Por
Mónica Maristain
Desde México DF
Parecen
dos estatuas ataviadas con la camiseta de la Selección Argentina
de fútbol. Ella tiene 17. El, 25. Ambos son mexicanos, pertenecen
a esa gran masa de jóvenes que da que hablar a los escritores,
a los insurgentes chiapanecos, a los gobernantes... Esta tierra de contrastes
surreales debería pertenecerles por un principio de cantidad: los
chavos y las chavas son muchos más que los rucos (viejos) en este
país. En el galpón oscuro donde esta noche gritan, bailan
y toman cerveza 20 mil pibes aztecas, la parejita de marras permanece
estática y en estado concentrado de observación. No puede
decirse que miran arrobados a su grupo de rock favorito. Antes que eso
podrían ser denominados, como gran parte de sus congéneres
que se han juntado en el Palacio de los Deportes, los militantes Cadillacs.
Así se sienten. Para ellos, el grupo de rock argentino más
popular en Latinoamérica es totalmente antisistema. Es que
son subversivos y rebeldes de verdad. Claro que entendemos todo lo que
cantan y estamos aquí para decirles que somos como ellos. ¿Acaso
Matador no sigue estando prohibida en Colombia?, pregunta
él sin esperar respuesta, mientras ella asiente con fervor.
En apenas dos semanas, más de 100 mil personas respondieron afirmativamente
a la pregunta que se hacían críticos y empresarios el año
pasado cuando comenzaba a vislumbrarse el fenómeno fabuloso: ¿persistirá
la fiebre? ¿Se bancarán los púberes que los siguen
al compás de los temas más pegadizos las nuevas y bizarras
melodías del grupo de Vicentico y Flavio? El sí rotundo
de los fanáticos comenzó a escucharse en Tijuana el 24 de
marzo. En el Auditorio Municipal, 10 mil bocas estridentes corearon Vasos
vacíos y festejaron cada uno de los gestos del cáustico
Gabriel Fernández Capello (a) Vicentico. Al día siguiente,
6500 fans llegaron a la Plaza Calafia de Mexicali. En Monterrey, la fiesta
fabulosa se desató el día 27, cuando en el bar La Escena
2500 chavos y chavas desplegaron sobredosis de adrenalina. En la Plaza
de Toros Relicario, Puebla, fueron 3 mil el día 29. En la Plaza
de Toros Nuevo Progreso, Guadalajara, fueron 14 mil el día 30.
El 31, 7 mil se juntaron en el Auditorio Josefa Ortiz, en Querétaro.
Y a esas cifras de por sí llamativas hay que sumarles los 60 mil
reunidos en los tres conciertos (3, 4 y 5 de abril) en el DF, para terminar
coincidiendo con el crítico mexicano que dijo que los Cadillacs
tienen al público mexicano en la bolsa.
Pero más allá de las estadísticas que en este país
demuestran que LFC rebasó por mucho la cota impuesta
por Soda Stereo, que llegaron a ser en México la banda argentina
más popular, lo verdaderamente interesante es tratar de descifrar
cuál es la fibra sensible que han tocado en la afición azteca
Vicentico y compañía. De ese modo, podría entenderse
aunque sea en parte ese fenómeno masivo que protagonizan en esta
parte del planeta. En el DF, nadie mejor que el mítico periodista
Chava Rock, un personaje legendario que es saludado como cuate tanto por
Manu Chao como por Liam Gallagher, para opinar acerca del tema: editor
de las revistas Mezcalito y Códice Rock, el Chava transitó
cada uno de los rincones en los que creció el germen del rock en
español en México. Como verdadero experto, afirma que LFC
son lo que son en este país porque han venido haciendo un
trabajo paulatino. Su fórmula secreta, lo que les ha dado tanta
continuidad y presencia, es la variedad de su repertorio. Nunca se estancaron.
Pero ese lenguaje argento del vo sabé, ese usar la
palabra pendejo en clave porteña y conseguir con ello y sin proponérselo
la censura en México, donde ese vocablo tiene unas connotaciones
mucho más cabronas (decirle pendejo a alguien aquí
es insultarlo de manera imperdonable).
