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OPINION

Vade retro, mundo cruel

Por James Neilson

La rebelión contra la globalización se ha globalizado y, gracias a Internet y lo fácil que es viajar de un país a otro, en las grandes manifestaciones contra los símbolos del nuevo desorden suelen participar contingentes llegados de todos los rincones del planeta. Si bien no fue éste el caso con la movilización anti-ALCA porteña de la semana pasada, en la que muy pocos turistas ideológicos europeos participaron al lado de los latinoamericanos, el espectáculo brindado resultó ser tan ruidosamente satisfactorio que no sorprendería que en la próxima haya centenares de franceses y alemanes y que los acompañen pelotones nutridos de chinos y norteamericanos, todos reunidos por la voluntad de frenar el monstruo que está devorando empleos tradicionales para reemplazarlos a lo mejor por otros que ya son miserables, ya requieren capacidades exóticas y transformando provincias enteras en zonas “inviables” de las cuales sólo pueden escapar los capaces de abrirse camino en un lugar ya desarrollado. Puede entenderse el rencor que tantos sienten frente al avance estrepitoso del capitalismo made in USA potenciado por tecnologías cada vez más surrealistas y también el temor feral que les inspira la mera idea de un área de libre comercio de las Américas, pero defender lo que es defendible de lo propio contra lo más alarmante de lo ajeno exigirá un tanto más que eslogans, banderas, pasamontañas, retratos del Che Guevara y martillos con que romper los vidrios de bancos y otros negocios emblemáticos. La verdad es que la única forma en que un país demográficamente insignificante puede mantenerse independiente hoy en día consiste en derrotar a los gigantes en su propio juego como en efecto están haciendo Noruega y Suiza. La alternativa de darle la espalda al resto del mundo o a buena parte de él podría funcionar en una sociedad dispuesta a conformarse con muy poco, pero sucede que el problema principal de la Argentina actual es que casi todos creen merecer muchísimo más. Ni Hugo Moyano ni ningún otro guerrero antinorteamericano se proponen que los argentinos prescindan de los bienes materiales –lo mismo que los opuestos al embargo estadounidense contra Cuba, quieren más de lo que según parece sólo los capitalistas salvajes están en condiciones de producir–, pero juran que nada los hará tolerar los métodos que lo han posibilitado. Así, pues, de lograr los contestatarios
obligar a Bush el joven a olvidarse del ALCA y al eventual sucesor de Fernando de la Rúa a cerrar las puertas a la globalización, no tardarían en descubrir que si ser explotados es malo no serlo por nadie es decididamente peor.


 

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