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el Kiosco de Página/12

No sé
Por Antonio Dal Masetto

En el bar estamos el Gallego y yo solos y entra un tipo escuálido, alto, narigón, con aire somnoliento, de hablar cansino. En la traba de la corbata lleva una efigie del Papa.
–Caballeros, tengo un problema grave con el peluquero, de nuevo me lastimó la oreja con la tijera, es la tercera vez en los últimos tiempos, tendría que tomar una decisión, no sé, siempre he sido una persona correcta, no me gusta molestar a nadie, pero lo que está ocurriendo con el Fígaro es una situación terrible. ¿Ustedes qué opinan?
–Dígale que preste más atención, que tenga más cuidado.
–Es complicado, el hombre está muy orgulloso de su oficio, además tiene un carácter del demonio, si le hago una observación vaya a saber si no puede llegar a sacarme una oreja entera.
–Entonces cambie de peluquería.
–Sería una gran complicación, no sólo porque soy cliente de hace años y estoy acostumbrado, sino que es una peluquería unisex y también va mi esposa. Si yo desaparezco, capaz que en represalia la atiendan mal a ella. Y ustedes no se imaginan lo que es mi mujer. Pasa una cosa así y en mi casa estalla la guerra. Para colmo hace como diez años que nos llevamos mal, no tenemos relaciones, dormimos en cuartos separados, la comida si no está quemada está fría, cuando voy a entrar al baño siempre está ella, se queda horas adentro, lo hace a propósito para hacerme llegar tarde. Y como si eso fuera poco sospecho que le habla mal de mí a todo el mundo. Mi matrimonio es un desastre. ¿Qué puedo hacer?
–Divórciese.
–Si me divorcio, tengo que dejar la casa, voy a extrañar el barrio y sobre todo voy a extrañar al perro, le tengo tanto cariño, somos tan amigos, es el único en esa casa que me da bolilla. ¿Cómo me voy a separar de él?
–Lléveselo.
–¿Conseguiré un lugar con espacio suficiente? Hay un montón de edificios que no aceptan perros, lo meto y después nos echan a los dos. Además lo tendría que dejar solo todo el día. Yo sufro; Sultán sufre, un martirio. No sabría qué hacer.
–Múdese a un departamento de la misma manzana así puede visitar al perro todos los días.
–Estoy seguro de que ella me lo va a mezquinar, un día me va a decir que sí y otro que no.
–En el juicio de divorcio negocie un régimen de visita. Lo va a buscar, lo saca a pasear y lo lleva a la plaza.
–¿A ustedes les parece? Sabe lo que es aguantar los comentarios de los vecinos, el portero, el kiosquero, el diariero; todos me van a mirar raro, me van a hacer preguntas y voy a tener que dar explicaciones. Y además tocando timbre como un pordiosero para sacar el perro a la plaza. No sé qué hacer. Por otra parte no me puedo separar porque voy a tener conflictos con el hermano de mi mujer, que es mi socio. Aunque también es cierto que no se trata de una sociedad sino de un suplicio, porque el tipo es un vago y encima me falta el respeto delante de los empleados, delante de todo el mundo. Quizá tendría que animarme a tomar una decisión.
–Véndale su parte o cómprele la de él.
–Lo más probable es que me diga que no tiene un peso, que no está interesado. Y comprarle la parte es todo un problema, me voy a quedar solo con el personal que lo aprecia más a mi cuñado que a mí, porque el tipo es un demagogo. Además la contadora sale con él y me va a sabotear, casi seguro que me va a hacer un agujero con la DGI. ¿Qué se puede hacer?
–Empiece con otro negocio, una vida nueva.
–Una vida nueva, otro negocio, no sé, ya soy grande, soy hombre de costumbres, soy muy conservador, no me gustan las aventuras, empezar todo de nuevo, qué sé yo, son tantas las dudas que me agobian que esta mañana estuve una hora pensando si debía elegir los zapatos marrones o los negros.
–Tranquilícese, tómese un whisky; la casa invita.
–Un whisky, no sé, me gusta, pero con los nervios destrozados como los tengo lo más probable es que me caiga mal.
–Fúmese un cigarrillo que relaja.
–Me vendría bárbaro, pero primero me va a hacer bien y después me va a hacer mal, la verdad que no sé qué hacer.
Con el Gallego nos miramos, nos apartamos un poco y volvemos:
–Encontramos la solución para sus problemas. Vaya rápido a su casa, siéntese en su sillón y quédese bien quieto. No haga absolutamente nada. No se mueva, no hable, no mire. Ocúpese solamente de estar sentado. Acuérdese de lo que dijo Lao-Tse: No hay nada que el no hacer nada no haga.

 

REP

 

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