Pero esa ye exagerada de Vicentico, ese aire de superado de
Vicentico, ese antiglamour de la panza de Vicentico, esa violencia de
Vicentico que es capaz de sacar a patadas del escenario a un pibe que
sólo quería saludarlo... ¿Cómo pueden ser
aceptados en el país donde la paciencia y los buenos modales constituyen
un deporte nacional? Lo que pasa asegura Chava Rock
es que el lenguaje de LFC no es visto aquí como argentino. Los
chavos hicieron propio el léxico de los Fabulosos, es un modo de
hablar y de moverse que ya se ha convertido en latino. Y sigue:
La última vez que estuvo Mercedes Sosa en México dijo
que ella quería ser como Los Redonditos de Ricota, que eran muy
populares en la Argentina sin necesidad de hacer ruedas de prensa, de
dar notas, de viajar. Aquí, los Cadillacs pueden ahora darse ese
lujo. En la rueda de prensa de Mark Knopfler, él le preguntó
a los periodistas si no tenían otra pregunta cuando ya iba más
de una hora de conferencia. Los Cadillacs, en cambio, ni siquiera hicieron
rueda de prensa. Con respecto al carácter de Vicentico, claro que
la gente no olvida las cosas que hace, pero nunca se las recriminan. Y
eso sí que habla de una gran tolerancia por parte de los chavos,
afirma.
La semana pasada, Andrea Echeverri, líder de Aterciopelados, declaró
en Miami que su música no tenía nada que ver con el rock.
Para la bella florcita colombiana, su arte estaba emparentado con el de
sus admirados Fabulosos Cadillacs. Hace tres días, el también
colombiano Juanes, flamante adquisición de Surco (el subsello de
Santaolalla), presentó disco y videoclip en México. Habló
de todo, pero esencialmente de los Fabulosos Cadillacs: Cuando sea
grande, quiero ser como ellos. En México no conocen a Nebbia
ni a Spinetta padre, pero saben quiénes son la Bersuit, quiénes
los Illya Kuryaki. Y eso se debe primero a la MTV y luego a Manu Chao.
Tanto el francés en viaje permanente como los inicios de la cadena
televisiva (cuando no pasaban a Ricky ni a los BSB) abonaron la música
de fusión que se constituyó en un género regional
y propio (¿el nuevo rock latinoamericano?) a fuerza de rescatar
la música de abuelos y padres.
De ese nuevo género, LFC y sus colegas mexicanos de Café
Tacuba son pioneros y representantes clásicos. Pero si el grupo
liderado por Nrü abasteció con sofisticada música las
expectativas de los jóvenes inquietos y sensibles, LFC llenó
de gozo a los chicos y chicas sencillos, que siguen creyendo en una Latinoamérica
unida. Aquí, en tiempos de Vicente Fox, pero fundamentalmente en
tiempos del Subcomandante Marcos, la nueva juventud mexicana, ubicada
entre los 15 y los 25, necesitaba una voz con la que hacer escuchar sus
disconformidades y alegrías. Esa voz la encontraron en una banda
veterana como los Cadillacs. Para los jóvenes mexicanos, increíblemente,
la camiseta albiceleste es un símbolo de libertad y rebeldía.
Y están dispuestos a defender los colores de LFC, aunque muchas
veces no entiendan del todo la música de los últimos discos
o no soporten demasiado a un invitado como Norberto Minichillo que vocifera
temas como La pomeña o Dale tu mano al indio.
Así son las cosas en este lado del mundo, donde los Cadillacs pueden
hoy darse el lujo de reverdecer los laureles del rock argentino en tierra
azteca y así afrontar un año de gira intensa por América
y Europa. ¿Persistirá la fiebre? Todo parece indicar que
sí.
Tienen
que estar orgullosos
Los
Cadillacs llegaron a México precedidos por las saludables cifras
de venta de Hola y Chau, los discos registrados en vivo en Obras el
año pasado con los que se despidieron de su sello BMG. Con
los locales Panteón Rococó como teloneros, la banda
de Flavio y Vicentico puso el Palacio de los Deportes al rojo vivo
con títulos como Matador, Piraña,
Vos sabés, Calaveras y diablitos, Demasiada
presión y Mal bicho: semejante andanada,
junto a la atinada decisión de no poner sillas en la platea,
propició un pogo interminable en el lugar. Utilizando un bastón
debido a una lesión en la rodilla, Vicentico le habló
al público para recomendar que recordemos a los niños
que fuimos, para más tarde hacer alusión a la
causa zapatista: Tienen que estar orgullosos de su lucha,
dijo en medio de una ovación. Frente a una masa de gente en
la que abundaban las camisetas de Argentina y de Boca, el grupo liquidó
la faena en la capital mexicana con números indestructibles
como Vasos vacíos, Manuel Santillán,
el león, Los condenaditos y Carnaval
toda la vida. Y fue, efectivamente, un carnaval. |
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