Por
Cristian Alarcón
Fue
durante el día y con el mismo método con que se torturó
durante la última dictadura, el mismo con el que el año
pasado robaron a los quinteros bolivianos de Escobar. Esta vez no se trató
de xenofobia las víctimas son argentinas, y la picana
no eran dos cables enchufados a los 220 volts de corriente casera, sino
un pequeño aparato como una linterna al que le regulaban
la intensidad. Así se lo contó ayer a este diario Claudia
Coradazzi, un ama de casa que a las 7 de la mañana se encontró
con dos hombres en el patio de su casa en La Plata, armados y furiosos.
¡Sabemos que tenés plata, que tu marido trajo plata!,
le gritaron desde el comienzo. A Antonio Capasso, su marido, lo ataron
en la cama matrimonial y lo picanearon durante largo rato a pesar de que
les entregó enseguida 800 pesos de ahorros que guardaba en un rincón
del ropero. Pero los ladrones querían más: antes de irse
torturaron también al niño de 11 con la picana. Desde el
baño, donde la habían encerrado con la menor, Claudia escuchó
el conteo de un falso fusilamiento a su hijo.
Claudia, un ama de casa de 37 y Antonio, un albañil que suele hacer
pequeñas obras subcontratando personal, viven junto a cuatro hijos
en la calle 67 entre 116 y 117, del barrio El Mondongo, en La Plata. De
noche el lugar es la zona roja platense, pero de día se supone
que goza de las seguridades de un barrio de clase media, asfaltado, cerca
del Policlínico San Martín, con un alto tránsito.
Eran las 7.30 cuando como cada día Claudia salía de su casa
por el patio trasero para acompañar a sus chicos a la escuela primaria.
Su hija mayor, de 15, no estaba. Apenas cruzó la puerta gritó.
Antonio escuchó y salió a buscarla. Regresaron todos apuntados
por el caño de dos armas. Dos hombres de unos 35 años gritaban
y se mostraban llenos de ira. A ella la encerraron junto a los chicos
en uno de los tres cuartos. A Antonio lo llevaron al cuarto matrimonial.
Lo ataron de pies y manos. Y lo acostaron boca abajo. ¡No
mirés!, le dijeron.
Uno de los dos ladrones se quedó con ellos. El otro se dedicó
a Antonio, a quitarle una confesión sobre dónde había
escondido la guita. El juraba saber que en algún lugar
de la casa estaba. ¡Dame la de la baldosa! ¡Debajo de
la baldosa!, exigía el hombre. Ayer la fiscal que investiga
el robo y las torturas le dijo a Página/12 que investigan la conexión
con alguna persona del entorno de Capasso que pudiera haber actuado de
entregador del dato sobre los ahorros del albañil.
Si es así el hecho es aún más parecido al caso de
los bolivianos torturados en la zona de Escobar: las bandas xenófobas
sabían en aquellos casos (ver aparte) hasta qué montos de
dinero guardaban entre ladrillos de barro los quinteros. Pero Capasso
sólo escondía 800 pesos de ahorros. Es todo lo que
conseguí juntar en mucho tiempo, dijo ayer.
Los ladrones casi no hicieron diferencias entre los mayores y los niños
al momento de apretar para que les salte la ficha
del dinero. De unos 35 años, grandes, con un vocabulario
lleno de lunfardo, de esas palabras que se usan en la villa según
el relato de Claudia los dos hombres tenían el mismo grado
de violencia. Sin dejar de torturar a Antonio comenzaron a golpear al
mayor de los nenes. El delincuente más grande golpeaba al
nene en la espalda y a la nena me la sacó de los brazos y la tiró
en la cama. Para aterrorizar a los chicos la pararon de un sacudón
de la cama donde estaba sentada y sosteniéndola le dijeron que
la rociarían con querosene. Vas a ver cómo se apreta
a alguien, vas a ver cómo te quemamos, gritaban. Uno de los
chicos intentó soltarse cuando lo llevaban hacia la habitación
de su padre y se cayó. Le quedó una herida en la cabeza.
La niña lloraba. ¡Callala porque la mato!, pedía
uno de los hombres. La menor seguía llorando.
Mientras tanto Antonio continuaba siendo torturado. Yo no pude ver
nada, me pusieron boca abajo contó ayer a este diario.
Ellos igual en el medio revolvieron todo. ¿Cómo era
el instrumento que usaban para las descargas? No se cómo
era ese aparato. Pero te da una descarga en todo elcuerpo. Es algo que
no se puede describir bien, y pareciera que no deja marcas, pero que duele
mucho, duele mucho, describió. Antonio dice que no pudo darse
vuelta ni siquiera cuando llevaron a su costado a su mujer y a sus hijos.
Cuando decidieron torturar a uno de los chicos frente a él. El
niño tiene en el cuerpo, según su madre, las marcas rojas
de la picana. Ellos regulaban y parece que a los chicos les daban
menos intensidad, pero a mi marido lo hacían gritar. Esos no eran
gritos de miedo, eran gritos de dolor, se notaba.
Después la encerraron junto a sus hijos en uno de los dos baños
de la casa. Querían alhajas, algo de valor. Pero la familia Capasso
no conoce de lujos. Hacia el final intentaron con un simulacro de fusilamiento
a uno de los nenes. Le pusieron un almohadón y contaban,
yo escuchaba el conteo desde el baño, pensaba que lo mataban.
Como no encontraron joyas entonces se hicieron de algunos de los compacts
y de un reloj pulsera. Finalmente, los encerraron con llave en el baño
y salieron por la puerta principal con los ochocientos pesos y su maldito
instrumento de tortura.
Los
ataques a bolivianos
Las
torturas usadas para que las víctimas confiesen dónde
esconden el dinero que ahorran fuera de los bancos fueron aplicadas
durante el año pasado, pero siempre a ciudadanos bolivianos.
Llegaron a 79 las familias afectadas por la ola xenófoba de
varias bandas que se dedicaron a asaltar a los quinteros de las zona
norte del conurbano. Una investigación del fiscal Juan Carlos
Maraggi dio con dos bandas, interconectadas, y 11 personas fueron
procesadas por los delitos de asociación ilícita, robo
agravado y torturas. Maraggi tiene dos meses de plazo para presentar
la elevación a juicio oral de la causa.
En Escobar, Pilar, Exaltación de la Cruz y Campana, donde los
agricultores y los comercializadores de verduras son en su mayoría
bolivianos, las bandas xenófobas llegaron a aterrorizar a los
quinteros: no sólo que eran capaces de torturar frente a los
niños para presionar aún más a sus víctimas,
sino que parecían gozar de una impunidad absoluta. La situación
llegó al extremo en el ataque a Víctor Choque, el quintero
al que los ladrones le estamparon una plancha en el pecho, después
de haberlo colgado de los testículos y de haberlo picaneado
para llevarse dos mil pesos, un televisor, un par de botines y la
plancha que usaron. |
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