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PSICOSIS EN VILLA CRESPO POR UN MURCIELAGO CON RABIA
Una tarde en Ciudad Gótica

Un portero encontró un murciélago muerto. En el Pasteur lo analizaron y descubrieron que tenía rabia. Se trataba de un caso aislado, pero en el barrio se generó
un show mediático.

La gente del Instituto Pasteur pegó carteles por si alguien se topa con otro murciélago.
Lo dejaron claro: no hay brote de rabia ni invasión de murciélagos en la ciudad.

Por Cristian Alarcón

El alboroto en la esquina de Vera y Angel Gallardo no tiene antecedentes. En la puerta del número 9 de Vera se amontonan unos muchachos de jeans y pelo bien peinado. Sus risotadas se escuchan desde media cuadra. “¡Ese que está allá!”, señala uno con el dedo. En la esquina, escoba en mano, Luis Juncos, el portero que encontró al murciélago de Villa Crespo, agita las manos como banderas de competición para espantar, no ya al murciélago rabioso que se le ha cruzado, sino a la prensa que ya lo tiene seco. El lunes encontró un murciélago en el patio interno del edificio. Como pudo, sacando agallas tucumanas, le tiró agua, probó con un palo y comprobó que estaba muerto. Luego le preguntó al médico vecino qué hacer con el cadáver del vampiro. Y así fue que en Pasteur le detectaron rabia. Un caso entre cien. Una excepción a la regla. Pero suficiente para que se desate una comedia de especulaciones.
Los bien peinados son de la peluquería McBruno, de donde Luis sale a las siete de la tarde pidiendo que le paguen a él el corte, en un rapto de ironía, condensada ya su popularidad reciente. Los muchachos lo bautizaron después de un largo día de entrevistas. “Parisiennes le decimos, el negro más famoso”, dice uno con la mano en la boca. Luis pasó el mediodía con Mauro Viale. Se conocían de cuando Viale vivía a dos cuadras, en Lavalleja. Enfrente, otro encargado se hace el sota apoyado contra su palier. “Murciélago, ¡vení que te hacen una nota!”, le grita uno de los peluqueros. Y él sonríe bajo unas indisimulables ojeras de calavera, negando que fue quien llamó a Crónica para dar la nota de un día muerto como el Jueves Santo. Es el único murciélago de la cuadra.
El otro, el que el lunes encontró Luis en el patio, ya está en el infierno. Los especialistas le detectaron el virus de la rabia y el Instituto Pasteur se llegó al barrio con una campaña. En los negocios pegaron carteles y a los vecinos les entregaron volantes explicativos, a los que hay que reconocerles la creatividad y el humor. Con Batman en la carátula, y bajo el título “Todo lo que siempre quisimos saber sobre los murciélagos y nadie lo había contado...” nos enteramos de que son mamíferos voladores que se alimentan de insectos, que “huyen de la presencia de humanos”. Así se explique tal vez la ausencia total de testimonios verídicos sobre cruces entre vecinos y murciélagos. Lo que no se alcanza a entender es la psicosis que parece haber brotado.
Allí donde convergen Almagro, Caballito y Villa Crespo la presencia del bicho se siente con fuerza. No sólo por el testimonio finalmente obtenido mientras barre la esquina, el gran protagonista, sino por las reacciones de las vecinas, que no acreditan lo que ven por tele. Marta Giglio, así la gracia de la señora que pasa con bolsa de las compras, le dice a Luis que le debe un autógrafo. “Lo bueno sería que la gente limpie, que usen más lavandina..”, dice maldadosa, sugiriendo la mugre de terceros, cuando la consultan. En frente, en el 10 de Vera, doña Nilda Pousa, 70 años, comenta con ojos subidos hacia el cielorraso de su departamento lustrado como un objeto de oro, el pánico que la atraviesa. “No vi ninguno, porque si lo veo me internan, soy grande, no estoy para sustos.”
Teresita Inacio, del octavo, la tranquiliza. Enseguida las dos olvidan a las criaturas nocturnas para pedir mejoras. La esquina se inunda; los autos que vienen por Gallardo dan contra el paredón del edificio; hay ratas; los perros hacen lo suyo y nadie junta, y ahora los murciélagos. ¡Esta es la esquina espeluznante!, dice la anciana. Su sobrino la llamó hoy. “¡Tía, vivís en Ciudad Gótica!”. Ni Bruno Díaz, ni Robin parecen estar cerca. Pero otras señoras señalan una casa, por Eustaquio Frías, que sería un nido de murciélagos. Ni la sombra. Sólo un supermercado coreano.
Lin Su Yu dice que le dijeron “no toca, no toca”, y le dieron el volante. Charla con un cliente, un viejecito al que con el tiempo se le pegó el mentón al pecho con lo cual levanta la vista como un niño mojigato para mirar a los ojos. El español de ella y los murmullos de él no seentienden, pero sí sus risotadas maléficas. ¿Serán Gatúbela y el Pingüino?

