Por Diego Fischerman
Hubo una época en la
que Maria Joâo era una juvenil y prolija cantante de jazz. Hacía
lo que hacen las cantantes de jazz: tomaba uno de los standards amados,
lo cantaba con alguna variación acompañada por un trío
o por un guitarrista y, más o menos, trataba de parecerse a alguna
de las cantantes que admiraba. Pero había dos problemas. Uno era
que su voz no se parecía a casi nada. Y el otro era que la cantante
que más admiraba era Betty Carter y si había algo que ella
enseñaba con su manera de cantar era que la voz era un instrumento
musical único, personal e intransferible. Todo explotó,
finalmente, la vez en que, en un festival, le tocó compartir la
noche con Carter: Me senté en la platea. Yo ya había
cantado y sólo quería escuchar. Cuando ella empezó,
me transformó la vida. No fue sólo que me deslumbró
su voz, su seguridad en el escenario, su postura, su personalidad. Lo
que vi y escuché me llevó a preguntarme sobre lo que estaba
haciendo yo. No podía pasear por el mundo con la valija llena de
la ropa de otro. Tenía que cantar mi historia. Y entonces
Maria Joâo, hija de padre portugués y madre de Mozambique,
se convirtió en una de las cantantes más originales de la
música de tradición popular.
Quienes la escucharon en el formidable concierto que dio en Buenos Aires
en 1999, quedaron asombrados por la manera en que manejaba la voz, por
cómo transitaba de la calma a la más intensa de las furias,
de los graves más extremos a los sobreagudos y desde la voz de
una niña a la de una anciana. Esa vez hubo un coprotagonista, el
pianista Mario Laginha. Y ahora, nuevamente, este dúo que funciona
de la manera más alejada posible del modelo cantante con acompañamiento
volverá a actuar en esta ciudad. Los próximos jueves 26
y domingo 29, en La Trastienda, Maria Joâo y Mario Laginha presentarán
en vivo el material de su último álbum, Chorinho Feliz,
donde la mixtura africano-portuguesa que la cantante se deleita en explorar
aparece abordada desde otro lado. Y ese otro lado se llama Brasil. En
el CD aparece como invitado, entre otros, Gilberto Gil. Y en los conciertos
porteños participará, además del percusionista noruego
Helge Norbakken, el brasileño Toninho Ferragutti en acordeón.
El grupo, además, tiene un nombre propio: Numadji. La palabra,
en changana (una de las leguas habladas en Mozambique), significa portugués.
La cantante explica que ese término ya define nuestra mixtura
cultural.
Si bien Maria Joâo canta, ocasionalmente, algún fado, se
preocupa por aclarar que con esa música pasa lo mismo que
con el tango. Para muchas personas, Buenos Aires y tango son sinónimos
y, sin embargo, esa no es la única música que se escucha.
Tampoco el fado es lo único que hay en Portugal. Lo que sucede
es que su imagen es tan fuerte que eclipsa cualquier otra cosa. Nosotros
no partimos sólo de allí y tampoco nos interesan esos collages
donde se empieza con un fado y después vienen los solos, y las
escalas de jazz y las armonías de Keith Jarrett. La mención
a ese pianista tiene motivos precisos. Laginha reconoce sus deudas con
él y cuenta que Jarrett fue mi primer gran amor musical.
Si empecé a conocer a otros, como Bud Powell, Bill Evans o Herbie
Hancock, fue porque Jarrett hablaba de ellos en los reportajes y yo quería
conocer lo que él conocía y estudiar lo que él había
estudiado.
La carrera internacional de Maria Joâo comenzó en el sello
alemán ENJA, donde grabó un muy buen álbum llamado
Sol junto al grupo portugués Cal Viva. Luego vino el contrato con
Verve y un CD bautizado Danças en el que participaban el notable
guitarrista Ralph Towner y el bandoneonista Dino Saluzzi. Cuando
llegó al estudio de grabación cuenta la cantante
parecía un hombre de negocios. `¿Qué tengo que tocar?
¿Cuánto voy a cobrar? Todo eso. El, en Europa, es
toda una personalidad. Una estrella. Pero había datos que no tenían
nada que ver con esa imagen que intentaba dar. Había perdido toda
la ropa en un aeropuerto, por ejemplo. Y, además, tenía
que tocar en un solo tema y, cuando terminó, preguntó `¿Hay
otro?. Al final tocó en tres temas y fue absolutamente maravilloso.
Maria Joâo define su estilo, por otra parte, a partir de una metáfora:
Tengo un pieen mi tierra, o en mis dos tierras, mejor dicho (Portugal
y Africa). Y tengo otro pie viajero, que anda buscando por todas partes.
Klezmer
y silencio
El título es Shtil, una
palabra idisch que significa silencio. Y designa al tercer CD del dúo
que integran Marcelo Moguilevsky en clarinete, saxo, flautas y voz y César
Lerner en acordeón, piano y percusión. Se dedican al klezmer,
la música judía originaria de Europa Central. Pero, en realidad,
hacen mucho más que eso. Porque ahí está, apenas,
el punto de partida. Lerner y Moguilevsky improvisan, fantasean, juegan,
y llevan las reglas del género hasta sus últimas consecuencias.
Después de haber tocado en el famoso e iconoclasta
Knitting Factory de Nueva York, recién llegados de su cuarta gira
internacional, participantes en el disco Klezmer for Kosovo, grabado en
Europa, e invitados al Festival de Jazz de Londres, presentarán
en vivo el material del nuevo álbum el próximo jueves 26,
en el Club del Vino (Cabrera 4737).
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