La rebelión
contra la globalización se ha globalizado y, gracias a Internet
y lo fácil que es viajar de un país a otro, en las
grandes manifestaciones contra los símbolos del nuevo desorden
suelen participar contingentes llegados de todos los rincones del
planeta. Si bien no fue éste el caso con la movilización
anti-ALCA porteña de la semana pasada, en la que muy pocos
turistas ideológicos europeos participaron al lado de los
latinoamericanos, el espectáculo brindado resultó
ser tan ruidosamente satisfactorio que no sorprendería que
en la próxima haya centenares de franceses y alemanes y que
los acompañen pelotones nutridos de chinos y norteamericanos,
todos reunidos por la voluntad de frenar el monstruo que está
devorando empleos tradicionales para reemplazarlos a lo mejor por
otros que ya son miserables, ya requieren capacidades exóticas
y transformando provincias enteras en zonas inviables
de las cuales sólo pueden escapar los capaces de abrirse
camino en un lugar ya desarrollado. Puede entenderse el rencor que
tantos sienten frente al avance estrepitoso del capitalismo made
in USA potenciado por tecnologías cada vez más surrealistas
y también el temor feral que les inspira la mera idea de
un área de libre comercio de las Américas, pero defender
lo que es defendible de lo propio contra lo más alarmante
de lo ajeno exigirá un tanto más que eslogans, banderas,
pasamontañas, retratos del Che Guevara y martillos con que
romper los vidrios de bancos y otros negocios emblemáticos.
La verdad es que la única forma en que un país demográficamente
insignificante puede mantenerse independiente hoy en día
consiste en derrotar a los gigantes en su propio juego como en efecto
están haciendo Noruega y Suiza. La alternativa de darle la
espalda al resto del mundo o a buena parte de él podría
funcionar en una sociedad dispuesta a conformarse con muy poco,
pero sucede que el problema principal de la Argentina actual es
que casi todos creen merecer muchísimo más. Ni Hugo
Moyano ni ningún otro guerrero antinorteamericano se proponen
que los argentinos prescindan de los bienes materiales lo
mismo que los opuestos al embargo estadounidense contra Cuba, quieren
más de lo que según parece sólo los capitalistas
salvajes están en condiciones de producir, pero juran
que nada los hará tolerar los métodos que lo han posibilitado.
Así, pues, de lograr los contestatarios
obligar a Bush el joven a olvidarse del ALCA y al eventual sucesor
de Fernando de la Rúa a cerrar las puertas a la globalización,
no tardarían en descubrir que si ser explotados es malo no
serlo por nadie es decididamente peor.
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