 


 

DURMIERON A UNA MUJER PARA ROBAR
Una inyección como arma

En un hecho insólito, dos ladrones entraron a un departamento de Caballito armados con una efectivísima jeringa con la que durmieron a la única habitante de la casa. La sustancia inyectada consiguió desmayar a una mujer de treinta años que inmediatamente fue atada de pies y manos a su cama. Los dos ladrones permanecieron una hora en la casa, trabajando con absoluta tranquilidad para llevarse una suma de casi dos mil pesos y algunas joyas. La mujer poco después fue trasladada al Hospital Piñeiro, donde se analizó la sustancia inyectada. Aunque aún no hay datos precisos sobre el producto, la policía aseguraba anoche que se trataba de éter o una sustancia similiar.
La causa fue caratulada como robo calificado y en este momento los investigadores buscan determinar con precisión la sustancia usada. El departamento al que accedieron los dos hombres, de entre 25 y 35 años, está en un séptimo piso de José Bonificio al 1700. La dueña de casa y su marido vivían allí desde hacía unos pocos meses. De acuerdo con las hipótesis manejadas por la comisaría 38 con intervención en el caso, los ladrones habrían estado escondidos en el palier esperando el ingreso de quien más tarde sería su víctima. “La sorprendieron –explicaron– apenas cerró la puerta.”
Aparentemente amenzada con un arma común, la habrían obligado a subir hasta su departamento. Una vez adentro, la durmieron con una analgésico inyectable o con éter. Por eso, dijo la policía, “ella quedó completamente indefensa”. En el dormitorio, y cuando ya estaba dormida, la ataron a la cama. Allí la encontró su esposo aún dormida, cuando llegó cuatro horas después y llamó a la policía. De inmediato la trasladaron al hospital donde se le extrajo sangre para determinar la droga usada para adormecerla.

 


 

MATARON A UNA MUJER Y DEJARON A DOS EN COMA
Las sospechas caen sobre la familia

El demencial ataque contra dos viejitas de Villa Luro podría haberlo hecho un familiar o un conocido muy cercano de la familia. Esa es la hipótesis más fuerte de la policía para explicar el ataque violentísimo contra las mujeres, madre e hija, de 100 y 78 años. Golpeándolas hasta dejarlas bañadas completamente en sangre, el responsable mató a la menor de ellas y dejó en coma farmacológico a su madre y a la enfermera a cargo de los cuidados. Los investigadores no encontraron en la puerta y los accesos a la casa ningún signo para demostrar que habían sido forzados. Y ése fue uno de los detalles usados para avalar ahora la sospecha sobre familiares “del círculo familiar más íntimo”.
Las dos viejitas eran dueñas de una compañía de seguros y de una empresa de plásticos, y este antecedente –aunque fue relativizado– hizo pensar a los investigadores en una venganza. De la casa no faltó ningún elemento de valor y por lo reconstruido hasta el momento en el Juzgado de Instrucción porteño a cargo de Julio Lucini, el homicida fue golpeando a cada una de las mujeres, con un objeto sin filo, pero con violentísimos golpes en las cabezas. Cuando huyó, se estima, creía haber matado a las tres.
La policía identificó como Teresa Elda Piggino, muerta durante el ataque. Su madre, también italiana, es Rosa Amelia Lange que tiene 100 años y se debate desde el miércoles a la noche por sobrevivir al coma diagnosticado por los médicos del Hospital Santojanni donde fueron atendidas. Con ella también está Cristina García, la enfermera de 50 años de edad, ahora en estado de coma.

 

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