya no sabemos cómo levantarnos en esta Edad de Dick en que vivimos, y nos descomponemos y morimos.
Escribo todo esto al día siguiente en Praga, en la mañana en que comienza la primavera y –súbita manifestación de Dick otra vez– está nevando y no para de nevar como si el invierno hubiera decidido quedarse para siempre.

REP

 

PRINCIPAL