Por Hilda Cabrera
Todavía hay reservas
éticas en nuestra sociedad. Algunos dicen que éste es un
pueblo carnero, pero no es cierto. Nosotros mismos tenemos que cambiar
esa imagen. Este pueblo es muy luchador y por eso está resistiendo.
Hay signos de esa lucha. La actriz y directora Leonor Manso está
disfrutando de dos estrenos: el del pasado lunes en el teatro Del Nudo
(donde dirige Contracciones, de Marta Betoldi, una de las piezas que,
junto a Descamado, de Hugo Men, y El que borra los nombres, de Ariel Barchilón,
también en la misma sala, participa del ciclo de 41 obras que integran
Teatro x la identidad, impulsado por Abuelas de Plaza de Mayo)
y el de El día que me quieras, del venezolano José Ignacio
Cabrujas (19371995), que se verá desde hoy a las 21 en el Teatro
Nacional Cervantes.
Acaso por eso, está entusiasmada. Y lo admite al decir que habla
desde un día de esperanza, por el entusiasmo que le
produjo el fervor del público que acompañó el estreno
de la obra de Teatro x la identidad (en Corrientes 1551) y
por las ganas de comenzar las representaciones de la pieza de Cabrujas,
donde actúa junto a Mario Pasik, Rita Terranova, Roxana Carrara,
Rodrigo Monti, Miguel Moyano y Angel Rico, bajo la dirección de
Julio Baccaro.
La obra de Cabrujas (también actor y guionista de TV y autor, entre
otras obras, de Los insurgentes, Acto cultural y El americano ilustrado)
anuda asuntos de importancia en la Venezuela de los años 30. La
pieza dibuja un retrato de la situación social del país
a través de una familia, uno de cuyos miembros sostiene un ideario
comunista, y de la significación que tuvo para el pueblo venezolano
la gira artística de Carlos Gardel en 1935, dos meses antes de
la tragedia del 24 de junio en el aeropuerto de Medellín. Entre
los textos que testimonian esa visita figura el de Miguel Angel Morena
(Historia artística de Carlos Gardel), quien da cuenta de un itinerario
que comenzó en La Guayra, donde el artista desembarcó el
25 de abril, para seguir viaje en tren hasta Caracas y presentarse allí
con gran suceso en el Teatro Principal. Luego, su viaje a Maracay, residencia
del general Juan Vicente Gómez (entonces presidente), y el trayecto
por Valencia, Maracaibo y Cabimas.
Manso conocía la obra desde tiempo atrás. Había sido
estrenada con gran éxito en Caracas en 1979, y el fallecido actor
y director chileno Lautaro Murúa le había participado a
la actriz su intención de dirigirla. En parte porque, aun siendo
una historia local, trasciende fronteras. Según Manso, la pieza
es un retrato latinoamericano, tan nuestro como la necesidad de
defender los sueños y renovar la esperanza.
¿De qué manera influye que haya sido escrita a fines
de los setenta y transcurra en 1935?
En que permite otras lecturas, potenciadas respecto de lo social
y del mito. La llegada de Gardel a Venezuela fue realmente un hito en
la historia de ese país, gobernado entonces por un dictador (el
general Gómez había destituido a su antecesor en 1908 y
gobernó en forma absoluta hasta su muerte, ocurrida en diciembre
de 1935) y la familia que describe Cabrujas puede considerarse característica
dentro del universo latinoamericano.
¿En qué sentido?
En el de las dificultades que, en general, tenemos los latinoamericanos
para salir de una situación de parálisis. Las épocas
varían, pero los problemas básicos no se resuelven. Lo único
que cambia es el nombre de los que tienen el poder. Las carencias golpean
cada vez a más gente. Y ni qué hablar de nuestro país,
donde se está acabando la clase media.
O donde la pauperización la vuelve más fascista...
No, no todos son fascistas. Creo que en estos últimos años
algo hemos aprendido. Las manifestaciones del 24 de marzo repudiando los
25 años del golpe militar son una prueba. Sigo pensando que tenemos
reservas éticas, algo increíble después de tantos
golpes y del descenso de nuestra calidad de vida. Puede que cuando alguien
sienta que no le dan tregua tenga actitudes fascistas, pero son todavía
muchos los que no tiran todo por la borda. Al contrario, siguen creando,
defendiendo la educación pública, afirmando su identidad.
Que el Teatro Cervantes ponga una obra como ésta de Cabrujas, donde
se habla de ideales, también es importante. En El día que
me quieras, Pío (el personaje que interpreta Mario Pasik) habla
del comunismo como de otra ilusión, y se hacen paralelos, arriesgados
y con humor.
¿Qué significa el personaje de Gardel en ese contexto?
Para los personajes simboliza la esperanza. Ellos son gente de pueblo,
entrañables, que hablan con humor de cosas que se perdieron o distorsionaron,
de sus propios prejuicios, de algunas miserias y de pequeñas y
grandes actitudes.
MAR
DE MARGARITAS, en templum
Títeres para adultos
Por Cecilia Hopkins
Una mujer de aspecto andrógino
cruza y descruza sus piernas en la penumbra. Se trata, al parecer, del
preludio que anticipa el ritual del aseo. Lo que no tiene nada de cotidiano
es el hecho de que sean tres las piernas que dócilmente participan
de la operación. Esta primera escena constituye un acertado prólogo
al momento de encarar una historia que interesa a tres personajes, entre
ellos un bello muñeco articulado que representa a un adolescente.
Tendido en un campo de margaritas, se lo ve entregado a los placeres y
angustias de la soledad, incluido el trámite de calmar las urgencias
del cuerpo. Poco después, sufrirá el rechazo a la hora de
concretar sus deseos.
Cada vez son más frecuentes los espectáculos de muñecos
dirigidos a un público adulto, que buscan aprovechar la sugestividad
estética resultante de una rigurosa manipulación. Es el
caso de Mar de margaritas, donde la sencillez del trabajo con dos muñecos
y unos pocos objetos es la razón de la fuerte carga expresiva que
conserva la escena aun cuando reina la inmovilidad. A seis manos, el muñeco-protagonista
es manejado con pericia por estos cuatro egresados de la escuela-taller
de titiriteros del Teatro San Martín. Si bien es cierto que tal
vez en escena no aparezca la historia tan claramente como figura en el
programa de mano, existe una unidad temática. Porque aun si se
toman de manera aislada los diferentes cuadros que el grupo presenta,
todos ellos marcan diferentes recorridos por una misma atmósfera
que habla de la fragilidad y el desamparo propios de una edad conflictiva
por definición. Más reparos sugiere, en cambio, la relación
que los manipuladores establecen con el protagonista. Algunos de ellos
permanecen por momentos ajenos a lo que generan en escena, ocupados en
sus maniobras técnicas. Otros, en cambio, intentan establecer un
vínculo emocional directo con el muñeco, hasta ejerciendo
violencia en su contra.
No obstante, ni unos ni otros llegan a concretar una labor actoral que
acompaña en sugestión el accionar del muñeco, porque
imponen una solemnidad poco atrayente. Tradicionalmente, los titiriteros
se cubrían el rostro o buscaban una cara neutra para que el espectador
se concentrara en el títere y los ignorara. Pero en los últimos
tiempos, en el teatro de títeres para adultos los manipuladores
han optado por trabajar interactuando con los muñecos. No obstante,
sus rostros y cuerpos siguen cultivando, por lo general, una inexplicable
rigidez que harían bien en sustituir por otras propuestas expresivas.
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