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La revolución silenciosa
de un músico olvidado y
siempre vivo

Eduardo Rovira no tuvo éxito en la Argentina ni en el exterior. Un CD con la notable suite �Tango Buenos Aires� rescata algo de su obra.

Eduardo Rovira se deslumbró
desde chico con los clásicos.
Tangos con títulos como “Serial dodecafónico” lo delatan.

Por Julio Nudler

Aunque fue Astor Piazzolla quien logró instalar una imagen sonora del Buenos Aires posterior a 1960, transformado hasta en sus ruidos por el desarrollismo frondizista, Eduardo Rovira propuso por la misma época otro retrato musical urbano, jadeante y febril por momentos, o desolado y taciturno, con climas y colores siempre alternantes y contrapuestos. Pero su lectura de la nueva ciudad fue apenas escuchada. De ella quedó testimonio en unos pocos discos de vinilo, grabados por sellos independientes. Recién en 1997, diecisiete años después de la muerte de Rovira, Acqua Records recogió en dos CD parte de ese material olvidado, y no el de la mejor época de este músico singular, nacido en un hogar obrero de Lanús en 1925 y tempranamente deslumbrado por Bach, Mozart, Bartók y Schönberg, a pesar de lo cual fue un tanguista bastante normal hasta 1959. Ahora, otro sello, Fogón, ha extraído de los archivos de Sony la suite de ballet “Tango Buenos Aires”, que fuera grabada en 1962 en dos LP por el propio compositor y el octeto que conducía desde el bandoneón, que había creado a finales de 1961 y denominaba Agrupación de Tango Moderno. Ese conjunto, disuelto en 1965, plasmaba ideas vanguardistas que Rovira ya venía esbozando en los arreglos que escribía para el Octeto La Plata, del bandoneonista Omar Rufino Luppi.
El ballet, dividido en dos partes y once cuadros, está inspirado en “Tango”, un poemario de Fernando Guibert, quien concibió el argumento de la obra junto a José Daniel Viacava. El estreno previsto en el Teatro San Martín jamás tuvo lugar, pero la suite llegó prontamente al disco gracias a Eduardo Parula, un compositor y letrista vinculado con Piazzolla (de quien luego se alejó) que había fundado el Círculo de Amigos del Buen Tango para defender la vanguardia. A Parula, como director de los sellos Record y Microfón, se le debe todo lo que Rovira consiguió grabar entre 1961 y 1964, año en que aquél falleció.
Desde los años ‘30, cuando Francisco Canaro incursionó en burdos intentos sinfónicos, diversos tanguistas sintieron la comezón de la música clásica, quizá para impregnar de su prestigio a ese “arte menor”, como Julio Jorge Nelson llamaba al tango. Con el advenimiento de músicos tan importantes como Argentino Galván, Héctor María Artola o el propio Piazzolla, esa dimensión culta cobró un vigor imprevisible antes de 1940. Pero fue Rovira quien más resueltamente fusionó tango y música erudita, y no sólo en esta suite de ballet sino en sus mismos tangos. Para no dejar dudas, llamó a uno “Para piano y orquesta”, a otro “Serial dodecafónico”, mientras que en “Triálogo” incorporó la cadencia de piano de un concierto de Mozart.
¿Chapuza, impostura, jactancia? Hay derecho a sospechar de la actitud de Rovira y de lo que pudo resultar de ella. Sin embargo, esas aprensiones ceden al escuchar sus obras, vibrantes e imaginativas, con momentos de una intensidad conmovedora, aunque carezcan del carácter sentimental propio del tango. No obtuvo por ellas demasiado reconocimiento en la Argentina ni fuera de ella. El único cultor actual de su música es el Trío Esquina del bandoneonista César Stroscio, radicado en París, que compartió muchas veladas con él en Gotán, aquel sótano de Talcahuano 360 que perteneciera a Juan “El Tata” Cedrón a mediados de los ‘60. Fue en esa cueva donde el 8 de marzo de 1966 actuaron tanto el Quinteto Nuevo Tango de Piazzolla como el trío de Rovira, con Rodolfo Alchourron en guitarra y Fernando Romado en contrabajo, presentados por Oscar del Priore. Pero Astor sólo escuchó a Rovira en un tango. Al terminar, se marchó escaleras arriba.
Aunque los fanáticos de Rovira estaban resignados a la fritura de sus LP mal prensados, el CD que contiene “Tango Buenos Aires” ofrece una reproducción impecable del excelente sonido de aquellos instrumentistas. El violín solista está a cargo de Hugo Baralis, viejo compinche de Piazzolla, en precipitado (y feliz) reemplazo de Reynaldo Nichele,partenaire obligado del bandoneonista. La formación se completa con Leopoldo Soria en piano, Ernesto Citon y Héctor Ojeda en violín, Mario Lalli en viola, Enrique Lannoo en violonchelo y Fernando Romado en contrabajo. La cuidada edición del compacto reproduce un texto explicativo del argumento y de la técnica musical de la suite, que Parula había escrito para acompañar a los LP.

 

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