Por
Eduardo Fabregat
El
chiste no es nuevo, pero lo que importa es la inflexión. ¿Príncipe
azul? Si Claudio es un príncipe azul, me cago en la monarquía,
le dice Aníbal (Alfredo Casero) a su mujer Daniela (Gabriela Toscano),
y otra vez queda claro que este Aníbal, tan filoso como las cuchillas
que maneja en la cocina, es un papel a la medida de Casero. La cuestión
es que el fletero de Vulnerables también era un rol
a su medida, por lo que no queda más que rendirse ante la evidencia
de que el ex delirante full-time de Cha Cha Cha es simplemente
un buen actor.
Buena actuación es lo que sobra en Culpables (martes
a las 23, canal 13), el nuevo proyecto de la productora Pol-Ka: el primer
episodio permitió el lucimiento del equipo, pero sobre todo de
Casero, Susú Pecoraro y Mercedes Morán. Ese trío
fijó el tono de una serie que se presenta como la sucesora de aquella
del grupo de terapia, pero cuyo resultado es mucho más ácido,
más cruel aun en su exposición de las bajezas humanas. Aquí
no hay ningún doctor Segura ante el cual limitarse.
Entonces puede preverse que en cada encuentro semanal de los siete personajes
la sangre siempre estará a punto de llegar al río. Casero
y Toscano, Soledad Villamil y Diego Peretti, Fernán Mirás,
Susú Pecoraro y Mercedes Morán aparecen aquí como
personajes con la suficiente experiencia de vida como para no preocuparse
más por la superficie. Por eso Casero puede interpelar abiertamente
a su esposa sobre su vida sexual frente a los demás, y por eso
Perla (Pecoraro) puede tomar el toro por las astas y explayarse sobre
la diferencia de edad que la separa de Mirás. Por eso, también,
Chechu pasa de todo y comienza una explicación hablando de su marido
como ese hijo de puta, para que con el correr de su relato
quede claro que fue pescada en la cama matrimonial con un joven apolíneo.
Salvo la apocada pareja que conforman Villamil y Peretti (que de todos
modos deja la impresión de ser una olla a presión a punto
de saltar), estos Culpables son como topadoras que avanzan
en sus relaciones humanas sin reparar en los destrozos que van dejando.
Así planteado, el nuevo unitario de la productora de Adrián
Suar bien puede verse como un paso más allá de Vulnerables.
La serie pone el acento en la ironía, y entrega ciertos intercambios
de palabras que desnudan a un grupo de amigos con demasiados años
de ruta conjunta como para andar fijándose en sensibilidades ajenas.
El efecto se acentúa con las recién llegadas Perla y Chechu,
que ni siquiera tienen viejas deudas que saldar con el grupo. Regresando
de su ostracismo de la TV (su última participación había
sido en Laura y Zoe, con Cecilia Roth), Susú Pecoraro
afronta un papel de mujer golpeada y algo amarga que debe llevar adelante
una relación con alguien veinte años menor. Morán,
en tanto, se ubica a años luz de la Roxi gasolera,
una mujer adinerada y jugada en varios sentidos que no puede evitar absorber
la atención de todo el que esté cerca.
Eso es lo que distinguió a Vulnerables, y lo que se
convierte en marca de fábrica para Culpables. No hay
aquí personajes unidimensionales o fácilmente explicables
a través de su pertenencia a una cierta clase social, sino un firme
trabajo de actuación y dirección para intentar otras profundidades.
Un trabajo que, en la era de la gente real con cámaras
en la nuca todo el tiempo, resulta un respetable soplo de frescura. Aquí
no hay sobrevivientes ni triunfadores: en todo caso, todos tendrán
que encontrar la manera de convivir con ellos mismos y sus obsesiones.
Y todos, de una manera u otra, terminarán heridos y culpables,
pero disfrutando de al menos haber tenido espacio para lanzar una frase
ingeniosa y bien dirigida, que calme la conciencia. Casi como en la vida
real.
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