A
veces la administración Bush da la impresión de estar negociando
consigo misma más que con China. Pekín mantiene una posición
simple e invariable: para liberar a los 24 tripulantes retenidos en la
isla de Hainan, Washington debe emitir una disculpa formal y comprometerse
a no enviar más vuelos espía. Estas demandas pueden o no
ser razonables, pero el hecho es que son inmutables, lo que significó
que el gobierno de George W. Bush sólo podía maniobrar por
su cuenta. Al principio fue duro e intransigente, y se citaba la influencia
del secretario de Defensa Donald Rumsfeld; después adoptó
una posición más conciliatoria, y se concluyó que
Rumsfeld había sido desplazado por el secretario de Estado Colin
Powell. Ayer, el gobierno quiso dar una imagen de mayor unidad convocando
a los medios a una reunión de gabinete. El resultado previsible
fue la ambivalencia. Todos sabemos que la diplomacia toma tiempo,
subrayó el presidente, pero ya es hora de que nuestros tripulantes
vuelvan.
Es cierto que muchos vieron un renovado endurecimiento en la posición
de Bush. Sin duda, después de enviar el domingo un mensaje de condolencias
(pero no disculpas) a la viuda del piloto chino muerto en el choque con
el EP-3, sus declaraciones de ayer eran mucho menos amables. Con Powell
a su derecha y Rumsfeld a su izquierda en representación de la
dualidad del hombre, Bush advirtió a Pekín que los
hombres y mujeres que tripulaban el avión deben volver a sus casas
para que nuestras relaciones no sean dañadas. Interrogado
sobre exactamente cuál sería este daño, el portavoz
del presidente, Ari Fleischer, explicó que si bien no quiero
especular con las medidas que podríamos tomar, este asunto se está
prolongando cada vez más y es cada vez más difícil
separarlo de los otros asuntos.
Con esto el portavoz se refería a lo que la Casa Blanca señala
como su verdadera ala dura: el Congreso. La distinción
permite que las amenazas contra Pekín corran por cuenta del Legislativo,
que ayer no faltó a su deber. Varios congresistas cancelaron simultáneamente
sus visitas a China. No es apropiado visitar un país que
detiene a soldados estadounidenses contra su voluntad, explicó
la senadora republicana Olympia Snowe. El portavoz de Bush resaltó
las cancelaciones, pero subrayó que el presidente todavía
no había decidido cancelar su propia gira al país, agendada
para el mes de octubre. Algunos congresistas, sin embargo, supieron dirigir
amenazas más contundentes que la de anunciar que no irían
de visita. Específicamente, se menciona cada vez más la
formación de una mayoría que votará en contra de
renovar los privilegios comerciales con China, y a favor de vender armamentos
avanzados a su provincia rebelde, Taiwan. El titular de la
Comisión de Inteligencia del Senado, Richard Selby, confirmó
que la crisis no es un buen presagio para las votaciones.
China todavía no parece acusar recibo de estas intensas maniobras
diplomáticas que transcurren dentro de Washington. Más allá
de los supuestos choques titánicos que la prensa norteamericana
describe entre los halcones nacionalistas del Ejército Popular
de Liberación y el presidente pro-norteamericano Jiang
Zemin, hacia afuera la actitud del gobierno es férrea y unánime.
Tanto es así que ayer sus funcionarios no parecieron ver mucho
sentido en reiterar las mismas demandas que realizan desde hace más
de una semana, y buscaron otras maneras de irritar a Washington. El Ministerio
de Relaciones Exteriores, por ejemplo, le comunicó a la Unión
Europea que respetaría íntegramente los términos
antipolución del Protocolo de Kioto, el mismo que Bush abrogó
hace poco causando la ira de sus aliados europeos. Otro funcionario afirmó
inconsecuentemente que el diálogo con Washington sobre los
derechos humanos sigue abierto.
Frente a esto, las declaraciones de ayer del embajador norteamericano
en Pekín, James Prueher, quien aseguró que hay progresos
en la negociación, no resultaban demasiado convincentes en Estados
Unidos. Los sondeos indican que la popularidad de Bush está cayendo,
si bien todavía no desciende del 65 por ciento. Pero la falta de
resultados podría significarque los elementos más conservadores
como la revista Weekly Standard, que ayer castigó la humillación
nacional que causó Bush logren salirse de los extremos
de la opinión pública, y pasen a ser su vanguardia.
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