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CHINA LIBERO A LOS TRIPULANTES DEL AVION ESPIA
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Después de enviar una carta a Pekín donde decía estar �very sorry� por el accidente del avión espía, Bush obtuvo el retorno de sus 24 tripulantes. Pero insiste en que no se disculpó.

Sun Yuxy, vocero de la Cancillería china, contesta preguntas sobre el desenlace.
La pregunta de fondo es qué logró Pekín a cambio de la devolución de los 24 tripulantes.

La crisis del avión espía norteamericano en China terminó. De algún modo. Al menos, su aspecto más explosivo, la detención indefinida de 24 tripulantes norteamericanos en la isla de Hainan, se resolvió ayer cuando Pekín permitió su retorno a Estados Unidos “por razones humanitarias”. A cambio, el presidente George W. Bush y su secretario de Estado, Colin Powell, firmaron una carta donde afirmaban dos veces estar “muy apenados” (“very sorry”) por la muerte de un piloto chino en un choque con el avión espía el domingo 1º de abril. Por supuesto, las versiones de la carta que aparecieron en China diferían en semántica y se parecían más a una expresión de arrepentimiento. Sin embargo, Powell aseguró que el mensaje “no constituye una disculpa”. Al recalcar este punto de manera tan enfática, Powell suscitaba la pregunta de qué fue lo que Washington realmente concedió para aplacar a Pekín. Era un misterio, y por eso es aún prematuro declarar el fin de la crisis o identificar a un ganador.
Pocos en Estados Unidos se preocupaban por esta pregunta. Era una omisión natural ante una solución diplomática que parecía poco menos que milagrosa. Ya había pasado más de una semana desde que el EP-3 chocara con un caza chino y tuviera que realizar un aterrizaje forzoso en Hainan. La prensa norteamericana se debatía en describir a sus tripulantes como “rehenes” y multiplicaba los paralelos con la crisis de los rehenes en Irán de 1979. Bush, mientras tanto, parecía haber agotado sus opciones. Por 13 días de crisis, en los dos primeros había ensayado la dureza (“nuestras fuerzas armadas están listas, China debe devolver nuestro avión y nuestros tripulantes). No funcionó. Por los siguientes cinco días recurrió a la conciliación, con “plegarias” y “pesar” para el piloto chino muerto y enviando una carta de condolencias a su viuda. Tampoco dio resultado, y el lunes pasó de nuevo al ataque, hablando de “daños permanentes en nuestras relaciones” y sugiriendo que el Congreso tomaría acciones drásticas. Pero el gobierno chino se mantenía inconmovible en sus demandas de una disculpa inequívoca y un compromiso de que no habría más vuelos espía. El embajador norteamericano en Pekín, Joseph Prueher, aseguraba que “hay progresos”, pero nadie le creía demasiado. Nadie, eso, hasta que a las 8 de la mañana de ayer Bush saliera ante las cámaras para anunciar sorpresivamente que “nuestros tripulantes volverán a casa”.
Sucedió así. Las gestiones de Prueher, bajo la dirección de Powell, habían quedado mayormente resueltas el lunes. Se acordó que Estados Unidos enviaría una carta a la Cancillería china, expresando pesar por la muerte del piloto chino y por el hecho de que el avión espía violara el espacio aéreo chino después del choque. La definición exacta del “pesar” en las versiones en inglés y chino del mensaje fue lo que ocupó las si- guientes 48 horas. Para la madrugada de ayer, Bush ya había recibido un borrador. El y Powell no tardaron en firmarlo, y se contactaron con los funcionarios chinos para arreglar su difusión. Debía ser simultánea, coordinando el anuncio en tres zonas horarias distintas. Lo lograron. Mientras que Bush emitía su mensaje en la Casa Blanca, en Pekín el canciller Tang Jixuan informaba que “el gobierno permitirá a los tripulantes norteamericanos abandonar China”, y en Montevideo el presidente chino Jiang Zemin manifestaba estar “alegre por este acuerdo”. La Associated Press ya difundía el texto, con la firma de Prueher, donde Estados Unidos acordaba formar una comisión conjunta con China para averiguar las causas del choque. Y donde reconocía “que el gobierno chino planteará el tema de nuestros vuelos de reconocimiento cerca de su país”. La CNN afirmaba poco después que los 21 hombres y tres mujeres del avión espía llegarían a Hawaii en menos de 48 horas.
Pocos estaban dispuestos a mirar más allá. El ala anti-China del Partido Republicano se mantuvo en silencio, y la oposición demócrata celebró la salida diplomática. “Bush manejó esto de manera adecuada”, admitió el senador Joseph Biden, en tanto que su colega Bob Graham remarcó que “Estados Unidos no aceptó responsabilidad alguna por el incidente”. Didácticamente, Powell explicó que “no nos disculpamos ya que no tenemosnada por qué disculparnos, y por lo tanto es imposible que nos disculpemos”. El diario oficial chino China Daily no lo veía así y se ufanó de “una victoria en la lucha contra la hegemonía norteamericana”.
A nadie le importó mucho esta diferencia de interpretación. Es que ambos gobiernos parecían haber logrado lo que querían. Washington recobró a sus tripulantes, China defendió su honor, Bush fue proclamado vencedor de su primer gran desafío en política exterior y Zemin había reforzado su sucesión al dejar a su protegido Hu Jintao a cargo de la negociación y permitir que sus generales retuvieran el ultrasofisticado avión espía para estudiar su equipo. Si había un perdedor, parecía ser el lobby anti-China en Washington, incluyendo al secretario de Defensa Donald Rumsfeld, cuya intransigencia fue humillada por el éxito del dialoguismo de Powell.
Pero Rumsfeld podía consolarse con la posibilidad de que la crisis con China sólo fuera pospuesta. Bush todavía debe decidir, por ejemplo, si permitirá la venta de armamentos sofisticados a Taiwán. Si no lo hace, se lo acusará de haberlo pactado secretamente con Pekín para recuperar a los tripulantes. Y tendrá que enfrentarse a la misma sospecha con la entrada de China a la Organización Mundial de Comercio, las violaciones chinas a los derechos humanos, y la nominación de Pekín como sede de los Juegos Olímpicos del 2008. Pero ayer los análisis seguían estando en el País de las Maravillas, en el sentido de que “todos ganaron, y todos deben recibir premios”.

