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Un punto de encuentro del mejor cine documental

 

El festival �É tudo verdade�, realizado simultáneamente en Rio de Janeiro y San Pablo, reflejó las nuevas tendencias en el campo de la no-ficción y dio cuenta de la vitalidad del cine brasileño.

 

Por Luciano Monteagudo
Desde San Pablo

Hace seis años, en nuestra primera edición, celebrábamos el renacimiento del cine brasileño, del cual el documental formaba parte tímidamente. Hoy, sin exageración, la vanguardia del proceso audiovisual brasileño pasa por el documental y la presencia masiva de nuestros documentalistas, en las distintas secciones, es la mejor prueba.” Para el crítico Amir Labaki, fundador y director de “É Tudo Verdade/It’s All True - Festival Internacional de Documentários”, que se llevó a cabo simultáneamente en Rio de Janeiro y San Pablo entre el 30 de marzo y el domingo pasado, los números hablan por sí solos: de los 108 films que integraron la muestra, más de la mitad son de producción brasileña. Es aún más asombroso saber que fueron casi 200 las producciones locales que se presentaron a la preselección del festival.
Esta notable vitalidad del documental brasileño no es, por cierto, producto de una mera combustión espontánea. Desde los primeros años ‘60, cuando empezaron a soplar los vientos de cambio del cinema nôvo, Brasil fue creando una tradición propia en el campo del documental, primero a partir de los trabajos pioneros de Geraldo Sarno y Eduardo Coutinho y luego con los aportes de Vladimir Carvahlo y Teté Moraes, entre muchos otros. No deja de ser significativo que estos cuatro cineastas estuvieran presentes ahora en “É Tudo Verdade”, cada uno con sus nuevos films y, en el caso de Sarno, con una retrospectiva integral, que se completó con el estreno de su nueva obra, A linguagen do cinema, una serie de programas realizados en video digital dedicados al proceso de creación en el cine brasileño, desde Júlio Bressane y Carlos Reichembach hasta Walter Salles. Por su parte, Coutinho presentó en competencia su nuevo largometraje, Babilônia 2000, una cálida aproximación a los habitantes de la favela del morro de Babilônia, en Rio de Janeiro, que en las horas previas al cambio de milenio comentan sus expectativas y sus sueños, en el estilo proverbialmente informal del director de Cabra marcado para morrer.
Y junto a Babilônia 2000 (que podrá verse en pocos días más en el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires) apareció todo un lote de primeros films, alguno incluso realizado colectivamente por un grupo de jóvenes casi adolescentes, como los seis brasileños responsables de Mira, un acercamiento sin duda caótico pero a la vez desprejuiciado y vivaz a la realidad cubana de hoy, a la vida cotidiana de sus hombres y mujeres, fuera de los discursos oficiales y las consignas políticas.
La revolución cubana tuvo también sus miradas en escorzo en la muestra internacional, con dos trabajos capaces de reescribir la historia reciente. En Lieber Fidel - Marita’s Geschichte (Querido Fidel - La historia de Marita), el director alemán Wilfried Huisman se interna en la increíble vida de Marita Lorenz, una muchacha de 19 años que fue amante de Fidel Castro en los primeros momentos de la revolución y que luego fue reclutada por la CIA para envenenarlo, a lo que se negó. “El amor fue más fuerte”, dice Marita en el film, sin por ello dejar de consignar su vinculación posterior con el FBI y hasta con la conspiración que acabó con la vida de John Fitzgerald Kennedy. A su vez, en Sacrificio –ganador de la competencia internacional– los jóvenes realizadores suecos Erik Gandini y Tarik Saleh encontraron en Malmö al argentino Ciro Bustos, estigmatizado como el Judas que habría señalado al ejército boliviano la presencia del Che Guevara en Bolivia, y descubrieron que la historia no es tan simple, al punto que después de ver el film quien queda en una posición por lo menos incómoda no es precisamente Bustos, sino el francés Régis Debray.
Uno de los puntos altos del festival –que lleva su nombre en homenaje al documental It’s All True, que Orson Welles filmó en Brasil en 1942– fue la retrospectiva dedicada a Frederick Wiseman, un auténtico maestrodel documental norteamericano, un cineasta considerado a la altura de los mejores realizadores de ficción de su país y que ha dedicado toda su obra a revisar la cara oculta de sociedad estadounidense a partir de sus instituciones públicas: escuelas, hospitales, centros de asistencia social y hasta hospicios, capaces de convertirse en los distintos capítulos de su gran novela americana.
Entre la diversidad de formatos, temáticas y tendencias que revisó el festival, se consolidó la corriente de films que trabajan cada vez más a partir de un punto de vista subjetivo; más aún, desde la primera persona singular, como una forma de impugnar la vieja y pretendida objetividad del documental y oponerle en cambio una verdad más personal. Es el caso, por ejemplo, de War einst ein Wilder (Erase una vez un duende), de Claudia von Alemann, que entrevista a su madre, ya anciana, para intentar comprender cómo fue posible el hechizo que produjo el nazismo en toda una generación de alemanes. O de La televisión y yo, de Andrés Di Tella, que a partir la saga de su propia familia (su abuelo fue el creador del imperio Siam Di Tella) y la de la familia Yankelevich, todo un pionero en el campo de la TV, se interroga sobre las aspiraciones industriales que alguna vez tuvo Argentina y que concluyeron en el sueño perdido de una nación.

 

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