 

Claves

China liberó ayer a los 24 tripulantes de un avión espía norteamericano que había aterrizado de emergencia en la isla de Hainan.
Fue después de que el presidente norteamericano George W. Bush enviara una carta donde afirmaba estar “muy apenado” por la muerte del piloto de un caza chino que chocó con ese avión el 1º de abril. Aseguró que no era una disculpa, pero en los medios chinos se lo presentó así.
Eso no empañó la alegría en Estados Unidos, donde se estimaba que Bush había sorteado con éxito su primera gran crisis en política exterior.
Pero las preguntas clave de su relación con China, especialmente con Taiwan, siguen abiertas.

 

QUE DIJERON LOS CHINOS COMUNES A TRAVES DE INTERNET
Entre la rabia y la resignación

Por John Gittings *
Desde Hong Kong

Mientras las noticias del acuerdo para liberar a los 24 tripulantes del avión espía norteamericano atravesaban Pekín anoche, podían escucharse algunas voces enojadas que objetaban el abandono por China de la demanda de un pedido de disculpas en regla. “Si ‘lamentarlo’ significa lo mismo que ‘pedir disculpas’ –podría leerse en un website muy frecuentado–, entonces mejor reescribamos el Diccionario de la Nueva China.”
Pero la mayoría de los chinos estaba aliviado por el hecho de que se llegara a un acuerdo, ya que comparten la convicción de sus principales funcionarios políticos en el sentido de que el interés chino de largo plazo exige primero establecer una buena relación con Estados Unidos. “No quiero una nueva Guerra Fría”, escribió otro contribuyente a la sala de chateo del Diario del Pueblo. “¿Realmente queremos provocar a Estados Unidos para que entregue nuevas armas a Taiwan?”, se preguntó otro.
Pekín desplegó su conducta habitual en esta crisis, primero subiendo la temperatura y luego enfriándola sutilmente. Amenazó con someter a los tripulantes a la ley china e insinuó que podrían ser procesados como espías. Al mismo tiempo, dio a los diplomáticos norteamericanos solamente un acceso limitado a la tripulación. La familia del piloto chino derribado derramó lágrimas por televisión y los militares insinuaron que el Ejército Popular de Liberación estaba presionando en favor de una línea más dura.
Para el fin de semana, el presidente Jiang Zemin –en una gira de Estado por América latina, pero evidentemente en control de los acontecimientos– se había asegurado una importante concesión norteamericana. Los asesores de Bush también mostraron que valuaban la relaciones con Pekín al decir que las represalias no se encontraban en los “intereses de largo plazo” norteamericanos. Y hubo bastantes concesiones en el lenguaje del “lamento” norteamericano –especialmente al ser traducido al chino– para disimular el hecho de que distaba de ser una autoinculpación plena.
A todo esto, la opinión pública ha sido más extrovertida y variada que en crisis anteriores, como el bombardeo de la embajada norteamericana en Belgrado hace dos años. “Incluso un pleno pedido de disculpas no debería haber sido bastante –protestaba una voz nacionalista–. Deberíamos haber procesado a la tripulación”. Pero otra voz tenía un tono más escéptico. “¿Para qué hacerlos pedir disculpas? Nuestro piloto probablemente cometió un error”. Otro dijo: “En definitiva, no podíamos lograr un pedido de disculpas porque China es débil y Estados Unidos es fuerte”.
China lo sabía. De hecho, nadie puede recordar la última vez que Pekín pidió disculpas a alguien por algo. En la cultura política china, un pedido de disculpas equivale a una total confesión de culpa.

* De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12.

 

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